Dicen que la historia no se repite. Dicen también que ofrece enseñanzas pero que no tiene alumnos que aprendan sus lecciones. En cualquier caso, bien vale darle una rápida mirada al plan anti-inflacionario de Milei sobre el lejano telón de fondo de las dos experiencias más integrales y elaboradas que lo precedieron: el Plan Austral, lanzado en junio de 1985 -durante el gobierno de Raúl Alfonsín- por el equipo económico liderado por Juan V. Sourrouille, y el Plan de Convertibilidad, puesto en marcha en abril de 1991 por el equipo liderado por Domingo Cavallo, durante el gobierno de Carlos S. Menem.

Sin entrar en detalles, recordemos el trazo grueso: después de convivir con una inflación mensual del 30%, el Austral logró bajarla en la segunda parte del año 1985 a un 2,5%, aumentaron las reservas del Banco Central (de 3.734,4 millones a 6.227,5 millones de dólares), el déficit fiscal se redujo del 15% al 3,6% del PIB y la actividad económica experimentó una rápida recuperación (4,4% en la última parte del año).

Por su lado, luego de sufrir dos oleadas hiperinflacionarias (en el año 1989 la inflación anual promedio fue de 3079% y en 1990 fue del 2314%), el desempeño de corto plazo del programa económico de la dupla Menem-Cavallo fue notable: la inflación anual de 1991 alcanzó el 171,7%, pero en 1992 bajó al 24,9%, en 1993 fue del 10,6% y para 1994 llegó 4,2%; a su vez, la variación anual del PIB fue de 10,6% en 1991, de 9,6% en 1992, de 5,7% en 1993 y llegó al 5,8% en 1994.

En resumen, incluso partiendo de una situación económica mucho más compleja que la actual, tanto el Austral como el plan de Convertibilidad fueron capaces –gracias a su inteligente diseño- de bajar la inflación y de recuperar el nivel de actividad económica. Esta doble fuente de mejora social fue premiada en las urnas por una mayoría ciudadana que percibió “con el bolsillo” que valía la pena el esfuerzo. Tanto Alfonsín como Menem ganaron con holgura las primeras elecciones intermedias de sus respectivos gobiernos, ocurridas a los pocos meses de lanzadas ambas iniciativas.

En las elecciones de noviembre de 1985, la Unión Cívica Radical se impuso ampliamente, con un 43.58% de los votos, a un peronismo dividido: por un lado, la conducción oficial del Frente Justicialista de Liberación, con Herminio Iglesias a la cabeza (24.49 %); por otro, el Frente Renovador: Justicia, Democracia y Participación (JDP), liderado por Antonio Cafiero (10.52 %).

En las elecciones de 1991 (que se desplegaron en cuatro fechas, entre agosto y diciembre de ese año), el Frente Justicialista (FJ) triunfó con claridad por el 40,86% sobre la UCR (28,86%), y en tercer lugar quedó un aliado liberal del oficialismo menemista: la Unión del Centro Democrático (UCD), acaudillada por el capitán-ingeniero Álvaro Alsogaray (6,24%).

El 26 de octubre ya veremos dónde queda parado el gobierno mileísta frente a sus antecesores. Por supuesto, las diferencias entre ayer y hoy son tantas que no alcanzaría el diario para enumerarlas. Que después tanto el Austral como la Convertibilidad –con sus luces y sus sombras- terminaranen una profunda crisis es en este momento harina de otro costal, y vamos a dejar esa película para considerarla en otra oportunidad. Me limito nada más a destacar un par de puntos sobre los que me gustaría llamar la atención.

Por un lado, tanto Alfonsín como Menem eran grandes líderes populares, cargaban con una larga experiencia política a sus espaldas y tenían capacidad de diálogo con diferentes sectores de poder; además, estaban apoyados en ese entonces en una estructura partidaria sólida, con una extensa cobertura territorial. Los dos tuvieron claro desde un principio que el carro va detrás de los caballos: el “mejor” plan económico sucumbe si –previamente- no cuenta con un soporte de gobernabilidad democrática que lo haga políticamente viable.

Por otro lado, cabe también recordar que el Austral y la Convertibilidad no fueron las primeras apuestas presidenciales; más bien, surgieron de rotundos fracasos iniciales. En el caso del radicalismo, el equipo de Sourrouille se hizo cargo del ministerio después de que naufragara la gestión de Bernardo Grinspun; por su parte, Menem designó a Cavallo luego del fiasco del Plan “Bunge & Born” (con Roig-Rapanelli a la cabeza) y de la gestión de transición de Antonio Erman González. Los dos planes de estabilización se pusieron en práctica –días más, días menos- un año y medio después de la asunción de cada gobierno.

Dicen –entre tantos rumores que circulan- que en el gabinete hay un economista que conoce bien esta historia por haberla estudiado seriamente y porque la vivió de cerca por vía paterna; dicen también que espera su hora con ardiente paciencia y que se tiene fe para sacar al gobierno del callejón donde se ha metido. Mientras tanto, desde sus oficinas en la Avenida Roque Sáenz Peña, observa con cariño el gracioso vuelo de las palomas de la Plaza de Mayo y se da ánimo entonando las estrofas de un clásico de la música ranchera: “no hay que llegar primero / pero hay que saber llegar…”.