La discusión política excede los marcos formales e institucionales para insertarse en el diálogo cotidiano de los ciudadanos y ciudadanas en distintas manifestaciones que fluyen por los ámbitos de la virtualidad de redes y aplicaciones o por medios tradicionales como la prensa y los actos militantes. Ahora bien, ¿cómo pensar desde esta noción la experiencia política? Lidiar con la incertidumbre impone la necesidad de construir o reproducir argumentaciones políticas para calmar la ansiedad de normalidad que demandamos como sociedad. En busca de proyectar una idea preeminente  de la misma, actores políticos y sociales plantean narrativas que nos atraviesan e influyen cotidianamente, las redes sociales, con su inmediatez y velocidad, imponen lógicas veloces, cerradas y simplificadoras en comunicadores indignados/as. También, plantean cómo sería vivir en este país “normal”, que siempre es una suerte de utopía asociada a algún modelo extranjero relacionado con sus experiencias particulares.

¿Es eso la política efectivamente? A veces, la política suele pensarse como un sistema lógico, es decir, donde sus  razonamientos y argumentaciones se desempeñan en los términos de posiciones binarias, sin contradicciones en las posiciones internas y con definiciones sujetas al principio de identidad.  Desde esta perspectiva, lo político suele manifestarse como un escenario de imposibilidades, donde no se pueden tomar determinadas medidas porque eso implicaría una contradicción. Es así que constantemente fluyen narrativas de traición, abandonos a la identidad y a la pureza ideológica o partidaria, aún más, la corrupción del fin último que no es otro que la construcción de un orden o una normalidad. El presupuesto fuerte que está detrás es que existen algo así como posiciones fijas e invariables en las argumentaciones programáticas y que de allí se sigue justificadamente el intento de eliminar las ideas del adversario como inauténticas y contradictorias. Eso es así al punto de observar en ciertas publicaciones virales, a través de las redes sociales, cómo un sector político sostiene que, ante un debate, alguien destruyó, eliminó, vapuleó, a otro. Esta concepción de sistema lógico desata la construcción de argumentaciones binarias, absolutas, reduccionistas y simplificadoras que vanamente pueden contener el fenómeno de la política en toda su potencialidad como espacio de encuentro y diálogo democrático, plural y diverso. Pero ¿es eso la política? Otra forma es pensar a la política como un escenario dinámico donde diferentes momentos y argumentaciones tensionan entre sí, puede expresarse esto en términos de un movimiento dialéctico. Sin dejar de lado desacuerdos respecto de ciertas posiciones absolutas que la dialéctica hegeliana expuso en términos políticos, interesa retomar la posibilidad de un razonamiento ternario, abierto a la existencia de posiciones contrarias, a su momento y a su devenir histórico, con un espacio habilitado a las contradicciones y a la evolución reconciliada en la superación.

La clave está en suplantar identidad política por devenir político, es decir, el hecho de ser  y dejar de ser en el tiempo, ayuda a pensar que: transformación no es traición, evolución no significa dejar de lado alguna lucha, o que adaptación siempre es descomposición. Abierta la posibilidad de la existencia  de posiciones contrarias que parecían irreconciliables, integradas en sus particularidades y transformadas en una nueva posibilidad-pensemos en la evolución del peronismo o el radicalismo en sus distintos momentos históricos-, podemos pensar a la política desde una noción de flexibilidad funcional que colabora en evitar posiciones rígidas que no pueden explicar la complejidad del fenómeno sociocultural asociado a la discusión pública y a la cosntrucción de una sociedad y un orden democrático.