La asunción del gobierno de Javier Milei pareció anunciar, para muchos analistas, un nuevo ciclo en los modos de gobernar la Argentina. Más aún, fue el propio Presidente el que, en varias entrevistas, prometió terminar con prácticas de administraciones anteriores a las que calificó como “populistas”.

Ahora bien, ¿qué es el populismo y cómo podemos saber si estamos asistiendo a su final? Podemos enfocar la cuestión desde diversas perspectivas de análisis. El economista Daniel Larriqueta, por caso, sintetiza al populismo como “el uso de recursos para alegrías de corto plazo, sin preocuparse por esfuerzos de largo plazo”. El politólogo Andrés Malamud, por su parte, ha definido como un rasgo característico del populismo la promoción de una relación directa entre el líder y las masas con el objetivo de eludir los parlamentos y los partidos políticos. Así, más allá de izquierdas o derechas, cuando hablamos de populismo la referencia es a una manera de ejercer el poder, establecer prioridades y privilegiar determinados vínculos con los ciudadanos.

Desde el análisis del discurso político, la figura del intelectual Ernesto Laclau es central para entender este concepto. Su obra La razón populista sintetiza las principales líneas de su pensamiento. Su primera edición, de 2005, se da en un momento de auge de gobiernos latinoamericanos calificados como populistas, luego del ocaso de experiencias socialdemócratas y neoliberales.

El foco central de Laclau, abrevando de conceptos tomados del psicoanálisis lacaniano, es la construcción de las identidades políticas a través del lenguaje. Este autor entiende que el objetivo de las expresiones políticas es alcanzar la mayor cantidad de adhesiones posibles, estableciendo una línea clara (denominada “frontera ideológica”) entre un nosotros, “el pueblo”, y los adversarios políticos de turno. Cuanto más clara esté plasmada esa línea divisoria en el discurso político, tanto más exitoso será el camino de las opciones populistas. Esto estaba claro en el discurso de los gobiernos kirchneristas, por ejemplo. El adversario podía ser en un momento “el campo” y en otros las corporaciones empresariales, los medios de comunicación críticos o los ciudadanos que ahorraban en dólares.

A su vez, para dar unidad a espacios ideológicos heterogéneos, como los partidos políticos de nuestro tiempo, es necesario un significante vacío, que brinde sentido a los significantes disponibles en la sociedad. Encontrar ese significante vacío es el desafío de la política, para Laclau. La pregunta es: ¿estamos asistiendo a un cambio de época con relación a las experiencias populistas en la Argentina?

Las reiteradas referencias a “la casta política”, a los “orcos” (tomado de la mitología de J.R.R. Tolkien) o a los periodistas “ensobrados” enfrentados con “la gente de bien” y “las fuerzas del cielo”, nos hacen pensar en que, lejos de desaparecer, el populismo, al menos en términos de discurso político, está más firme que nunca en estas latitudes.

La idea de la batalla cultural que hay que emprender contra una parte de la sociedad tiene su punto de origen en el concepto de hegemonía de Antonio Gramsci, autor al que recurre también Laclau para justificar una frontera ideológica que no sólo es posible, sino que es necesaria en la política. Por su parte Manuel Adorni, vocero presidencial, ha manifestado en más de una oportunidad que están librando una batalla cultural desde el gobierno. El cambio de nombre de centros culturales y salones de Casa de Gobierno parecen ser prueba de ello.

El gobierno ha decidido, hasta el momento, fortalecer su posición a partir del establecimiento de una clara frontera ideológica: los “defensores de la libertad” frente a los “defensores de los privilegios”. La búsqueda de consensos, de un diálogo entre los diferentes actores políticos y sociales, parece todavía lejana. En este escenario, las instituciones de la democracia aparecen como una traba, más que como una llave para resolver las diferencias.

La libertad pareció haberse convertido, durante la campaña electoral, en el significante que dio sentido al conjunto de propuestas del actual gobierno, encontrando eco en la mayoría de la ciudadanía. Quizás la pregunta central sea saber si el acento que el oficialismo pone en los aspectos simbólicos de la política, su “batalla cultural”, alcanzará para mantener la adhesión popular. Lo que sí queda claro es que el populismo es aún la opción más elegida por nuestra política, polarizando a ambos lados del espectro ideológico, mientras el camino del centro parece ser el más largo y el menos seductor.