Los otros días, al cruzarme con un par de colegas, me comentaron, a suerte de ironía, broma o vaya uno a saber qué, si me imaginaría una Argentina sin la existencia del Peronismo, es más, si los argentinos podrían imaginarse un país sin peronismo. Obviamente, no le di trascendencia a ese comentario/pregunta y seguí con mis quehaceres cotidianos. Sin embargo, en el transcurso de las horas, ese supuesto me empezó a “hacer ruido” en mi interior y, como era de esperarse, no pude evitar reflexionar al respecto. He aquí algunos lineamientos de dichas reflexiones, guiándome el propósito de que Usted, estimado lector, estimada lectora, incurra en la misma inquietud.

Como señalé en una nota pasada, el año próximo estaremos cumpliendo 40 años ininterrumpidos de democracia y estabilidad político-institucional, más allá de los contratiempos y desavenencias que hemos padecido durante estas cuatro décadas. Y señalé que era necesario que el FDT logre limar asperezas pensando no sólo en su futuro electoral y político, sino también en el futuro del país y del sistema institucional. Y esto, lo dije, a los efectos de frenar el crecimiento de ciertos personajes que, con su discurso y diatriba, y amparados por los medios de comunicación y las redes sociales, cada vez están teniendo más aceptación entre los jóvenes e, incluso, entre sectores de clase media, y no tan “media”que, ya hace años, dejaron pasar su juventud. 

Estas diferencias internas en el FDT pero, principalmente, en el propio seno del Partido Justicialista, en particular, y del movimiento peronista, en general, me hicieron pensar en una remota posibilidad del final de dicho movimiento. Si, además, leemos entre líneas -y no tan entre líneas- el discurso de CFK el pasado 17, en conmemoración del día del militante peronista, podemos entrever una especie de ruptura política, ideológica y estratégica entre varios sectores de dicho movimiento, especialmente, entre el gobierno y las bases cristinistas (aunque Cristina, ¿no es parte del gobierno?).

Si bien es común escuchar “ya basta de peronismo”, “70 años de peronismo nos llevaron a esto” ( a decir verdad, si consideramos el 17 de octubre de 1945 serían 77 años y si nos alejamos al 4 de junio del 43, a mediados del próximo año estaríamos cumpliendo “80 años de peronismo”, justo el doble que este período democrático iniciado con Alfonsín), y otras frases similares que lo único que hacen es aumentar las disidencias y enfrentamientos entre los propios argentinos y argentinas, cabe preguntarse qué es el peronismo, por qué su supervivencia a través de los años como ningún otro movimiento de similares características pudo hacerlo en ninguna otra parte del mundo y por qué genera tantos sentimientos profundos y encontrados.

Sé muy bien que en estas pocas líneas no se puede llegar a responder, mínimamente, a ninguno de dichos interrogantes planteados, pero sí se puede “pensar” o “imaginar” algunos escenarios hipotéticos; eso sí, escenarios no muy argumentados y presentados, nobleza obliga, muy apresuradamente.

Para empezar, pensemos que la UCR ya tiene 131 años de vida, sin contar que a los seguidores de Alem ya se los llamaba radicales desde mucho antes de 1891. Y nadie dice “130 años de radicalismo y así estamos”; es más, el Radicalismo ya forma parte de nuestra cultura y tradición política y, a pesar de sus vaivenes y sus posicionamientos políticos cambiantes, los argentinos tomamos como algo natural su existencia y permanencia en el juego político nacional. Vale aclarar, que las intenciones movimientistas que tuvo este partido a lo largo de su historia quedaron, y valga la redundancia, en la historia. Ni el yrigoyenismo ni el alfonsinismo (el primero más explícito que el segundo como movimiento en sí) pudieron, o supieron, imponerse sobre el partido, no siendo casual que los adherentes más entusiastas de esos movimientos hayan pasado a las filas del peronismo y del kirchnerismo/cristinismo, respectivamente.

Lo anterior, me induce a presuponer lo siguiente: cuando un sector dirigencial (generalmente coincidente con el poder económico o constituyendo parte del mismo) hegemoniza -o trata de- el poder instaurando un régimen elitista y excluyente, la tendencia de gran parte de la población argentina -excluida tanto política como social y económicamente- es refugiarse tras un líder que levante las banderas de la inclusión, la igualdad y la justicia social; aunque esas banderas sean solamente declamaciones desde un punto de vista partidario. ¿Qué quiero sostener con esto? La existencia de una necesidad, poco menos que imperiosa, de tener una figura con poder político que diga, piense y reclame a viva voz las mismas cosas que nosotros como pueblo reclamamos; y, entonces, nos encolumnamos tras esa figura, sin medir las consecuencias ni pensar cómo es el verdadero juego político y la “mesa chica” de negociaciones y toma de decisiones. Esto es, sin tener en cuenta si esa figura realmente piensa, dice y reclama lo mismo que nosotros porque así lo siente y considera o si, en cambio, es la manera que tiene de ganarse un lugar dentro de su partido y dentro de la escena política nacional.

Yrigoyen y Alfonsín provenían de un partido preexistente que fue más leal a sus orígenes orgánicos que a la constitución de un movimiento perdurable tras la figura de un líder. Lo mismo podemos decir de Néstor Kirchner y Cristina, pero, a diferencia de los radicales, ambos son producto de un partido que se constituye como herramienta política de un movimiento preexistente, creándose dicho partido en torno a la figura de un líder: Perón. Y el general supo, a diferencia de Yrigoyen (del cual el propio Perón dijo que “venía a continuar su camino”) y de Alfonsín, mantener viva la “llama” movimientista, constituyéndose su nombre en sinónimo de las banderas antes mencionadas. Sólo es posible la inclusión, la igualdad y la justicia social con Perón y, una vez muerto, con aquél o aquélla que continuara fielmente sus principios.

Ahora bien, uno puede preguntarse si el kirchnerismo o cristinismo representan ideológicamente lo mismo que representaba Perón y, seguramente, la respuesta será negativa. Sin embargo, las distintas tendencias que siguen a Cristina entonan la marcha peronista y portan sus banderas y estandartes con las imágenes de Perón y Evita (además de Néstor y Cristina). De más está decir que el viraje ideológico del peronismo en los años sesenta y setenta, revolución cubana mediante y con un John William Cooke “cubanizando” el peronismo, llevó a que las nuevas generaciones de peronistas, junto a las imágenes de Perón y Evita, levantaran la imagen del “Che” Guevara, algo impensado incluso para el propio general. Y la tendencia predominante, no tanto en el partido justicialista pero sí en sus bases y en las juventudes del siglo XXI, marcadamente fusionaron las banderas tradicionales del peronismo con las ideas guevaristas más las nuevas tendencias del feminismo, ecologismo y disidencias características de nuestros días. Tan es así, que ante una consulta mía, una joven militante del peronismo me manifestó hace un par de meses que “Perón no era peronista”, respuesta que, desde mi punto de vista, termina demostrando el viraje ideológico total del peronismo, al menos, de sus bases juveniles.

Y con este punto quiero concluir estas breves y dispersas reflexiones. ¿Puede darse un escenario en el cual el peronismo como tal deje de existir? Particularmente considero que no, ya que su propia evolución ha demostrado cómo fue adaptándose a los nuevos tiempos e ideologías, sin sonrojarse y sin por ello ceder en sus banderas tradicionales, tan genéricas como dogmáticas y pragmáticas al mismo tiempo: soberanía política, independencia económica y justicia social. Pero, al mismo tiempo, considero peligroso plantearse un escenario sin peronismo, ya que si éste dejara de existir, otro movimiento podría llegar a ocupar su lugar y, el líder -o los líderes- que puede vislumbrarse a futuro no representan un panorama para nada alentador.

Alfonsín con su “tercer movimiento histórico”, quiso terminar con esa tradición movimientista (más que tradición, fundamento esencial de todo movimiento) de seguir ciegamente a un líder: “sigan ideas, no hombres”; a los efectos de lograr un sistema estable y perdurable y que no vuelva a repetirse lo que sucedió con Yrigoyen y con Perón. Néstor y, principalmente Cristina, lograron reinventar al peronismo y continuar con ese movimientismo fiel a un líder más que a “ideas”, aunque ese liderazgo se haya apoyado en la figura del general y de Evita. 

La cuestión pasa por ver qué sucederá con el movimiento una vez que no esté más Cristina. El Partido Justicialista ya está aggiornado como la UCR y forma parte, como algo natural, del juego político argentino. En cambio, el movimiento peronista está más ligado a la figura de un líder que, al día de hoy, no se visualiza como continuador/a de Cristina. Y, a diferencia de estos últimos 130 años de historia argentina, en los cuales los líderes populares surgieron de los dos principales partidos políticos, en la actualidad está emergiendo un líder mediático que nada tiene que ver con una causa nacional y popular. Por tal razón, y como la existencia de la UCR le hace bien al sistema político-partidario, la existencia del peronismo como movimiento popular, más allá de sus contradicciones, aciertos y desaciertos, le hace muy bien al sistema político-social. 
No, no me imagino un país sin peronismo y no quiero imaginármelo tampoco…