Toda relación de amistad, especialmente aquellas que nacen en la adolescencia y continúan en la adultez, suelen abordar, con suma seriedad, un conjunto de situaciones hipotéticas con el propósito de develar las reglas de decisión que podrían afectarla ¿Vale tener una relación con un ex o una ex del otro u otra? Todos sabemos que en las ciudades grandes la respuesta tiende a ser no (y ese no duerme al lado de la Constitución Nacional y todos los libros sagrados). Pero a medida que el tamaño de la población de la localidad de origen desciende, por razones de estricta subsistencia, esa tendencia se revierte (y casi que vale todo).

Otra típica y bizantina discusión sobre un futuro que nunca llega, ronda la pregunta ¿Si lo veo / la veo con alguien, preferís saber? Creo que todos sabemos que el mundo se divide, al respecto, en dos. No tanto por la respuesta casi unánime (si, prefiero saber la verdad, siempre), sino por la conducta que cabe esperar de quien formula la pregunta: están los que jamás se meterían, escondiendo la cabeza como el avestruz; y están los que saldrían corriendo a contarlo (eso no se hace por WhatsApp).

Esa vocación por saber, incluso antes de que los hechos ocurran (y más aún, antes de que la identidad de las/os protagonistas de la supuesta infidelidad nonata sea un dato conocido), viaja mal a los contextos electorales (y más aún, al de nuestra madura democracia). Y ello por varias razones, algunas mediatas, como la reconfiguración de las identidades políticas desde el cambio de siglo, o las relacionadas con las excesivas expectativas puestas en los métodos e instrumentos que usamos para conocer tendencias en la opinión pública. Otras más coyunturales, como la aparición de candidaturas potencialmente disruptivas de las dinámicas de la competencia nacida al calor de 2011, o el aparente elevado nivel de descontento e indecisión, que convive con tendencias a la participación efectiva de signo contrario.

Hay quienes agregan que, en efecto, esta es una elección atípica, aún para el bajo número de casos que nuestra democracia ofrece en materia de elecciones presidenciales (apenas 9). ¿Este ha sido un ciclo electoral inédito? Creo que no en lo sustantivo; pero algunas de las razones esgrimidas en el párrafo anterior parecen combinarse para generar la sensación de que sí.

Hace 12, tal vez 18 meses, esta serie de tres elecciones nacionales por venir, eran cosa juzgada. Hace algo menos, el precandidato de La Libertad Avanza iba a ser el más votado, y el balotaje lo resolvería frente a un candidato/a de Juntos por el Cambio. Luego el libertario cayó, y comenzó a instalarse que lo único resuelto era la interna de Juntos por el Cambio. Luego llegó marzo, abril, mayo y la inflación casi que duplicaba los valores prometidos por el Ministro de Economía. Y entonces, el candidato era Wado, y los colaboradores de Manzur aguardaban en Buenos Aires para sacarse las fotos, despreocupados por quién asumiría los viáticos. Ahora parece que el libertario no se pincha, que la interna de Juntos por el Cambio no está resuelta, y que el Ministro de Economía sería el precandidato más votado en las PASO. La montaña rusa de las sensaciones argentinas al palo ¿Cierto?

Ahora, consideremos que todo ello nos viene dado por la publicación de sondeos de opinión, que rebotan demasiado en los medios de comunicación, y que tienen métodos muy diferentes para capturar los datos que pretenden capturar. Que algunos de esos sondeos tienen muy larga data, y preguntan cosas como “Si las elecciones fueran hoy…” cuando en realidad falta más de un año. Que no todos los que trafican encuestas son encuestadores, ni sus virtudes como analistas están probadas por el testeo que las elecciones ofrecen cada dos años (y todo estudio tiene, amén del método para capturar los datos, dosis significativas de análisis, que pueden tener más o menos fundamentos). Si nuestras/os lectores supieran, además, que las encuestas no hacen ricos a quienes las venden, ni mucho menos (y que muchas se cobran tarde y mal, cuando se cobran), comprenderán que la explosión de emprendimientos encuestadoriles se explican, en buena medida, como un estadio -habitualmente breve- en una carrera profesional. Pasando en limpio: no todos los que fallen en 2023 estarán haciendo esto mismo en 2025, o en 2027.

Dijimos entonces: alto enojo, alta indefinición, baja participación (que sube en generales y en balotaje), métodos diversos para sondear opiniones cada vez más esquivas, y la audacia de siempre de los emprendedores en política. Corolario de todo ello, es que los resultados de las PASO son aún inciertos (y eso incluye al tándem que ingresa en segunda vuelta). Pero a diferencia de lo que pensamos en nuestra adolescencia (si nos llegan a ser infieles, y nuestros amigos/as fueran testigos), en materia de elecciones, lo mejor es no saber. La democracia es un tipo de régimen político que se caracteriza, según Adam Przeworski, por que los oficialismos pueden perder elecciones e irse a su casa. Ello implica que los resultados son desconocidos a priori, pero que se respetan una vez que ocurren.

Cierro con mis impresiones, que pueden rastrearse a lo largo del último año en Diagonales.Com. En buen criollo, esas impresiones eran (y siguen siendo, sin interrupciones, salvo cuando sueño que me llama Cristina Fernández de Kirchner): Uno, si el oficialismo llegaba a diciembre sin que el país estalle (y no había razones para pensar que podía estallar), el oficialismo estaba en Marzo; y entonces, si estaba en Marzo, había partido. Dos, la elección de 2023 sería una final a dos vueltas. Tres, esa final tendría al Jefe de Gobierno porteño y al Ministro de Economía, cara a cara. Cuatro, el Jefe de Gobierno porteño tendría más chances de imponerse a su rival. Cinco, los problemas de las/os precandidatas/os no terminan con estas elecciones; allí empieza el mayor de sus problemas, que es gobernar (por que ganar las elecciones es más fácil). Seis, no habrá mayorías legislativas que permitan a nadie gobernar en soledad: acuerda o muere. Y agrego: siete, lo más lindo de todo, es que en 2025 volvemos a las urnas (y eso también caracteriza a la democracia, que enfrenta problemas, claro, pero aquí goza de buena salud).