La pregunta disparadora que me plantea el medio es un arma de doble filo, porque ¿qué implica? ¿La Argentina no está siendo gobernada por una coalición de base peronista? O ¿directamente sin peronismo dentro del sistema político? Más allá de esta duda razonable, vamos a abocarnos a la primera acepción, y luego esbozaremos alguna interpretación sobre la segunda versión.

La primera es claramente más fácil de responder. Desde que comenzó esta etapa democrática, tres veces una fuerza no peronista ganó elecciones, y en una de ellas concluyó su mandato después de 1928 (presidencia de Alvear). La respuesta debería estar bien reforzada por la afirmativa, aunque más no sea por el hecho de que ya el primer gobierno constitucional en 1983 no fue de un frente justicialista. De modo que esto no tiene mucho misterio. El tema a poner en cuestión es la capacidad política y de gobernabilidad del no peronismo, como es hoy Juntos por el Cambio. Y aquí la historia que estamos transitando en tiempo real también ayuda a dar una respuesta clara.

El experimento del gobierno de Alberto y Cristina, en donde la líder es el número 2 institucional, y el número 1 es una figura débil de origen y diluido en el ejercicio del poder, recibe a todas luces una alta reprobación por parte del electorado. Esto obviamente tiene que ver con los malos resultados económicos y sociales, y también con el hecho de haber transgredido una regla básica de los presidencialismos clásicos: el 1 al gobierno y el 2 al poder no funciona, a la corta o a la larga se generan conflictos imposibles de resolver, generándose una suerte de “empate catastrófico”. El 1 tiene la lapicera, pero condicionado por la capacidad de conducción del 2. En una cultura caudillista como la argentina –y la latinoamericana-, caudillo sin poder no augura buenaventura.

Este experimento de ingeniería política es un ítem para la opinión pública, la cual mayoritariamente le va a demandar al próxim@ mandatari@ un rol de liderazgo indiscutido dentro de su propia fuerza, aunque más no sea porque se lo haya conferido la legitimidad de una PASO. Alberto + Cristina relegada sirvió para ganar una elección presidencial frente al miedo que despertaba la política económica de Macri, pero no más: ya perdieron la legislativa de medio término.  

Entonces, el peronismo en este período resulta defectuoso tanto en lo político como en lo económico. Mirado en perspectiva histórica es grave porque además de ser inédito el experimento, también rompe con la que hemos denominado en otros artículos como la “dinámica del arquitecto y el bombero”. El arquitecto no peronista viene a arreglar la casa, al no entender de electricidad produce un corto circuito y se incendia la casa; viene el bombero peronista a apagarlo, lo logra, pero luego quiere quedarse con la casa; el dueño lo echa y llama al arquitecto que vuelve a producir un incendio, y no queda más remedio que recurrir al odioso bombero, quien vuelve a ser exitoso en su cometido original. En este caso, el Frente de Todos fracasa en su tarea de bombero, y casi que puede dejar un incendio peor al que recibió. Y en este punto, estamos para responder a la pregunta del título de la nota: sí, los argentinos se imaginan viviendo sin peronismo… En el gobierno.

Con este fracaso peronista, precedido por un fracaso no peronista, precedido por un deseo de cambio en 2015, da toda la plataforma para que la mayoría social desee probar otra cosa. Acá el interrogante sería ¿qué es esta otra cosa? ¿Un JxC moderado, uno radicalizado, o una opción anti statu quo como Milei? Veremos.

Ahora nos queda por responder a la segunda acepción de la pregunta: ¿la Argentina sin peronismo? Por una serie de factores estructurales debe decirse que el peronismo en esta etapa K puede estar dando signos de agotamiento, lo cual no implica en absoluto que deje de existir. Vamos a aportar varios elementos para sostener esta posición.

En primer lugar, aun con su desgaste, el peronismo sigue poseyendo el piso electoral más alto de la Argentina, por encima del radicalismo. Por supuesto, también por encima del PRO quien, como todo partido del siglo XXI, depende fuertemente de poseer figuras mediáticas que lo vuelvan competitivo de elección en elección.

En segundo lugar, porque los partidos de raigambre histórica, y mucho más los de base popular, es más difícil que salgan de la historia de la noche a la mañana, tomando al menos la experiencia latinoamericana. En este sentido, el peronismo ha dado muestra de una resiliencia y adaptabilidad notable al mandato de cada época, casi como ningún otro en la región. Hay casos de muchísima merma –el APRA en Perú y el MNR en Bolivia- y casos de deterioro estructural como el PRI en México. Pero también se han generado transformaciones hacia otros nuevos movimientos: el MAS en Bolivia, el Frente Amplio en Uruguay, Morena en México o el PT en Brasil.

En tercer término, porque existe un incentivo a que el sistema tenga opciones alternativas, ahora en formato de coaliciones. La sociedad se cansa de las hegemonías de cualquier tipo, y cree necesario que siempre exista alguien en el banco de suplentes, preparado para salir a la cancha. Alguien con legitimidad podría decir que hoy los dos grandes actores vienen de fracasos, sí; pero por alguien habrá que votar finalmente, sobre todo en el marco de la política contemporánea donde se profundiza la tendencia a votar “al menos malo”. Así pasó, al menos,  en las presidenciales de EE.UU, Brasil, Perú y Chile.

Pues entonces, los argentinos sí están imaginando vivir sin peronismo en el gobierno, pero dudo que lo quieran fuera del sistema político. Lo que es seguro, es que el justicialismo –si pierde el año que viene- deberá revisar muchas cosas en sus liderazgos, propuestas y metodologías si quiere volver al poder en 2027, no dependiendo exclusivamente de un fracaso del circunstancial actor no peronista.