Si hay algo que podemos señalar del escenario político que planta la oposición es que en su afán por querer “romper todo” va dejando huellas que semana tras semana nos sube la apuesta por querer comprender el modo en que la violencia política se organiza. La semana pasada señalábamos las operaciones de acción psicológica que se orquestaron a fin de generar saqueos a lo largo y ancho del país, como una forma de organizar la campaña electoral de la oposición cuyo eje se sostiene al grito de orden ante el caos que ellos mismos generaron. Esta semana, al cumplirse un año del atentado terrorista que buscó terminar con la vida de Cristina Fernández de Kirchner, la oposición sube la apuesta y avanza con los llamados discursos negacionistas, que no es ni más ni menos que la reivindicación del Terrorismo de Estado. A ello le debemos la candidatura de Victoria Villaruel como vice presidenta de Javier Milei ¿Todo mérito suyo?

Nos encontramos nuevamente ante una agenda pública que parece acapararlo todo. No es que no haya otros temas de los cuales hablar, lo que pasa es que estamos en campaña y los bloques que se articulan en contra de lo nacional y popular comienzan a sintetizar sus discursos habilitando un sentido que hasta ahora nadie se atrevía abiertamente a plantear o si lo hacían, el propio sistema político y mediático se encargaba de corregir. Y ya no nos estamos refiriendo a los discursos del odio (que hacia el final del articulo retomamos para sistematizar esto que va del símbolo a la acción) que siguen articulándose contra toda expresión popular.

Sino la violencia política que enmascara lo que llaman “discursos negacionistas”, que al resaltar el accionar del Terrorismo de Estado,  pretenden legitimar las atrocidades en nombre, también, de la libertad de expresión y de la democracia.

¿QUÉ DISCURSO PARA QUÉ ENEMIGO?

Una disputa por la interpretación del genocidio perpetrado por la elite que se hace lugar en horizonte de sentido que vuelve cool lo anti nacional y popular. Un ejercicio político desplegado a lo largo de los últimos años que logró cristalizar en gran parte de la población un sentido común que exalta la idea del “enemigo interno” cuya eliminación no solo es deseable sino también necesario. En ello no hay juego agonístico, sino la búsqueda de la plena dominación cuya verdad no pueda ser cuestionada sino reproducida en una nueva racionalidad cuya lógica se encuentra anclada en la afectividad que genera.

Podemos reiterar lo que venimos señalando en torno a los discursos del odio, en los discursos negacionistas, como tales, no son sino fenómenos de verdad que encuentran anclaje en una práctica política que, como dispositivo de ese poder, operan como un a-priori de las prácticas y son efectivamente el resultado del juego de múltiples relaciones de fuerza, que en nuestro caso, viene terciando hacia un sentido contrario a los intereses de la patria, el pueblo y la justicia social. Han convertido su narrativa en una línea de masas que desde el propio dispositivo del poder parece haberse convertido en las coordenadas de un sentido común que busca instalarse como resultado de la batalla electoral que aún no ha dicho su última palabra.

Las transformaciones culturales de una sociedad expuesta a un bombardeo simbólico constante pueden llevar años en producirse, dada la capacidad de organización y resistencia de los pueblos.

En un país colonial, la dominación está garantizada por el poder de las armas de la potencia invasora. En un país de tales características, la resistencia emerge como producto de una toma de conciencia de que hay un ejército ocupando militarmente el territorio. En cambio, en un país semicolonial, como la Argentina, donde hay una formalidad democrática y una sujeción económica a las potencias opresoras, lograr la plena dominación y contar con la colaboración del pueblo requiere del paso del tiempo, ya que – guerra cognitiva mediante – lo que se busca es trastocar los elementos de la cultura que amalgama a ese pueblo y romper los lazos de solidaridad que la misma lucha democrática ha logrado consolidar. 

RECUERDOS QUE MIENTEN POCO

Pero para tratar de comprender como es que la violencia política – que hoy viste tanto los discursos del odio como los ensayos negacionistas – ha logrado establecerse como horizonte de sentido, hace falta entender que la penetración cultural ha sido posible dada los resultados adversos en las batallas culturales libradas.

Y si bien no todas fueron derrotas, la penetración cultural ha logrado por goteo establecer una serie de coordenadas en la cual la dominación queda velada ante el consenso, dado que ha logrado establecer un horizonte de lo decible donde las reglas primeras han sido suplantadas estableciendo una nueva “racionalidad”. Racionalidad que funda, así mismo, un hacer y un pensar que siempre están presentes cuando decimos lo que decimos y hacemos lo que hacemos, pero que no necesariamente son visibles. No obstante, resulta difícil realizar una distinción de lo que es puramente racional ya que en su sabia organización del caos han logrado, también, organizar el sentido por dónde van los afectos  y las emociones.

Esa racionalidad establece una gramática que no necesita imponerse sino que es acogida desde una afectividad que vuelve lógico lo irracional; los individuos y las comunidades se subjetivan y adquieren una experiencia concreta del mundo desde un nuevo ángulo, que los lleva incluso a sostener los discursos y las prácticas de las clases dominantes.

OTRA VEZ LO MISMO: UN CAMINO HACIA LA DESHUMANIZACIÓN DEL OTRO

Más allá de ensayar una explicación de cómo se ha logrado instalar la violencia política como horizonte, al punto que se reivindique el Terrorismo de Estado, la pregunta sigue estando en el proceso por el cual el símbolo se transforma en acción violenta desinhibida.

Lo primero que señalamos es que el estar expuestos permanentemente a los discursos exacerban el odio y promueven la violencia, lleva a la normalización de la misma y al reforzamiento de los prejuicios contra aquellos que son percibidos como los enemigos de la sociedad: durante más de 15 años dieron el encuadre por el cual el pueblo debe odiar Cristina. Recordemos también que el diputado nacional del PRO por la provincia de Neuquén, Francisco Sánchez, pidió abiertamente la pena de muerte para con ella.

Es un proceso de desensibilización que reduce la capacidad de las personas de reconocer que esos discursos son ofensivos y que reproducen un patrón de violencia: al momento del atentado contra la ex presidenta hubo más de un periodista psicópata que intentó justificar el accionar terrorista contra la ex mandataria recurriendo a las causas del Lawfare. Recordemos el título de Clarin: "la bala que no salió y el fallo que sí saldrá".

La puesta en escena constante de este tipo de discursos reinscribe una correlación de fuerza que busca establecer en el campo popular un sentido desmoralizante, ya que el poder de la impunidad desde donde se enuncia, se deja ver en la ausencia de condena social y en la exacerbación mediática. Es un dispositivo que refuerza la orientación en el que el poder se manifiesta como absoluto, y esto ya lo remarcamos más arriba, su efectividad está dada a partir que pasa ante las audiencias como mero acto de "opinión" o un acto de la libertad de expresión.

Del mismo modo que decimos que los discursos de odio es violencia política, el discurso negacionista no es más que la reivindicación del genocidio y del Terrorismo de Estado.