Nayib Bukele ganó la elección del pasado 4 de febrero con un amplio margen pero con fuertes inconsistencias republicanas y constitucionales. Así, El Salvador es un ejemplo más de que la erosión de valores democráticos sumado al hartazgo social pueden ser un combo explosivo y letal para las democracias, fomentando el crecimiento de regímenes políticos híbridos como el autoritarismo competitivo.

Los autores Steven Levitsky y Lucan A. Way han desarrollado el concepto de autoritarismo competitivo, donde a continuación citaré alguna de sus características según los autores: la primera es que “a pesar de que en el autoritarismo competitivo son las instituciones democráticas formales, el medio principal para obtener y ejercer la autoridad política, los funcionarios violentan recurrentemente todas las reglas de la democracia para impedir un cambio en el funcionamiento del poder, creando un campo de juego político muy desigual entre el gobierno y la oposición”.

Mientras que la segunda indica que “bajo este tipo de regímenes los funcionarios disponen arbitrariamente de los recursos del Estado, abusando de su empleo durante las elecciones. Bloquean o limitan el acceso a los opositores a los medios de comunicación. Persiguen a los candidatos de oposición y a sus seguidores, así como a periodistas disidentes, críticos del gobierno. Emplean el espionaje contra los opositores, la amenaza, el arresto, el exilio, llegando en ocasiones a asesinar.”

Vale aclarar que este régimen “híbrido” puede ser tanto de izquierda como de derecha. Veamos algunos datos como evidencia de autoritarismo competitivo. Sacar el 85% de los votos es un dato, a priori, sospechoso. En Argentina ni Gildo Insfrán pudo batir ese récord. En palabras leves – políticamente correctas –, la Misión de Observación Electoral (MOE) de la Organización de Estados Americanos (OEA) lo calificó como una “inequidad en la contienda”.

Pero la cosa no termina acá. Es la primera elección que se celebra bajo un régimen de excepción desde la firma de los Acuerdos de Paz de 1992. Curiosamente, el fuerte del presidente es haber combatido exitosamente a las pandillas a costa de muchas denuncias de organizaciones internacionales por violación de los Derechos Humanos. A esto le podemos sumar que por primera vez desde la vigencia de la Constitución Nacional de 1983, un presidente en funciones compite por un segundo mandato presidencial inmediato.

Algo tan simple como una candidatura no constitucional pero de igual manera se presenta. ¿Cómo lo logró? Empezó con una terrible polémica: la modificación del Código Penal por parte del gobierno para agregar como una figura delictiva ligada al fraude electoral, con penas de 10 a 15 años, para “aquellas personas que dificulten la inscripción de candidaturas que cumplan requisitos establecidos en las leyes”. En otras palabras, quien denunciaba la candidatura de Bukele podría ir preso por “fraude electoral”. Una macabra genialidad.

Siguiendo por aguas turbias, hubo otra polémica resolución el 3 septiembre de 2021 con la que la entonces nueva Sala de lo Constitucional del CSJ (Corte Suprema de Justicia) le dio luz verde a la reelección presidencial inmediata. Lo “curioso” es que los magistrados de dicho órgano habían sido nombrados el 1 de mayo por la Asamblea Legislativa en la que ya tenía mayoría absoluta Nuevas Ideas, el partido con el que Bukele gobierna El Salvador desde 2019.

Ahora bien, mientras todo esto pasa, según la medición de Latinobarómetro, Bukele es el presidente latinoamericano con mejor imagen. Basa su apoyo en una exitosa campaña de seguridad a costa del avasallamiento de derechos humanos y poderes republicanos.

Por eso le pregunto a los lectores: ¿qué está pasando con los valores democráticos? La alternativa del autoritarismo competitivo es peligrosa y no deseable, pero frente al hartazgo de la sociedad civil toma, lamentablemente, mucha robustez. Frente a su avance en varios países como Venezuela, Rusia, Nicaragua… ¿Estamos a tiempo de detenerlo?