¿Por el camino de la renovación?
Antes de que se agudizara la tensión cambiaria y de que explotara el escándalo de las coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), algunos sondeos que auscultan las creencias, actitudes y preocupaciones de la ciudadanía ya le traían malas noticias al gobierno de Milei. Pero esos mismos números también acarrean un llamado de atención para la principal fuerza opositora.
En una nota reciente analizamos algunos resultados de la última “Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública” (ESPOP), realizada por un equipo de reconocidos especialistas de la Universidad de San Andrés. Se trata de un sondeo de alcance nacional que se realiza cada dos meses; en este caso, se recogieron los testimonios de 1012 personas entre el 11 y el 21 de Julio del corriente año a lo largo de todo el país. Voy a limitarme a considerar tres puntos.
En primer lugar, una conclusión central que podemos extraer de la ESPOP enciende una luz amarilla para las falanges del oficialismo. Con marcada claridad emerge una creciente insatisfacción ciudadana con la marcha del país bajo el gobierno de La Libertad Avanza: la satisfacción cae en todos los segmentos de la población. Así, el 41% de los encuestados se declara “muy insatisfecho”, el 20% “algo insatisfecho”, mientras que en el otro extremo del espectro solamente el 9% se reconoce como “muy satisfecho”, acompañados por un 28% que se declara “algo satisfecho” (un 2% no sabe o no contesta).
Cuando observamos este rechazo desde el ángulo político-ideológico asoma un fenómeno de particular interés. Entre quienes transitan por las veredas políticas más alejadas del gobierno el nivel de insatisfacción es –obviamente- mucho más alto que en el promedio (83% en la izquierda y 77% en la centro-izquierda), pero es muy sugestivo que el 49% de los encuestados que se consideran de centro se ubican como “muy insatisfechos”; por su parte, entre quienes están más cercanos a las ideas libertarias, el 11% de centro-derecha dice estar “muy insatisfecho” y el 14% de los votantes de derecha tiene idéntica opinión.
En segundo término, este alto nivel de insatisfacción se conecta con un paulatino desplazamiento de los asuntos que más preocupan a la sociedad. Mientras a mediados del 2024 la inflación todavía estaba en el podio de las preocupaciones públicas, en la actualidad el perfil de la inquietud ciudadana ofrece rasgos sensiblemente diferentes: encabeza la medición el tema de los bajos salarios (36%), se mantiene arriba la inseguridad (32%), pero irrumpe en tercer lugar la falta de trabajo (32%), y un poco más atrás, la pobreza (29%); y hay que descender al décimo puesto –aunque por estos días sea el caballito predilecto de campaña esgrimido por Milei- para encontrarse con la inflación (14%), que corre atrás de la corrupción (27%), la clase política (27%), la educación (17%), la salud (17%) y el endeudamiento externo (16%).
En tercer lugar, de los datos de la ESPOP también podemos derivar un llamado telefónico para la oposición. Por de pronto, para una mayoría contundente (el 70% de los encuestados) el peronismo sigue siendo el principal partido opositor al gobierno, y esta medición no registra sensibles variaciones discriminada por género, edad, clase social o adscripción ideológica. De todos modos, no está demás observar que esa creencia es más fuerte en los hombres (76%) que en las mujeres (65%), en los mayores de sesenta (78%) que en los más jóvenes (57%), en la clase alta (75%) que en los estratos de menores ingresos de la pirámide social (68%), y entre quienes se reconocen de derecha (74%) que entre las personas de izquierda (70%).
Ahora bien, el problema fundamental que asoma de este lado del mostrador es que la oposición está huérfana de un liderazgo claro, competitivo y promisorio. En el mejor de los casos, está avanzando por una ruta de transición entre lo que en la actualidad aparece con una nítida fisonomía opositora pero ya sin gran futuro político, y lo que tal vez tenga proyección hacia adelante pero todavía debe ganar altura.
La pregunta en torno a cuál es actualmente el líder de la oposición recibió las siguientes respuestas: Cristina Fernández de Kirchner (38%), “no hay un líder de la oposición” (22%), Axel Kicillof (14%), “no sé” (13%), “prefiero no responder” (5%), Juan Grabois (2%), Mauricio Macri (2%), Sergio Massa (2%), y luego un variopinto abanico de dirigentes (Horacio Rodríguez Larreta, Miguel Ángel Pichetto, Facundo Manes, Guillermo Moreno y Martín Lousteau), que entre todos arañan un 2%.
Que la persona considerada como la principal dirigente de la oposición tenga setenta y pico de años, esté presa y se encuentre electoralmente inhabilitada a perpetuidad por hechos de corrupción no es un buen comienzo para reconstruir un armado opositor. Pero el dramatismo judicial de la situación no debería hacernos olvidar un dato político no menos clave: el diferencial de imagen negativa que tiene CFK (-38) sigue siendo muy alto; en número crudos, el 54% tiene una imagen muy mala de ella y un 12% una imagen mala contra los que tienen una imagen buena (13%) o muy buena (15%). En este rubro, además, la familia tampoco ayuda: Máximo Kirchner tiene el peor diferencial de imagen negativa (-54), entre los dirigentes que midió la ESPOP, solamente superado por el impresentable Alberto Fernández (-80). Ya veremos si las elecciones intermedias introducen cambios significativos en este panorama.
Como advertimos en la nota previa, estos datos fueron recogidos antes de la disparada del dólar, del salto astronómico de las tasas de interés y del estallido del escándalo de corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), que involucra directamente a los hermanos Milei. Pero también señalamos que no estamos habilitados a realizar una traducción mecánica entre in/satisfacción ciudadana, preocupaciones sociales e intención de voto (cosa que no mide la ESPOP).
Con estos números en la mano, a la oposición le toca –más allá de estos comicios legislativos- una tarea que no es menor. Dejando entre paréntesis a CFK, si sumamos los que opinan que “no hay un líder de la oposición” con los que no pueden ubicar en el espectro político visible a un liderazgo opositor emergente, hay un 35% de encuestados que no encuentran referentes políticos claros.
Frente a este panorama, el peronismo en particular, y el campo progresista en general, enfrentan el desafío de iniciar un proceso serio, responsable, autocrítico, de renovación de narrativas acerca de cómo llegamos hasta aquí, dónde estamos y cómo salimos de nuestros actuales problemas: repetir las viejas canciones económicas del kirchnerismo conlleva el menudo riesgo de reiterar los mismos errores que nos trajeron a Milei.
Pero esas narrativas no pueden quedarse en meras inflexiones discursivas, en producciones de consumo mediático o en eslóganes electoralistas, sino que tendrán que plasmarse en proyectos concretos de orientaciones de políticas públicas en campos estratégicos. La verdadera “batalla cultural” que el progresismo argentino tiene por delante no es discutir con Agustín Laje, Victoria Villarruel o el Gordo Dan; aunque no haya que rehuir a esas querellas, debería quedar claro que estos especímenes habitan en la Edad Media, y se corre el riesgo de retrasar el reloj de la historia mirando el futuro con el espejo retrovisor.
El desafío más profundo consiste en superar las malas herencias del populismo de izquierda. En particular, anoto dos campos fundamentales: por un lado, asumir como propia la lucha frontal contra la corrupción en el marco de la reconstrucción republicana de los poderes del Estado; por otro, incorporar las mejores lecciones de la socialdemocracia chilena, del Frente Amplio uruguayo o de “Lula” en Brasil: sin estabilidad de precios, prudencia fiscal y compromiso con la competitividad sistémica no hay posibilidad de cimentar un proceso genuino, sostenido y sostenible de crecimiento económico con inclusión social.
Claro que nada de esto será muy verosímil sin sumar algunas nuevas figuras políticas en el menú principal de ofertas electorales. No estoy diciendo que será un reto fácil, pero tampoco estoy pensando en la Revolución Francesa: integrar a actores identificados con sectores, luchas y categorías sociales especialmente afectadas por las políticas de La Libertad Avanza, que puedan contar de manera creíble -en primera persona- sus padecimientos, puede ser un buen principio.
De los datos recabados por la ESPOP no perdería de vista el hecho –señalado más arriba- de que el 49% de votantes que se ubican en el centro del espectro político se declaran en la actualidad como “muy insatisfechos”; muchos de ellos votaron a Milei por una mezcla de bronca frente a lo que había y de esperanza por el cambio, pero están lejos de las creencias, los valores y las actitudes propias de la ultraderecha libertaria. Es una franja del electorado que será decisiva de cara a los comicios presidenciales por venir y que difícilmente se la reconquiste ofreciéndole lo mismo que en el pasado fracasó.
Porque más allá de la importancia de estas inminentes elecciones legislativas, todos y todas sabemos que la pelea de fondo se jugará en el camino hacia el 2027.