Comenzaré haciendo una defensa de la tan maltratada neutralidad y, hacia el final, daré una posible respuesta sobre la coherencia de la neutralidad en tanto posición ético-política posible. Cuando en una instancia de ballotage una persona, grupo o agrupación política expresa públicamente su neutralidad, no solo está diciendo que no toma públicamente partido por alguno de los candidatos que compiten en esa segunda ronda, sino que además está diciendo otras cosas. ¿Qué cosas quedan implícitas detrás de un pronunciamiento de neutralidad?

La primera es que, cuando un grupo compitió con sus candidatos y no logró llegar a tal instancia, comunicar la neutralidad implica sostener un capital político importante dentro de la esfera pública, a saber: su identidad política. Tanto para los que perdieron como para los que están dentro del ballotage, la elección entre dos candidatos, abre dos claros desafíos: si se va a sostener la identidad política con la que habían competido y con ello se va retener el valioso stock de la coherencia política o si se va a desdibujar esa identidad en función de ocupar algún espacio en la administración del poder en caso que la opción en cuestión gane. Desdibujar la identidad política o no, esa es la cuestión. Si se la desdibuja y, contorsionismo político mediante,  se va en ayuda del ganador, se pierde la opción en el futuro próximo de constituirse como la referencia clara de la oposición además de que queda una “mancha” en la historia del partido o del político en cuestión. Si no se la desdibuja a la identidad y se sostiene cierta coherencia, se puede perder el objeto propio de la ambición política que no es otra cosa que la administración del poder para poder llevar adelante las transformaciones en las que se cree.

Ahora bien, llevemos el problema a otro terreno, ¿qué pensaríamos de nuestro equipo de fútbol si después de perder una semifinal le ofrece al ganador todos sus jugadores para que los use como quiera en la final? ¿Qué pensaríamos de aquel que perdió pero aún así quiere subirse a la final? Por otro lado, ¿qué pensaríamos del equipo que jugará la final y acepta desplazar jugadores propios para traer a los antes derrotados? ¿La incorporación de los derrotados se hace en plano de igualdad o serán subalternos? De lo anterior se sigue otro dilema, ¿son las instituciones las que se amoldan a las prácticas y ambiciones políticas de los partidos, candidatos o frentes, o son más bien las prácticas las que deben terminar amoldándose? Las identidades líquidas consolidan democracias quebradizas y descarnadas. Sostener la identidad política de un político, un partido o de un frente, permite que no se desconfiguren las coordenadas del mapa político donde buscamos inscribir a quienes nos representan. Inscribir nuestras prácticas a las instituciones en las que competimos, fortalece tanto a las prácticas democráticas como a las instituciones democráticas. Con instituciones democráticas con sustancia democrática nunca hay un salto al vacío.  

En segundo lugar, me gustaría dejar en claro qué más dice una posición de neutralidad en una democracia bien entendida: que se considera un respeto igualitario a la pluralidad de concepciones. Aquí es importante traer un punto en relación a los modos en los que desestima la neutralidad como posición. Muchos políticos, partidos, frentes, periodistas,  impugnan a los neutrales con una adjetivación bíblica: tibios. ¿Qué problema político hay con la tibieza? Es que en el pasaje bíblico, literalmente apocalíptico dado que está en esa parte de la Biblia, Dios vomita sobre ellos. ¿Qué hay detrás de toda esta impugnación político-térmica? Claramente, lo que hay detrás es un modo apocalíptico de ver el mundo. No es una cuestión ética sino ontológica mediada por lo térmico. Ahora bien, el señalamiento de la tibieza, debería hablar más del mundo que tienen en la cabeza quienes emiten ese juicio que de sus destinatarios. Pensar lo político en esa clave maniquea, mesiánica, dicotómica demuestra un vacío de tolerancia con quienes piensan, creen y sienten que no todo se reduce a lo frío o lo caliente, blanco o negro. Esa mirada es claramente perjudicial para la democracia liberal de una sociedad plural porque quien no acepta la neutralidad, busca reducir, simplificar, achicar el amplio y heterogéneo rango de lo político a categorías perjudiciales para el ámbito público y para la construcción política. Esa exigencia de que Usted tiene que expresarse públicamente entre dos opciones que no son las que tenía en principio puede leerse de dos modos. Uno, busca validar una mirada pobre donde no existen grises y todo se reduce al clivaje amigo o enemigo, nosotros o ellos. Dos, expresa un síntoma de microautoritarismo que contraría que pueda haber pluralismo. No aceptemos esas reducciones en nuestra mirada de lo político porque es una jibarización injustificada. Cuando la democracia está llena de problemas, la pluralidad es la clave para impedir que prospere alguna posición que sostenga que la democracia es el problema.

Por último, en tiempos donde peligrosamente la discusión política se ha vuelto a teñir de referencias religiosas, me gustaría decir que la neutralidad es una expresión política pública válida y valiosa dentro de una democracia liberal que aprecia la pluralidad de concepciones.

Ahora bien, ¿cómo deberían votar los neutrales? Recordemos una vez más que cuando alguien se asume neutral, no está expresándose públicamente por una opción, no obstante, eso está lejos de ser algo así como inculto político que no logra ver diferencias entre las opciones en pugna. Solo un analfabeto político dejaría de hacer un control de daños entre las opciones de acción que tiene: votar por A, por B, en blanco o impugnar. De aquí que, abstenerse de expresar en público una posición, no impide poner un voto afirmativo (esto es, que no sea en blanco ni impugnado). Ser un actor político que se asume neutral y que busca actuar de modo coherente implica tomar una decisión in foro interno- sin publicitarlo para no romper la neutralidad- y apoyar positivamente aquella opción que entiende una idea de democracia en la que no lo ven como un enemigo a eliminar –ni a él ni a otros-, donde no lo ven como el recipiente de un vómito divino. Para terminar, ¿cómo un ciudadano que se declara neutral podría votar por una opción que lo tilda de débil, pusilánime, tibio, etc.? ¿Cómo un ciudadano que se declara neutral podría votar en blanco y habilitar la opción de la moneda en el aire donde puede terminar ganando ese partido cuyas categorías son tan rígidas y excluyentes?  Nadie que acepte la neutralidad como una posición válida y valiosa podría permitir mediante su voto que pueda ganar una opción que busque eliminar la neutralidad.