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Desde lejos no se ve - Los Piojos

En la antesala de las elecciones presidenciales de 2023, se estrenó “Javier Milei: La Revolución Liberal”, dirigida por Santiago Oría (responsable de las campañas audiovisuales de Milei). El documental, de unas dos horas de duración y unas dos millones de reproducciones en YouTube, cuenta los inicios en política de Javier Milei como figura mediática televisiva y de las redes sociales, su llegada a la Cámara de Diputados en 2021, la génesis de La Libertad Avanza y la campaña que finalmente lo llevó a la presidencia.

A partir de material de archivo y entrevistas con figuras clave para el armado (algunas de ellas a la fecha expulsadas del universo libertario, como Ramiro Marra y Victoria Villarroel), el documental retrata la estrategia comunicacional y la construcción de una identidad política basada en el liberalismo económico y la confrontación con el establishment político tradicional. 

Dos años después, las promesas de ruptura con “la casta” y de refundación del orden económico, social y moral argentino, enfrentan su primer gran test: el de la gestión del poder. ¿Puede sostenerse una revolución desde el gobierno? ¿Puede una fuerza antisistema sobrevivir como sistema? ¿Y qué ocurre cuando lo que se plantea como “revolucionario” parece más un regreso a un pasado idealizado, el paraíso perdido, el momento en que Argentina”se jodió”?

Si bien las miras están puestas en las elecciones nacionales del 26 de octubre cuando se voten 127 Diputados y 24 Senadores, el cronograma de elecciones del 2025 inició con las elecciones santafecinas del 13 de abril en las que se votaron convencionales constituyentes para reformar la constitución provincial y se realizaron las PASO para cargos locales (dato de color, los comicios tuvieron la participación electoral más baja en la provincia desde la vuelta a la democracia, un 55% del padrón). Este domingo se vota en cuatro provincias (Jujuy, Salta, San Luis y Chaco) para cargos legislativos y desde el oficialismo jugaron más o menos directamente con listas afines o alianzas como en Chaco (la primera oficial con la UCR y sin el PRO). La próxima escala serán las legislativas porteñas del 18 de mayo, donde la Libertad Avanza realizó una apuesta fuerte llevando como candidato al vocero presidencial Manuel Adorni, contrarrestando el efecto “desnacionalizador” que intentó impregnarle al pago chico el Jefe de Gobierno, Jorge Macri, al despegarlas de las elecciones nacionales. 

A priori, el escenario no podría ser más favorable para el Gobierno: las principales fuerzas políticas aún no logran recuperarse del golpe electoral de 2023, atrapadas en disputas internas, el toma y daca de gobernadores y legisladores para obtener ayuda del Estado Nacional y el constante drenaje de figuras hacia el oficialismo. En el peronismo, con sus múltiples variantes orbitando el universo kirchnerista, los protagonistas se asemejan a esas familias distanciadas que ya ni recuerdan el motivo de su pelea. La reciente caída del proyecto de Ficha Limpia, podría precipitar la reconfiguración del escenario electoral en la Provincia de Buenos Aires (“la madre de todas las batallas” donde, a la fecha, los bonaerenses no saben si habrá PASO y si efectivamente votarán el 7 de septiembre) y Cristina Kirchner termine por definirse si jugará o no en las elecciones, cómo y dónde, si en el plano provincial o nacional.

Por el lado del PRO, éste se parece cada vez más al radicalismo post colapso de la Alianza: un partido con presencia territorial que reinterpreta su propia historia evocando a un supuesto pasado glorioso y un liderazgo cuestionado que retiene cada vez menos figuras. La presencia de Macri, Mauricio, al frente de la campaña del PRO y la apuesta con candidatos de primera línea a la cabeza de la lista, pareciera que adelantará un duelo de alta tensión por la conducción de una parte del electorado que busca conquistar la Libertad Avanza.

Retomando, en términos generales, estas elecciones (salvo una catástrofe) podrían permitirle al Gobierno construir fácilmente un relato victorioso a nivel nacional, ya que siendo una fuerza nueva son pocas las bancas que renueva y por nuestro sistema de distribución de bancas tendría mayor peso en el Congreso. Como ejemplos concretos, sin aliados más o menos circunstanciales, la Libertad Avanza tiene 25 escaños en Diputados y 5 en el Senado, poniendo en juego 8 en la primera cámara y ninguno en la segunda. 

Desde ya que la situación económica marcará el pulso y los esfuerzos del Ejecutivo en la campaña estarán puestos en mostrar una recuperación económica y una baja de la inflación. Sin embargo, si hacemos doble clic en los indicadores económicos la situación latente no resulta tan alentadora. Según el INDEC, si bien a mayo de este año se registró una recuperación interanual de la economía en torno al 5,7% y la inflación en lo que va del año acumula un 11% de variación respecto al año anterior (e interanualmente se ubica en torno al 55,9%, una baja importante en comparación con el 117,8% registrado en todo 2024), la actividad industrial cayó en marzo un 4,5% respecto al anterior y lleva en lo que va del año una caída del 6,8%, las ventas en los supermercados cayeron alrededor del 9,3% y se observa un aumento de las importaciones por sobre las exportaciones. Estos datos también se palpan en la percepción de los ciudadanos de a pie con un aumento de la imagen negativa del Gobierno y el Presidente, así como un creciente descontento con la situación y las expectativas económicas. Eso sin contar la perdida del poder adquisitivo por parte de jubilados y empleados públicos y la presión del Gobierno para cerrar paritarias a la baja del índice inflacionario, así como aumentos en las tarifas. En resumen, el Gobierno promete el orden del mercado, pero enfrenta la amenaza del desorden de la economía real: caída industrial, consumo en picada y malestar social creciente.

Sin embargo, hay dos cuestiones de fondo para el Gobierno que resultan trascendentales y son lo que realmente está en juego, lo que podríamos denominar el ethos, el corazón del relato libertario: las ideas de revolución y batalla cultural (sobre esta última ya hablamos en una nota anterior). 

Tal como señalábamos al comienzo, desde sus orígenes Milei presentó su proyecto político como una "revolución liberal": una transformación profunda del sistema político y económico argentino destinada a erradicar lo que denomina "el modelo de la casta". Para Milei y los sectores más fieles del oficialismo, esa transformación solo puede surgir desde afuera del sistema. En ese marco, adquiere fuerza una narrativa casi mística —“las Fuerzas del Cielo”, como se autodenominan los seguidores más fervorosos—, acompañada por la potente metáfora del Presidente empuñando una motosierra dispuesto a arrasar con todo.

Sin embargo, esta ruptura parece estar en tensión permanente: ¿cómo sostener un proyecto antistema desde el poder institucional? ¿Qué pasa cuando el antistema se vuelve el sistema? ¿Se puede vivir en un estado de revolución permanente? Y más “terrenalmente” ¿cómo conciliar las expectativas de quienes votaron mayoritariamente a un Gobierno quizás sin esperar una ruptura abrupta con el pasado? 

Para pensar estas tensiones, puede resultar útil volver al propio concepto de “revolución”, que no nació en la política sino en la física, donde designa el movimiento de un cuerpo alrededor de otro mayor —como la Tierra alrededor del Sol—, un ciclo que concluye en el mismo punto de partida. En otras palabras, implica un retorno al origen tras completar una vuelta completa.

El "préstamo" del concepto hacia otras disciplinas de las ciencias sociales sirvió para reflejar cambios traumáticos y de visión del mundo, equiparables a la ruptura con la tradición astronómica greco-romana que mantuvo a la Tierra como epicentro del universo hasta que se dio "el giro copernicano" en el siglo XVI y la ruptura epistemológica que implicó decir que es la Tierra la que gira alrededor del Sol. Un verdadero cambio de paradigma, con consecuencias profundas e irreversibles. 

A la luz del apogeo y consolidación del pensamiento científico, la propia construcción (o reconstrucción) sirvió para designar distintos cambios históricos profundos como "Revolución Neolítica", "Revolución Industrial", hasta la propia "Revolución Científica". Incluso autores clásicos como Platón, Aristóteles o Maquiavelo no utilizaron el concepto de “revolución” para reflejar el paso de una envergadura tal que afectara los planos político, económico y social. Es recién con la Revolución Inglesa (1688-1689) y la Revolución Francesa (1789) que se plantea como una vuelta a un estadio original anterior de una paz idílica (recordemos al buen salvaje rousseauniano) que dejara atrás el ejercicio despótico del poder. Sin embargo, el devenir de la propia Revolución Francesa planteó la necesidad del surgimiento de un nuevo orden que asegurara la libertad y la promesa de un futuro mejor para el pueblo. Pero la ruptura con el viejo orden requiere del uso de la violencia.

Es con Marx que la revolución se volvió un instrumento verdaderamente superador de la opresión política y, sobre todo, de la liberación de las fuerzas productivas, una suerte de hito rupturista del capitalismo hacia una etapa final de sociedad sin clases. En el caso de las primeras Revoluciones Socialistas en el siglo XX, se plantearon los debates sobre un estado de revolución permanente que se expandiera internacionalmente. Aunque la propia historia nos muestra que ya sea en Cuba, la URSS, China o incluso en el socialismo del XXI de Venezuela, llega un momento que se genera una especie de status quo que burocratiza y anquilosa cualquier tipo de cambio político, económico y/o social. Siguiendo al politólogo italiano Gianfranco Pasquino, el estado de revolución permanente, se encuentra en un punto práctico con el límite inviable de que el propio sistema político genere en un nuevo status quo y eventualmente surjan nuevas contradicciones y crisis que podrían no ser contenidas. Paradójicamente, algunas cuestiones son tan profundas que pueden generar rupturas y hasta cambios de paradigma.

¿Pero qué pasa cuando el cambio de paradigma implica realmente mirar hacia atrás? ¿Qué tanto hay de eso de que todo pasado fue mejor? ¿Es “La Revolución Liberal” realmente una “revolución” o en realidad estamos hablando más bien de una “restauración”? En “La larga agonía de la Argentina peronista”, Tulio Halperín Donghi advirtió que las mal llamadas "revoluciones" militares del siglo XX argentino —la Revolución Libertadora de 1955 y la Revolución Argentina de 1966— fueron en realidad, intentos de restauración de un orden perdido: liberal, institucionalista, y profundamente excluyente. ¿No es acaso ese el corazón del relato mileísta? ¿No hay en su rechazo furioso al Estado, a la justicia social, a los derechos laborales, una nostalgia por un país anterior al peronismo? La dictadura cívico-militar que se hizo con el poder el 24 de marzo de 1976, fue más frontal y aunque buscaba lo mismo que sus antecesoras, eligió autodenominarse “Proceso de Reorganización Nacional”.

Tal vez, más que frente a una revolución sobreideologizada, estamos ante una restauración con ropaje disruptivo, transgresor y rupturista.