Argentina se encamina a un nuevo balotaje. Lo disputarán Unión por la Patria, ganadora de la primera vuelta y La Libertad Avanza, que le siguió en cantidad de votos válidos afirmativos.

Esas dos oraciones, que podrían ser la bajada de un título en un portal de un medio extranjero en la noche del domingo, son engañosamente simples. Para quienes siguen con módica atención los avatares de la política nacional, estos últimos 60 días fueron agobiantes. Naderías, claro, comparados con la realidad de quienes no pueden hoy satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, vestimenta, salud, educación, ni gozan de una vivienda digna.

Los resultados del 13A fueron explosivos. Quién se impondría en la interna de Juntos por el Cambio, y cuál era el verdadero peso electoral de La Libertad Avanza eran las dos grandes incógnitas. Personalmente, el domingo a la noche me conmovió más el develamiento de la primera que de la segunda.

Las primeras lecturas se organizaron en torno de 3 grandes cuestiones: 1) La Libertad Avanza perjudicaba electoralmente tanto a Juntos por el Cambio como a Unión por la Patria; 2) las Redes Sociales importaban más que el territorio y las estructuras partidarias; 3) ¿De qué manera contener el aparente huracán? (es decir, ¿cuál era la mejor manera, si es que había una, de detener ese momentum electoral, de cara al 22O?)

Se abría, entonces, una campaña de cara a las Elecciones Generales, en que los desafíos parecían muy claros. Sergio Massa debía revertir la relativa falta de acompañamiento en el Conurbano, donde el corte de boleta había sido llamativamente alto en algunos distritos, y poner en movimiento a las dormidas estructuras de los peronismos provinciales. Patricia Bullrich podía confiar en el aumento de la participación electoral propio de las generales, que refleja la movilización de la población +65 (mayoritariamente inclinada a votar a Juntos Por el Cambio); pero esencialmente, debía retener la adhesión del votante de Horacio Rodríguez Larreta, encontrando el tono preciso para su discurso. La fuerza ganadora, finalmente, tenía que mantener lo conquistado para entrar al balotaje (tarea nada sencilla para un espacio con emisores mediáticos como el propio Milei, Ramiro Marra, o Lilia Lemoine). Y si recibía un aluvión de apoyos nuevos de quienes no sólo simpatizaban, sino que ahora también podían ver que era útil votarlo, quizás, llevarse todo puesto y ganar en primera vuelta.

Sergio Massa hizo muy bien lo que tenía que hacer. Había sacado algo menos de 6,5 M de votos en las PASO, y obtuvo un 50% más en las generales. Creció mucho en el norte y en la Patagonia, ganando en varias provincias, sí. Pero el desempeño mejor, en términos proporcionales, lo logra en los principales distritos en términos de población, donde no gana necesariamente, pero crece mínimo 50%, y de ahí hacia arriba (PBA, Córdoba, Santa Fe, CABA y Mendoza).

Patricia Bullrich no pudo resolver sus desafíos. En parte, porque insistió, en los últimos 25 días, con un eje que parecía, a ojos externos, carente de la potencia de otrora: eliminar al kirchnerismo. No había mucha marca kirchnerista rodeando la campaña de Massa, su discursos y propuestas; antes bien, todo lo contrario. Pero en parte también, como consecuencia de la misma interna en que resultó victoriosa.

Las fuerzas políticas evitan la competencia interna, y más aún las internas sangrientas, por dos razones. La primera, para ganar elecciones internas hay que movilizar a unas bases no siempre dispuestas de buena manera; las que si lo están, y son las más activas, son también las más extremas. Estimular esa participación, apelando a un discurso que apunte al corazón de las preferencias de esas bases, marca un tono de la campaña y unas consignas que, luego de ganar la primaria, debe abandonarse convincentemente, porque no interpelan a electorados más amplios a los que se dirigen en elecciones generales. Eso, sencillamente, puede salir muy mal: o se traiciona a los propios, o se fracasa en atraer a los indecisos o independientes.

La segunda razón es tan o más potente que la primera: una interna sangrienta, si no es debidamente zurcida desde el día 1 en que se dirime, puede impedir que los derrotados acompañen a los victoriosos en las generales. Patricia Bullrich no resolvió bien lo primero (el tono, el discurso), pero pretendió atender lo segundo demasiado tarde, convocando a Horacio Rodríguez Larreta a 10 días de las generales.

La Libertad Avanza no recibió masivos apoyos nuevos, tan sólo creció fuerte en Catamarca, Formosa, La Rioja y Entre Ríos, y en general mantuvo el caudal de apoyos recibido en las PASO.  Le alcanzó para ser segunda, y disputará con el candidato oficialista la presidencia en noviembre. La cosecha, hasta aquí, no ha sido nada despreciable. Un bloque de 40 diputadas/os en la Cámara Baja, y 8 senadoras/es en la Cámara Alta, y niveles de atención y exposición inéditos para una fuerza que no existía cuando comenzó esta década.

Hacia adelante, dos cuestiones: la primera, cuál será el eje de la campaña al balotaje. La apuesta de Javier Milei es a poner en el centro a la Economía y al kirchnerismo: apela al voto antiperonista de Juntos, pero también al voto antikirchnerista del cordobecismo, y de sectores de la izquierda. Sergio Massa, por el contrario, buscará centrar la discusión en torno a ejes que lo favorecen: la democracia, el orden y la previsibilidad. Quien imponga su encuadre, estará en mejores condiciones de calzarse la banda presidencial y el bastón, y conducir los destinos de este país para los próximos cuatro años.

A la vuelta de la esquina, lo esperan problemas importantes y urgentes. Deberá trabajar, para resolverlos, con un grupo más variopinto de Gobernadoras y Gobernadores. Y también con un Congreso más fragmentado, en el que será más costoso construir acuerdos y apoyos para impulsar reformas que ya no pueden esperar. Los primeros seis meses del año serán los más difíciles; no obstante, la economía dará un respiro que compensará las dificultades. Ello, en parte, porque ha vuelto a llover.

Y siempre que llovió, paró.