En los últimos 15 años asistimos a la consolidación de un cambio estructural del capitalismo que suele denominarse “capitalismo de plataformas”. Se han asentado tendencias de largo plazo como la conversión de las conductas humanas en datos (datificación), la sustitución de tareas por Inteligencia Artificial Generativa (IAG) (automatización), y la concentración de la información en plataformas digitales (plataformización). Este cambio estructural se hace visible en la emergencia de un liderazgo empresarial donde las corporaciones con base en las tecnologías de la información e IAG (Nvidia, Microsoft, Alphabet, Apple, Meta, Amazon) han desplazado a las tradicionales.

Este cambio estructural ha producido reconfiguraciones laborales a las que he denominado “heterogeneidad organizativa con homogeneidad en la precariedad”. Esto significa que los procesos de flexibilización y deslocalización han tenido un grado de desarrollo tal que han deslaboralizado a la población trabajadora homogeneizando las condiciones laborales en torno a la precariedad. Por ejemplo, formas tradicionales de flexibilización como la subcontratación se han complementado con la generalización del trabajo por cuenta propia en plataformas digitales donde proliferan los micro emprendedores que utilizan plataformas de comercio electrónico y redes sociales, los trabajadores de plataformas de reparto, y los freelancers vinculados a las microtareas en plataformas de crowdsourcing, entre otros tipos de trabajo.

De esta forma, las condiciones que ya eran precarias en los años 90 se acentuaron con el surgimiento de los nuevos trabajos. La ausencia de derechos laborales y los bajos salarios comenzaron a configurar el “trabajo típico” de los últimos 15 años.

Sin embargo, la precarización no se desprende per se del cambio estructural sino de tres aspectos que son políticos: un estado incapacitado para regular (y comprender) el cambio, las dificultades de las organizaciones sindicales para interpelar a los nuevos trabajadores, y la ausencia de una narrativa común a la clase que vive de su trabajo.

Si bien la precariedad tiene apariencia individualizadora, conlleva la potencialidad política para repensar lo común considerando, por supuesto, las limitaciones de la heterogeneidad organizativa. El ordenador ya no es el lugar de trabajo sino la condición compartida.

Es decir, la producción de valor no se encuentra restringida a la fábrica sino que, a través de las plataformas digitales, las corporaciones con base en las tecnologías de la información e IAG logran captar y monopolizar la cooperación social. Es la sociedad en su conjunto la que pone a disposición los datos que concentran un puñado de corporaciones empresariales. Por lo tanto, la fuente generadora de valor es todo el conocimiento que se comparte en las redes, el mayor problema es que queda concentrado y privatizado.

Dicha monopolización de la cooperación social es lo que configura la incapacidad estatal para regular este proceso, sobre todo en los países dependientes. Muchos analistas creen que el abandono del estado respecto a su rol sobre el bienestar de la población es solamente un problema de “malos dirigentes”, sin visualizar el poder instituyente de estas corporaciones para imponer su agenda de manera discrecional.

Si tomamos el caso de Uber, desde nuestras investigaciones hemos podido identificar los tres componentes que pasan por encima de las funciones del estado argentino: la desterritorialización del vínculo jurídico (en caso de conflicto las cuestiones no se definen en tribunales argentinos sino en el país donde está radicada la empresa); el contrato de adhesión a términos y condiciones de manera directa con los usuarios (sin atenerse a la normativa local, por ejemplo, en materia tributaria); y la elusión de la normativa laboral.

Dicha experiencia de plataformas deja aprendizajes que conviene profundizar. Al parecer, en la actualidad, la fuente generadora del valor se encuentra en la cooperación social en redes y en el conocimiento compartido mediante interacciones digitalizadas, en la mayoría de los casos, de manera voluntaria. Lo que hacen las plataformas es gestionar dichos conocimientos a través de datos.

Si quitamos el velo tecnológico encontraríamos que la base de la precarización sería el trabajo no pago o mal pagado que todos aportamos a diario pero que queda capturado por las corporaciones con base en las tecnologías de la información e IAG. Ya no se trata de la extracción de plusvalía en una fábrica, sino de la extracción de valor de la vida social.