Charles Sanders Peirce (1839-1914), uno de los padres fundadores de la semiótica, se propuso elaborar una teoría de los signos, ya que pensaba que nuestro acceso a los objetos no es directo, sino que está codificado. Peirce clasificaba a los signos en tres tipos, con relación al objeto que representan: ícono, índice y símbolo. El ícono es un signo que tiene una relación de semejanza con el objeto, por caso: un dibujo. El índice, en cambio, tiene una relación directa con el objeto representado: el humo es un signo que nos indica que hay o hubo fuego. Por último, el símbolo es un signo arbitrario, mediado por un lenguaje: son símbolos las letras y palabras de una lengua, por ejemplo.

La comunicación, disciplina que abreva de otras como la semiótica, privilegió los estudios centrados en los símbolos, dejando en un segundo plano a los íconos e índices. Probablemente, se privilegió la supuesta complejidad de los lenguajes creados por el hombre, y las interpretaciones que podemos hacer (fundadas o no) acerca de declaraciones y documentos. La construcción de campañas electorales, desde la comunicación política, y el análisis de ellas, desde el periodismo, siguieron la misma lógica: el foco central es analizar los símbolos que se construyen. Qué político dijo qué cosa, qué le contestó el adversario, cuáles son los argumentos en campaña y cómo los percibe el ciudadano, y, desde luego, las posibles interpretaciones que podemos hacer acerca de lo que se dijo o se quiso decir; la comunicación política parece estar atravesada por símbolos.

Ahora bien, dejando de lado las potencialidades de los íconos como herramientas de comunicación política, que bien podría ser materia de otra nota, podemos preguntarnos si no es momento de dejar de pensar tanto en el contenido de los discursos, lo simbólico, y poner la mirada en otro tipo de signos: los índices.

Propongo analizar tres indicadores, que pueden ayudarnos a pensar en lo que está en juego en esta campaña electoral.

El primero de ellos es la confianza en los partidos políticos a la hora de representar a la ciudadanía. Los datos de reciente publicación del Informe Latinobarómetro 2023 nos dicen que sólo el 20% de la sociedad argentina piensa que los partidos políticos funcionan bien. En cuanto a la satisfacción con el funcionamiento de la democracia en el país, el porcentaje cae de 51% en 1995 a 37% en 2023.

El segundo indicador tiene que ver con la participación electoral y su contracara: el voto en blanco y el abstencionismo. Hemos asistido este año a diversas elecciones provinciales en donde creció significativamente el voto en blanco, como en Tierra del Fuego y Jujuy, por ejemplo, y otras en las que se manifiestan niveles de abstención que son realmente preocupantes, como el reciente caso de la elección municipal de Córdoba, donde votó poco más del 60% del padrón.

Un tercer indicador, que bien puede relacionarse con los dos anteriores, tiene que ver con las respuestas, en términos de calidad de vida, que la política le está brindando a los ciudadanos. La situación se ha venido deteriorando en los últimos años: más del 40% de los argentinos están viviendo en la pobreza, según los datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA.

Los tres indicadores mencionados son tres índices: son signos de algo que pasa, que existe, como el humo nos indica que hay o hubo fuego. La apatía política, la baja participación electoral y la pobreza están acá, entre nosotros. No son discursos políticos, sobre los que tanto nos gusta debatir e interpretar. Lamentablemente, a la apatía ciudadana y la angustia social suele respondérsele desde la política con más mensajes: promesas no siempre claras y debates casi siempre agresivos.

Quizás sería importante que todos los que participamos de las campañas electorales, ya sea desde la política como desde el periodismo o el análisis político, pusiéramos sobre la mesa a esos signos que solemos dejar en un segundo plano, pero que nos pueden ayudar no sólo a medir mejor el pulso social actual sino también a comprender lo que puede estar por venir.