Caos postlibertario II: Milei, el killer del mito mitrista
Mitre construyó murallas, él instala desconexión y donde se aspiraba a un “nosotros” como sujeto político de la nación unificada, aparece un “ellos/yo” fragmentado
El 9 de julio de 2020, el diario La Nación reeditó el ensayo de Borges “La muralla y los libros”. Ni la fecha, ni el texto, ni el periódico me son indiferentes. Allí Borges plantea una reflexión a partir de dos grandes actos simbólicos estratégicamente ejecutados por el emperador Shi Huang Ti: la edificación de la Gran Muralla China y la quema de libros. Borges sugiere que ambos actos se vinculan íntimamente. Al erigir una muralla, fija un límite frente a lo otro, lo diferente, a la vez que encierra lo que está adentro. Y al quemar libros, impone un nuevo principio histórico, suprimiendo la tradición, las voces del pasado y la pluralidad de perspectivas. Para Borges, muralla e incendio son metáforas del poder que busca dominar el espacio y el tiempo, que intenta fijar una imagen uniforme del mundo, cerrada a la alteridad. Para el proyecto argentino de nación, Mitre fue Shi Huang Ti.
Amparado en la creencia metafísica de que “Buenos Aires era la nación misma”, tras la victoria de Pavón, la arquitectura del Estado-Nación que soñó Bartolomé Mitre no fue solo un diseño político, sino un acto de fe. En su proyecto, la frontera geográfica, configurada bajo la percepción infinita de las pampas, la meseta y el desierto patagónico, le debe haber parecido una muralla simbólica que contenía y detenía “la otredad”. Esos “otros” a quienes había que enajenar y despojar de la tierra, eran grupos conformados por caudillos provinciales, indígenas, mestizos y todos los intereses regionales que los reunían. Por eso, en un arresto de continuidad colonial, insistía en que el centro porteño debía crear el sentido del país. Para perpetuar la tradición virreinal hispánica, concebía que la metrópoli europea era el espejo roto de la Buenos Aires por venir. El muro del emperador chino, dice Borges, simboliza también “la defensa de la propia biblioteca”. Del mismo modo, el modelo mitrista pretende crear y cerrar la frontera no solo física, sino cultural e institucional, para delimitar una arbitraria historia argentina como proyecto único, homogéneo, aristocrático y liberal. La cultura porteña, virreinal, colonial, europeísta, blanca y criolla, se presentará como una biblioteca nacional civilizatoria que todos deberán respetar.
El 12 de octubre de 1862 (otra fecha no casual), Mitre toma el poder del gobierno argentino, pero recién en 1879 Julio Argentino Roca extenderá “la frontera”, sometiendo a las naciones y territorios originarios y estableciendo unilateral paradigma porteñocéntrico, construyendo una autoridad “patricia, aristocrática, militar y oligárquica”. Por supuesto, se alinea y articula, a su vez, con el modelo de negocios inglés, en el que el puerto de Buenos Aires se erige como palanca económica y como puerta de salida de la explotación de las riquezas territoriales (vacas y oro de Famatina). De este modo, la nación es concebida como un club cerrado, donde el poder provincial quedaba subordinado. La muralla ya no solo es simbólica, sino efectiva; y la “historia argentina” que Mitre supo concebir será la historia de un centro narrado, del cual emerge una pretendida “civilización” imaginada por los porteños que anhelaban la metrópoli.
Con el advenimiento del siglo XX, el peronismo heredó la idea de unidad nacional y se la arrebató para las clases populares. Encrucijadas ideológicas mediante, se convirtió en un proyecto estatal de masas, entregando la nación a la clase obrera, incorporando burocracias, trabajadores, sindicatos y un protagonismo provincial más ambicioso. El ideal formal seguía siendo el mismo: bajo una narrativa central, se promocionaba un país unificado, con una relación centro-periferia donde el poder centralizado resignificaba y subordinaba lo regional:“El interior”.
Entrados en el siglo XXI, el advenimiento del libertarismo evidencia que el modelo mitrista de unidad se está deshaciendo. Cuando, en la actualidad, observamos a las provincias armando bloques regionales para negociar recursos y reclamar autonomías, esa nación europeizada se parece cada vez más a la vieja Confederación Argentina, previa a Pavón. Y este proceso se acelera con Milei. No se trata solo de un viraje ideológico-económico, sino de una ruptura estructural en la que Milei termina siendo el killer que ejecuta la lógica de la disolución del pacto nacional. Donde Mitre construyó murallas, él instala desconexión. Donde se aspiraba a un “nosotros” como sujeto político de la nación unificada, aparece un “ellos/yo” fragmentado. Si se me concede esta tesis, lo que observamos es: 1) Que las provincias se alejan del poder centralizado de Buenos Aires. No simplemente en sus discursos, sino en hechos, coronados por pactos regionales, resistencias a los proyectos nacionalistas y construcción de autonomías parlamentarias. 2) Que muchas de esas provincias no rechazan los valores de la justicia social heredados del peronismo y las luchas populares, sino que rechazan la pretensión de volver a una unidad nacional arrodillada a los intereses del centro porteño (CABA, PCIA). Es decir, la deuda no es con la movilización social, sino con la estructura territorial del poder.3) Que la República Argentina, como Estado-Nación democrático, laico, con ascendente católico, organizado por provincias, pero con un orden centralizado en Buenos Aires, está llegando peligrosamente a su frontera.
Entre otras cosas, este quiebre refleja el fracaso del modelo mitrista, que el propio peronismo quiso reinterpretar; hoy ese modelo ya no es replanteable en términos modernos. Porque la base sólida sobre la que se sostenía; esto es, una narrativa nacional compartida, un centro hegemónico consensuado, ha sido erosionada por décadas de desencanto y el vaciamiento simbólico del “nosotros”. No hay una grieta entre lo popular y lo aristocrático; en realidad, la unidad nacional está asentada sobre una falla geológica (geopolítica).
En ese sentido, ¿qué significa que Milei “haya seducido a las juventudes con una motosierra”? Significa que el proyecto de unidad nacional popular, sostenido por el peronismo, se ve desplazado por una lógica de fragmentación neoliberal, que en el siglo XXI presenta condiciones más favorables que la unidad de un país, para el desarrollo de economías extractivas. Lo anárquico de las políticas de desmantelamiento del Estado favorecen el colonialismo tecnológico/digital y corporativo de la actualidad. Con ello, el orden mitrista se desmorona no porque otro centro lo derribe, sino porque múltiples periferias ya no necesitan estar sujetas a un centro, y Milei, en vez de insistir con una narrativa de integración, se convierte en facilitador de la dispersión. Alimenta las fantasías del desencuentro.
Si estamos en lo correcto, este escenario nos deja algunas conclusiones inquietantes. La memoria de la unidad nacional ya no es suficiente: La nación que Mitre pensó y Roca ejecutó ya no se sostendrá sin antes renunciar a la sujeción de las provincias. La noción de “comunidad política” que pensó Jürgen Habermas (ver nota 1) exige un marco de pertenencia que hoy está fracturado. Estamos ante una nueva geografía política donde la centralidad de Buenos Aires pierde preeminencia; las provincias, organizadas como archipiélagos, se convierten en actores acaudillados. Y así, la política nacional se redefine como agregación de alianzas de voluntades regionales y no como la emanación de políticas públicas desde un centro nacional.
¿Es este el fin de la Nación Argentina como la concebía Mitre? Sí y no. Sí, porque ese orden ya no se reproduce y se estanca una y otra vez en las mismas disputas; Disputas que Mitre, Roca, Sarmiento y Avellaneda sellaron a fuerza de Winchesters, locomotoras y ocultamiento. Y que sus castas sucesoras se ocuparon de hacer prevalecer con desapariciones, golpes de estado y negaciones. Y no, porque aún el espacio nacional, busca denodadamente reconfigurarse. ¿Seremos capaces de imaginar otra narración nacional que no sea la muralla de Mitre ni la organización centralizada tradicional? ¿Una nación que nazca desde lo diverso, desde lo pluriprovincial, desde lo plurinacional, desde lo multicultural? Porque, de lo contrario, lo que viene es la mera agregación de provincias sin vínculos simbólicos, precisamente el miedo liberal que advertía Alberdi. La pregunta queda abierta. Y la moneda sigue en el aire.
