En los últimos meses, merced al empeoramiento de las condiciones económicas de nuestro país de cara al cambio de Gobierno, la presencia china en la economía argentina ha adquirido una marcada importancia para sostener el frágil estado de las cosas. En particular, la discusión en torno a la relación bilateral se ha centrado en el swap de monedas, cuyos yuanes resultantes hoy constituyen el principal pasivo del Banco Central, superando incluso la enorme deuda en pesos.

En este contexto, frente a la necesidad de honrar los pagos al FMI y de sostener las importaciones, China ha resurgido como un aliado clave del Gobierno argentino a través de los desembolsos aparentemente irrestrictos de yuanes en el Banco Central. Claro que este rol de financista de un Estado esencialmente quebrado no surge a partir de una vocación dadivosa del Régimen chino, sino que el costo se ha trasladado hacia el futuro y hacia otras dimensiones de la política argentina.

En primer lugar, los préstamos a los que el Ministerio de Economía ha accedido recientemente para afrontar los pagos externos (a través del swap y el Banco Central) poseen una tasa de interés que no es de público conocimiento, en la medida en que el acuerdo bilateral expresamente indica que se trata de un asunto reservado. Tal es el nivel de desconocimiento que hasta algunos diputados han recurrido a pedidos de informe al Banco Central para conocer el costo real de este nuevo endeudamiento, aunque de manera infructuosa.

En segundo lugar, no solo se deberá devolver el monto prestado más la prima–por cierto, en un período temporal incierto– sino que existen muchos otros proyectos en los que China está interesada en nuestro país: la explotación del litio, la concesión de la Hidrovía, la construcción de la central nuclear Atucha III, la finalización de las represas Cepernic y Kirchner, la concesión de las líneas ferroviarias y gasoductos ligados a Vaca Muerta, y la construcción de un puerto en Tierra del Fuego, solo por nombrar los proyectos más paradigmáticos. En este sentido, es difícil pensar que no se avanzará en estos proyectos, máxime considerando que el presidente Alberto Fernández irá a China en octubre a firmar una miríada de convenios probablemente con vistas en profundizar estos proyectos.

Por otro lado, China ha logrado una importante victoria diplomática frente a sus adversarios occidentales al forzar a la Junta de Gobernadores del FMI a aceptar parte del pago del préstamo argentino en yuanes. A su vez, el crecimiento exponencial del pago de importaciones en esa moneda también ha representado un claro avance en el objetivo del Régimen de que el yuan se convierta en una alternativa al dólar como moneda comercial y de ahorro a nivel global.

Frente a esta situación, se abre una disyuntiva de cara al cambio de Gobierno argentino a partir del 10 de diciembre: ¿el próximo presidente decidirá continuar en la profundización de la dependencia financiera para con China, o acaso habrá un cambio de estrategia? De ser así, ¿qué tanto se puede atenuar la relación bilateral teniendo en cuenta la cantidad de acuerdos preexistentes? Para poder responder estos interrogantes, se deben considerar las propuestas de política exterior de los candidatos, pero principalmente los condicionantes estructurales con los que asumirá el futuro Gobierno.

En este sentido, una deuda de más de 20 mil millones de dólares, memorándums firmados y por firmar que han otorgado a China una presencia importante en la infraestructura argentina, y un déficit comercial que obliga al uso del yuan (en préstamo) para el pago de las importaciones frente a la escasez de dólares, hacen de la relación bilateral un nudo gordiano que difícilmente se pueda romper en el corto plazo, aun si existe la voluntad política para ello.

China ha visto en la debilidad económica de la Argentina una oportunidad dorada para ampliar su presencia en América Latina, y ha generado un nivel de dependencia comparable a experiencias semicoloniales de nuestro pasado, como el Pacto Roca-Runciman o la convertibilidad. Estamos en camino a convertirnos en vasallos de la República Popular, y solo un fortalecimiento de la economía argentina que permita recuperar la autonomía del país en el sistema internacional puede revertir esta situación.

Frente a los reiterados fracasos de la política economía de los distintos Gobiernos de las últimas décadas, sin embargo, es de esperar que la presencia china en Argentina no mengüe, sino que se fortalezca en la medida en que continuemos necesitando de asistencia extranjera para sostener los compromisos financieros (deuda) tomados durante estos Gobiernos. Ante la posibilidad de mantener el statu quo de la relación bilateral, romper los términos existentes, o acelerar la política de dependencia, todo apunta a que esta última opción será la que se impondrá, así sea con un diferente grado de profundidad dependiendo de quién gane las elecciones.