Tras el atentado terrorista contra Cristina Fernández de Kirchner de comandos civiles hemos tomado dimensión de que la violencia política nunca abandonó a los sectores antiperonistas. Organizados o no, para ellos la violencia política es parte del hacer, aunque profesen la tolerancia y los buenos modales. Esa violencia se alimenta de lo que hoy se denomina discursos del odio. En una sociedad binaria como la nuestra, esos discursos reactivan viejos prejuicios en sectores de la sociedad que fueron colonizados con la idea que en los peronismos está el origen de los males que aquejan a la Argentina. Por estas pampas, esos discursos se encuadran en el esquema de civilización o barbarie que formuló aquel hombre que despreciaba toda expresión popular por bárbaro. Una biopolítica del poder oligárquico. 

Si hay que encuadrar estos enunciados y ubicarlos en el mapa de violencia política, lo primero que hay que decir es que este tipo de discursos parecen la orquestación de operaciones políticas de acción psicológica y que como tales, buscan generan opiniones, actitudes y reacciones de la población. A su vez, este tipo de discursos encuadran dentro de lo que se conoce como guerra psicológica y que, en tanto dispositivo de poder que se fundamente en la violencia como mecanismo, tienen por finalidad política el llamado a la acción con el claro objetivo de la eliminación del otro. Un engranaje “mecánico” dentro del dispositivo biopolítico del poder oligárquico. 

CIVILIZACIÓN O BARBARIE: EL ORIGEN DEL ODIO

La violencia política que se ejerce contra las clases populares y sus representantes que se vive hoy en la Argentina, no es nueva en la historia de nuestro país. Una violencia oligárquica que, anudada en el esquema de civilización o barbarie, puede rastrearse al siglo XIX con el fusilamiento de Dorrego y que en el siglo XX tuvo su homologación con los atentados terroristas de los Comandos Civiles, en los bombardeos a la Plaza de Mayo y en los fusilamientos de Valle y de José León Suarez. En todos ellos, un sector civil de la población celebró el aniquilamiento.

Desde entonces, una parte importante de la población se distanció de su origen plebeyo y asumió como propia la identidad de la argentina oligárquica: civilizada, decente y racional. Ella despreció tanto al gaucho, como al inmigrante europeo cuyos hijos buscaron conquistar derechos que ampliaran la base democrática y avanzase hacia la justicia social; del anarquismo al peronismo hay una continuidad. Y es que en nuestro país la llamada clase media vio en la organización de los trabajadores y en sus conquistas el estancamiento propio. Porque cuando se está en un sistema que se va en promesas de realización individual que no puede satisfacer, salvo excepcionalidades, y estando él mismo en plena crisis de descomposición, cualquier logro colectivo es visto como un acto digno de ser repudiado. Por ello el desprecio hacia Yrigoyen, Perón, Evita, a Néstor y Cristina. 

LA RABIA DE LOS DE ARRIBA DESTILA VIOLENCIA

La rabia se propagó con la fuerza de quienes inocularon el odio hacia todo lo que representara fuerza popular organizada. Odio sintieron contra los cabecitas negras que llenaron las playas argentinas cuando consiguieron las vacaciones pagas; odio sintieron cuando vieron que los piqueteros comenzaron a recuperar derechos de la mano de un Estado que volvía a ejercer una independencia económica en pos de una mayor justicia social. El mismo odio que sienten hoy cuando ven que muchos hijos e hijas de nuestra patria accedían a las becas progresar y se podían comprar zapatillas nuevas, o televisores, o viajar por el país. Les produce rabia y resentimiento la felicidad del pueblo.

RECORDEMOS ESTO, PASARON DEL “VIVA EL CÁNCER” A BOMBARDEAR PLAZA DE MAYO

 Para los cultores del odio, la democracia siempre fue un exceso de libertad que puso al frente del Estado a sectores “peligrosos” para la vida de los argentinos. En ellos, democracia sería el elemento principal que atenta contra la república y en su defensa están dispuestos, incluso, a aceptar que un sector de la sociedad se erija sobre ella a fin de defenderla contra ese peligro que representa el pueblo. Eso hicieron en el 1955, en 1976 y los intentos permanentes de lograr el golpe blando con la estrategia del Lawfare

En el imaginario de los profetas del odio, cualquier expresión popular y democrática representa una amenaza que no permite la realización de la sociedad. Y sobre esta premisa se van construyendo los enunciados: es legítimo que la sociedad construya sus propios anticuerpos para sacarse de encima aquellos elementos que impide la totalidad. Esa es la narrativa. La civilización que se levanta en contra de la barbarie.

Vamos a señalar que estos discursos odiantes, son mecanismos que hacen funcionar y aceitan la violencia política al generar efectos sobre las personas. Con la intención de condicionar el razonamiento, a partir de los encuadres periodísticos, tematizan y señalan cómo se debe actuar ante esos temas. Tematiza al peronismo con la figura de la delincuencia y la corrupción y se señala a Cristina Fernández de Kirchner como “la jefa de una asociación ilícita” y se argumenta apelando a que la “justicia” haga algo.  Pero es sabido que la justicia es lenta y que entran por una puerta y salen por la otra. Entonces, ante la falta de justicia, cómo no va a tener rabia “la gente”. Demás está decir que en las causas del Lawfare contra Cristina, no existe evidencia alguna de lo que se la está acusando. 

Los efectos esperados a fin de que la violencia se naturalice, son por un lado la desensibilización social ante un hecho violento, sin importar si es del orden político, racial o religioso; como asimismo la deshumanización de quienes son objetos de la violencia. La búsqueda es instalar la idea de que la eliminación física de cualquier amenaza es legítima. 

UN MODUS OPERANDI. DEL SÍMBOLO A LA IDEA, DE LA IDEA A LA ACCIÓN

A nivel simbólico, la violencia se organiza siguiendo una metodología que no deja flanco sin cubrir. La calle, los medios, las redes y los “partidos opositores” son la arena en donde la violencia es construida. Se parte de los prejuicios ya existentes para excitarlos y generar un ambiente de violencia.

La “libertad de prensa”, de “expresión” y la “libre opinión” son la máscara de proa sobre los cuales periodistas psicópatas y políticos de la oposición legitiman la violencia enunciada. “Libertades” que suenan a voces de mando, en un lenguaje simplificado y directo emiten sentencias que elevan los niveles de ansiedad de aquellos que cargan con una rabia inoculada. En sus palabras, en sus órdenes no hay metáfora: “el corrupto tiene que morir”. 

Vale el cliché, la figura de la Vicepresidenta viene construyéndose por los medios y la oposición como la cabecilla de una asociación ilícita que defalcó al Estado: “Se robaron un PBI”.

En ese supuesto diálogo entre los psicópatas del micrófono y “la gente que está harta” van creando la idea de unanimidad, de mayoría. Una retórica de que la gente no está sola en su rabia, porque son muchos, e incluso tienen quiénes los representen. No es casualidad que la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, no haya repudiado acto terrorista que casi culmina con la vida de la dos veces presidenta de la Argentina. En ese gesto está como diciendo “vengan a mí, yo asumo esa representatividad”. Para ellos, sin duda, la violencia política siempre ha sido una salida.

Con la violencia enunciada y los discursos del odio instalados ya en el sentido común, se genera el clima social para que los tabúes sociales que condenan la violencia política se caigan. La violencia es ya un paisaje más que se retroalimenta desde las pantallas. Se naturaliza como un estado en el que la sociedad parece transitar permanentemente. En nuestro país el trabajo de nuestras madres y abuelas de Plaza de Mayo han contribuido enormemente para eliminar la violencia como horizonte de posibilidad política, pero siempre está allí la oligarquía y sus representantes para recordarnos que no hay paz posible en un país oligárquico.

Caídos los tabúes sociales, naturalizada y escenificada la violencia, la rabia da paso a la acción. Es decir, se simboliza e identifica el origen de los males (el peronismo/kirchnerismo), se instala la idea (“los corruptos merecen la pena de muerte, Cristina es corrupta”), se agitan y coagulan las pasiones, y se allana el terreno para que eso que aparece como discurso de odio dé rienda suelta a lo que verdaderamente es: violencia política. Pasaron del “viva el cáncer” a Bombardear Plaza de Mayo. Del mismo modo señalaron a los trabajadores y militantes como subversivos y dieron el golpe en el 76 y justificaron los 30 mil compañeros desaparecidos. Y ahora, de la misma manera pasaron del “Cristina es corrupta” a atentar contra la vida de Cristina con acto terrorista.

LA PREGUNTA QUE NOS QUEDA

Si la fuerza brutal de la anti patria ha tomado como bandera la violencia política, enmascarando sus discursos de odio detrás de la libertad de expresión o de libre opinión, arrastrando hacia ella a una parte de la población para justificar a las atrocidades a las que están dispuestas a tolerar (al igual que en el 55 como en el 76), queda entonces preguntarse si el campo nacional y popular debe ser comprensivo con quienes la ejercen y la fomentan desde una ofensiva ideológica que no esconde la idea de magnicidio. Cualquier respuesta implica responder a la violencia política con la organización política de las verdaderas mayorías. Solo el pueblo organizado salvara al pueblo de sus verdugos.