Los dramáticos   días  que los argentinos estamos viviendo  en este comienzo de siglo ante un vacío de poder que genera incertidumbre,  una deuda externa mensurada en miles de millones de dólares que nos atemoriza por el futuro y  una espiral inflacionaria que a pasos agigantado avanza hacia un combo catastrófico de hiperinflación y estanflación nos lleva a evocar  los tumultuosos años de la Europa de entre-guerras, mas ecotadamente en aquella   república de Weimarde casi un siglo atrás en la que se incubara el huevo de la serpiente del nacionalsocialismo.

Desocupación, inflación, recesión, caída salarial, protesta social y agudización de las contradicciones de clase, la  dialéctica de los hechos parecen  confirmar  en Weimar  las profecías apocalípticas  del  materialismo histórico; la sociedad se  va polarizando  entre una elite  que concentra la riqueza  y  una mayoría que va empobreciéndose año tras año,  los choques entre obreros y burgueses se agudizan y  la revolución parece  inminente: habría llegado la hora  final de la burguesía. Sin  embargo se confundió  una  crisis cíclica del capitalismo con  crisis final del sistema, crisis que no quedará  limitada al plano de la especulación  filosófica o sociológica , ya que el proceso  concluirá  con el derrumbe de la democracia  liberal  permaneciendo incólume el capitalismo  pero  adoptando el carácter de    una  dictadura totalitaria que liquidará  las libertades burguesas.

Weimar, aquella república sin republicanos,  verdadera  democracia  in vitro  carente de cualquier  sofisticación política, dejo así al desnudo las insuficiencias políticas del paradigma liberal,  pero  también  los falencias teóricas del  marxismo automático que pronosticaba como inexorable que la agudización de las  contradicciones  de  clases  culminaría   con   la toma del poder por el proletariado , la extinción del Estado burgués y la sociedad sin clases.

Lo cierto es que  “putsches” militares, hiperinflación descontrolada,   huelgas revolucionarias y  una deuda externa que se calculaba en 130.000.000 millones de marcos, concluyeron desintegrando  un sistema de representación institucional  basado en partidos políticos y  parlamento y  una  estratificación  social fundada en clases y   sindicatos  que arrojará como excrecencia una masa atomizada, informe, de individuos desarraigados, solitarios  y resentidos  que   se constituirán   en   la base psicológica del totalitarismo.

Antonio Gramsci, llamará crisis orgánica a este proceso que comienza  cuando  las colectividades políticas se escinden de los partidos que históricamente  las representan; allí se genera   un clivaje entre representantes y representados , clivaje que señala la necesidad de  la   renovación de los cuadros dirigentes,  pues si un grupo social puede y debe ser dirigente antes de conquistar el poder y aun cuando se convierta en dominante debe continuar  siendo en dirigente. En esta delicada circunstancia histórica la clase dominante domina pero no  dirige, no direcciona generando un equilibrio catastrófico, de empate hegemónico  -algo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer-. Este  fenómeno se produce cuando en la escena política una fuerza A lucha contra una fuerza B, lucha en que ninguna de las dos fuerzas puede vencer a la otra, pues se debilitan recíprocamente y así “una tercera fuerza C interviene desde el exterior dominando lo que resta de A y de B”, facilitando  las condiciones   para la  emergencia de “potencias oscuras  representadas por hombres providenciales y  carismáticos”.