En 1989, Latinoamérica atravesaba simultáneamente, en muchos de sus países, un proceso de recuperación de la democracia y serias dificultades económicas. En ese contexto, los ciudadanos asistían al inicio de una práctica vinculada al acceso a la información pública: los debates entre los candidatos a ocupar la presidencia.

Así, por ejemplo, en Chile debatían Hernán Büchi (Unión Democrática Independiente) y Patricio Aylwin (Concertación); en Brasil lo hacían Luiz Inácio Lula da Silva (Frente Brasil Popular) y Fernando Collor de Mello (Movimiento Brasil Nuevo); y en Uruguay tuvieron lugares varios debates que culminaron con el realizado entre los dos principales contendientes: Jorge Batlle (Partido Colorado) y Luis Alberto Lacalle Herrera (Partido Nacional). Al año siguiente se sumó Perú, con un recordado debate entre el escritor Mario Vargas Llosa (Fredemo) y un ascendente Alberto Fujimori (Cambio 90).

Mientras tanto, en la Argentina de aquellos tiempos, en lo que constituía un intento de debate televisivo entre los dos principales candidatos en el programa “Tiempo Nuevo” que conducía Bernardo Neustadt, uno de los contendientes faltó a la cita. El peronista Carlos Menem, que encabezaba las encuestas, se ausentó del debate: dejó la famosa “silla vacía”, al candidato radical Eduardo Angeloz hablando sólo con el conductor del programa y a la ciudadanía argentina sin la posibilidad de asistir al intercambio de propuestas entre los aspirantes a ocupar el sillón de Rivadavia.

Hoy tenemos debate, y hay que celebrarlo. Pero fue un largo camino, marcado por negativas y dificultades. Entre aquel debate frustrado de 1989 y el primero efectivamente realizado, en 2015, hubo numerosos intentos que no prosperaron. En la mayoría de los casos, quienes rehusaban debatir eran los que estaban en el poder o los que estaban al frente en los sondeos previos. La única excepción fue dada por el programa “A dos voces” del canal de cable Todo Noticias, que logró realizar numerosos debates desde 1996, entre candidatos a cargos legislativos, para cargos ejecutivos del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires e incluso entre candidatos a vicepresidente de la Nación.

Tuvimos que esperar hasta 2015 para poder tener debate presidencial. Organizado a partir de la iniciativa de la sociedad civil “Argentina Debate”, esa primera edición permitió a la ciudadanía argentina observar por primera vez en directo a los candidatos a la presidencia confrontando propuestas y, hay que decirlo también, acusaciones y chicanas. El debate de cara a la segunda vuelta, entre Mauricio Macri (Cambiemos) y Daniel Scioli (Frente para la Victoria) tuvo picos de 53.4 puntos de rating, convirtiéndose en uno de los eventos más vistos de los últimos años. Esto evidenció una avidez del público por este tipo de instancias de debate público, más allá de la apatía que experimenta la ciudadanía muchas veces con la comunicación política, que inunda los medios de comunicación de anuncios de gestión y acusaciones cruzadas.

Hoy, a partir de la Ley 27.337 de 2016, el debate presidencial es obligatorio y organizado por la Cámara Nacional Electoral. Ya asistimos a dos debates este año, entre los 5 candidatos que disputarán la presidencia el próximo 22 de octubre y, en caso de llegar al balotaje, se realizará uno más.

Podríamos preguntarnos por qué pasó tanto tiempo para tener un debate. En especial, si nos miramos en el espejo de los países de nuestro continente. Chile repitió el debate en 1999, 2005, 2009, 2013, 2017 y 2021. Otro tanto pasó con Brasil, que, salvo en 1998, tuvo debates presidenciales entre aquella elección de 1989 y la de 2022. Perú, que tiene debates ininterrumpidos desde 2001 a la fecha, incluso fue pionero: en 1966 se realizó el primer debate televisado entre Luis Bedoya Reyes y Jorge Grieve, candidatos a la alcaldía de Lima. De los países mencionados al inicio de este artículo, el único con un derrotero irregular fue Uruguay, que, luego de los debates de 1989 y 1994, debió esperar hasta la elección de 2019 para contar con un debate con todos los candidatos presentes.

Lo fundamental es que, más allá de las demoras, hoy tenemos debate presidencial en la Argentina. Podría analizarse el formato y posibles cambios, como la inclusión de preguntas de los ciudadanos, como en el caso peruano, o formuladas por periodistas, como en Chile y Brasil. Las reglas actuales son las consensuadas con los equipos de campaña de los candidatos y son las que hacen posible el debate. Y, más allá de preferencias que podamos tener con respecto a los tonos utilizados o las temáticas abordadas, siempre es bueno recordar las dificultades del camino y la importancia de la sociedad civil organizada, que un día empujó a la política a debatir.