El amigo americano
El respaldo político y económico de Trump a Milei admite ser leído en diferentes direcciones, según el sayo caiga sobre las huestes libertarias o en hombros de la oposición; en particular, al peronismo puede generarle un problema pero tal vez le “ayude” a solucionar otro.
El apoyo anunciado por Donald Trump al gobierno de Javier Milei ha suscitado diferentes lecturas y reacciones. Desde la brusca euforia de los mercados locales a las oportunas críticas por la eventual entrega de la soberanía a cambio de un puñado de dólares, desde la atendible cautela de los que quieren ver los números finos del acuerdo hasta la mirada escéptica de quienes observan que el oficialismo se ha limitado a ganar tiempo, aunque los problemas nodales de su estrategia económica no se resuelven con más deuda.
Pero más allá del debate económico me interesa efectuar una lectura política del asunto. Es claro que Milei no sólo está ofreciendo una respuesta de corto plazo a la pulseada cambiaria que enfrentaba, también está enviando poderosos mensajes políticos en varias direcciones. Anoto al menos tres líneas de análisis.
En primer lugar, el presidente le está mandando una señal esperanzadora a su tropa, a sus candidaturas territoriales, y a su machacona y agresiva militancia digital, que andaban de capa caída. Después del escándalo de corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad, luego de las sucesivas derrotas en el Parlamento, y tras la goleada electoral del 7 de septiembre en la Provincia de Buenos Aires, los cruzados libertarios tienen ahora algo para celebrar: “no estamos muertos y volvimos a jugar el partido”, dicen por ahí.
El pequeño detalle a considerar es que el salvamento se hizo imperioso por los desaguisados de la política económica, no por sus virtudes; y si bien están en todo su derecho de festejar la llegada de los bomberos harían mejor en meditar sobre cuáles fueron las causas del incendio. Hasta ahora, cuando el modelo entra en una zona crítica por estrangulamiento externo, consume de vuelta un “stock” insustituible de recursos: primero el blanqueo, luego el acuerdo con el F.M.I. (que empezó a incumplirse ni bien se firmó), y ahora el rescate –sobre la línea- del Tesoro americano. No sé si quedan en la galaxia otras fuentes de dólares para patinarse.
Por supuesto, fuera del mundillo financiero cuesta creer que la palabra de Scott Bessent tenga algún impacto en el repunte de las ventas en los boliches del Conurbano, aunque siempre es mejor que el dólar no se dispare a que salga desbocado. En cualquier caso, si el resultado del 7 de septiembre le había achicado el horizonte temporal al gobierno, el acuerdo con los E.E.U.U. le devuelve una parte de los metros perdidos y coloca nuevamente la pelea de fondo en las elecciones de octubre. El respaldo del Tío Sam ofrece un puente para transitar estas agitadas semanas, a la vez que podría servir como lubricante para el necesario “reseteo” de la política económica después de los comicios.
En segundo término, el mensaje para los actores estratégicos -locales e internacionales-no es menos diáfano. Puertas para adentro, la dupla Milei-Caputo nos está diciendo que van a seguir dando batalla, que prometen ampliar las bases de gobernabilidad con las que La Libertad Avanza ha contado hasta ahora, y que apelarán a cualquier política de coyuntura para salir a flote (por ejemplo: adelantar las liquidaciones de divisas del campo para que los grandes pulpos cerealeros hagan un negocio obsceno de 1500 millones de dólares en tres días…). Puertas para afuera, el mensaje también es nítido: el gobierno habría conseguido (valga el condicional mientras esperamos conocer los detalles) el soporte contante y sonante de un aliado rico, poderoso y discrecional. Claro que ese sostén no apareció de la nada; lo fueron a buscar, lo trabajaron políticamente con una habilidad que convendría no menospreciar por parte de quienes miramos el tema desde la vereda de enfrente.
Se trata de un pedido de auxilio que previamente el oficialismo fue pavimentando mediante una relación de subalternización estratégica: seguir a ultranza las posiciones políticas, diplomáticas y militares de E.E.U.U. en cuanto foro u espacio internacional se le cruzara. En otros términos, el seguidismo a las políticas de Trump fue una apuesta riesgosa e inapropiada para nuestros intereses nacionales, pero también fue una jugada temprana y consecuente de Milei que –al menos hasta ahora- le salió bien.
En tercer lugar, creo que el principal mensaje cabe ser leído con cuidado por la principal fuerza opositora. Sobre todo porque la intervención de la administración Trump en nuestras tierras quizá despeje un problema aunque genere otro.
El problema que le acarrea al peronismo se resume en la descaminada tentación de un retorno mítico al irrecuperable pasado, exhumando una bandera vetusta: “Braden o Perón”. Más allá de la obviedad de que no se puede volver atrás el reloj de la historia, el intento por retrasarlo conlleva más costos que beneficios. Por un lado, porque la fórmula “Trump o Taiana” no creo que tenga la misma pregnancia proselitista que tuvo en su momento el dilema fundacional del justicialismo. Pero además, por la sencilla razón de que Trump no es los Estados Unidos; en todo caso, es una versión extrema y singular de una cultura política conformada por un abanico mucho más plural y complejo de creencias, de valores y de miradas sobre el Estado, la sociedad y las políticas públicas. Confundir –entre nosotros- a Trump con los USA implica incurrir en una falacia tan grosera como creer –para quienes nos miran desde afuera- que Milei es la Argentina. Lo que no vale aquí tampoco es cierto allá. Desde esta perspectiva, lo último que le convendría hacer al peronismo es instalarse en el caricaturesco lugar que Milei y Trump quieren que se ubique: el espacio del nacionalismo cerril, el populismo irresponsable o el anticapitalismo a la violeta.
La otra cara de la moneda es que el fortalecimiento relativo de Milei –ya veremos si transitorio o duradero- obliga al peronismo a desprenderse de un espejismo tranquilizador: el gobierno se está cayendo solo. Mirado desde este ángulo, la mala praxis económica del mileísmo sumada a la sucesión de escándalos que han venido explotando este año (desde el Criptogate a las coimas en la ANDIS) coadyuvaron a engendrar la peregrina idea –al decir de CFK- de que “el modelo se (les) cae a pedazos”. Pero esa confortable interpretación no hace otra cosa que postergar para un futuro incierto la ingrata pero ineludible tarea de autocrítica y renovación de quienes dejaron el país con un 300% de inflación y un 40% de pobreza.
Como adelantamos en una nota anterior, más allá de la pelea inmediata por el 26 de octubre, sin revisar narrativas y orientaciones de políticas públicas estratégicas, sin incorporar figuras que le disputen a Milei el territorio político de lo nuevo, parece difícil construir un proyecto de poder superador de cara al 2027. Sobre todo a partir de ahora, que Milei se las ingenió para conseguir el suculento e interesado apoyo de su amigo americano.