Las elecciones legislativas 2025 han recuperado algunos rasgos propios de un pasado no tan lejano. Las crónicas periodísticas dan cuenta de ello. Refieren a que “el cierre dejó heridos” -por referencia a facciones que no pudieron emparejar sus expectativas con lo que el partido o frente tenía para ofrecerles. O describen las derivaciones -y definiciones- judiciales del proceso -tal como ha ocurrido en los casos del PJ en Santa Fe, o la UCR en Córdoba-. O describen el panorama general del cierre, tal como Jorge Liotti lo hace, usando términos como “desconcierto y dispersión”.

Para evitar todo esto y, más, servían las PASO. Claro, cuando el razonamiento ramplón y la miopía se imponen por sobre las reglas establecidas, “la política resulta muy cara”; en $AR, sí, pero fundamentalmente en tiempos. De allí que, “ir a votar otra vez” es algo así como subir el Aconcagua con las Topper Tennis (lectores milennial, son zapatillas de lona y suela lisa): da paja. Y los gobiernos, y las y los legisladores populistas, siempre están dispuestos a conceder allí donde pueden a las pasiones bajas del pueblo.

La política argentina tiene memoria; no olvida la importancia de tener la lapicera, de tener apoderadas o apoderados con nervios de acero, ni la necesidad de tener pronta y a mano “nuestra lista” por si nos embaucan y debemos ir solos. Uno de esos flashbacks, un clásico desde 2001, son las apuestas a encontrar el Santo Grial en el centro político. La hipótesis, validada empíricamente en sistemas electorales mayoritarios de países anglosajones y desarrollados, es que dados unos supuestos teóricos (son varios, ciertamente), la mayoría de las preferencias electorales se ubican alrededor de ese centro político (que no es, necesariamente, un centro geométrico). Ergo, posiciones “centristas” de las o los candidatos, podrían elevar las chances de interpelar con éxito, y luego representar, dichas preferencias (que se presumen mayoritarias). “Ni mileístas, ni antimileístas: federales”, podría ser el planteo.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro.

Es probable que el derrotero de ese espacio, de cara ya no a 2025 sino a 2027, sea semejante al que sigue: a) ese concierto de gobernadores se ampliará, luego de las elecciones de Octubre, conformándose un bloque en el Congreso que pretenda jugar de pivot en la discusión pública; b) necesariamente, van a surgir tensiones en el espacio, que se expresaran en votaciones no congruentes en el Congreso en temas de alta visibilidad y relevancia; c) el armado comenzará a crujir con la discusión del presupuesto 2027 en Septiembre del año próximo; d) ese concierto tendrá una prueba de fuego a partir de Febrero-Marzo del 2027, cuando comience un ciclo electoral que desemboca en las generales de octubre de ese año.

Vamos por parte. Actores como Frigerio, Poggi u Orrego, e incluso Valdés y Zdero, podrían sumarse luego de las elecciones, sin temer represalias que puedan costarles caro en términos electorales en este ciclo. Obvio: enfrentar a Milei hoy es un problema “para adentro”; pero mañana, el problema para adentro es Milei y sus aliados en el territorio (a los que algunos de estos gobernadores ayudarán a levantarles la mano, como Frigerio en Entre Ríos). Esas incorporaciones ensancharán el contingente legislativo que podrían esgrimir los gobernadores en sucesivas negociaciones colectivas con el Gobierno. Por que hay un centro en el Congreso; que no es mayoritario, pero define votaciones; los Gobernadores pretenden gestionarlo.

El cemento que amalgama ese contingente, la materialidad del armado, es la intuición política de los gobernadores (acicateada por consultores con lazos centroamericanos), sumada a la pretensión de hacerse fuertes en la discusión con el Gobierno Nacional por los recursos. Lo que ocurre es que las dinámicas socioproductivas de las diferentes regiones, y las demandas que surgen de ellas, no cuajan necesariamente. Corolario de ello, es que el Gobierno (que verá engrosado su propio contingente, y necesitará menos aliados que hasta ahora) tiene más incentivos para ir a “pescar” voluntades, en negociaciones 1 a 1 (sean votos, ausencias, abstenciones). Cuando algo de ello ocurra (y va a ocurrir), la desconfianza aparece, y corroe más que el óxido.

El programa económico, y la ley de leyes, establecen prioridades; unos ganan, otros pierden. Difícil recrear acuerdos unánimes (ATN, impuesto a los combustibles líquidos). Lo que favorece las inversiones puede atentar contra ciertas industrias y sectores; y con ello, atentan contra el empleo. Un dólar más alto favorece la exportación, pero atenta contra la actividad, porque encarece la importación de insumos que no producimos, o presiona la inflación al alza. Y a la inversa. Un reclamo “federal”, que atraviese partidos y regiones, es deseable. Sin embargo, más temprano que tarde, lo que reina son las disparidades provinciales, su talón de Aquiles.

Ahora bien, en un escenario como el presente, adquiere relevancia un rasgo propio de “las legislativas de antaño” (previo a 2009): si no me daban lo que pedía, mi sector tenía dos alternativas: callar la boca y aceptar, esperando la próxima elección para cobrar, sin romper; o, a último momento, ir por afuera y “medirme” contra el armado del partido o frente. El resultado, finalmente, expresaría lo que “efectivamente” vale el sector, para negociar la próxima.

Como ir por afuera tiene pros y contras (entre los segundos, el financiamiento de las campañas que viene del partido o frente se esfuma; si hicimos mal las cuentas, y sacamos menos de lo que dijimos que valíamos, en el próximo turno nuestra posición negociadora se debilita en lugar de fortalecerse), no es una decisión que se toma a la ligera. Pero si se tiene que tomar, se toma, dicen Grabois y Manuel Passaglia, a duo.

En circunstancias como las descritas (elecciones legislativas a la vista, sin PASO), hay más espacio para el jugueteo; más aún desde que Cristina Fernández estableció, puertas adentro del PJ al menos, que las peleas prescriben a los seis meses. Si a esta premisa la respaldó ofreciéndole la máxima magistratura del país a un Alberto Fernández que dijo que debía ir presa por corrupción, hay antecedentes de peso para invocar y volver a la casita de los viejos, cualquiera sea el resultado del jugueteo. Ahora bien, ese espacio para tontonear en legislativas, dónde la oferta tiende a ampliarse, se borra de un plumazo de cara a unas elecciones presidenciales.

En julio de este año, algo más de 2/3 argentinas y argentinos consideraba que el Partido Justicialista es el principal partido de la oposición, de acuerdo al informe de la ESPOP de la Universidad de San Andrés, que dirige Diego Reynoso. Si Milei sortea con éxito los dilemas que entraña su plan heterodoxo de ajuste y estabilización, si logra sostener la valoración de su gobierno en torno a 40 puntos, y si resiste los embates de la justicia estadounidense por la Causa #Libra, se enfrentará en 2027 a un peronismo con diversos grados de unificación.

¿De qué depende el grado de unificación? En buena medida de cómo procese Axel Kicillof las aparentes “victoria de septiembre y derrota de octubre” (la primera, en buena medida de él; la segunda, en buena medida, de quienes tallen con más peso en el armado en su provincia). Si lo hace con generosidad, tendiendo la mano a los sectores a los que el kirchnerismo le dio la espalda (ofreciendo a esos sectores el Ministerio de Economía, por ejemplo, e invitando a Natalia de la Sota o a Malena Galmarini como vice), y ofreciendo una síntesis creíble entre el reconocimiento al período 2003-2015 con las nuevas canciones (algunas maquetas ya hay; tienen letra y música de Cristina Fernández, que hizo esa tarea antes que el propio gobernador), el peronismo podría volver a recrear un proyecto de poder que oscile en torno a 38-43 puntos en una elección general, como piso.

Del otro lado, un Presidente con más errores que aciertos, muy peleado con la realidad y los datos, que pretende representar a las y los antagonistas de una dirigencia desacreditada por años de una argentina estancada, y que pedirá tiempo para avanzar en miles de reformas estructurales más (hoy dice llevar unas 8000, respaldando lo que decíamos al comienzo de la oración). Ese mismo Presidente que, como bien señalaba Pablo Ibañez -el Toto bueno- a más de 18 meses de gobierno, sólo parece tener para ofrecer “que no vuelva el kirchnerismo”.

Raro. La oposición a su gobierno es el Partido Justicialista. Pero si así lo enunciara, debería admitir que la oposición le infiltró las listas de PBA. Más raro:el kirchnerismo sólo podría volver en caso que a su gobierno no le vaya bien. ¿Por qué no te iría bien León? ¿El kirchnerismo te pone palos en la rueda? Más raro aún el argumento: el kirchnerismo hoy no puede convocar ni siquiera una reunión de comisión en el Congreso por sí solo.

¿Por qué necesitaría más tiempo? ¿Quién lo detiene entonces? ¿Quién le impidió, entonces, avanzar en las reformas laboral, impositiva, jubilatoria? ¿Quiénes, si no es el kirchnerismo, le han dado una docena de sopapos legislativos, pegándole dónde más le duele? He aquí la única novedad de relevancia que entraña el arrullo federal, y la potencial conformación de nuevo centro político en el Congreso primero, con aspiraciones presidenciales para 2027 (aspiraciones que saldrán, inexorablemente, mal): el Cucos ha logrado que la mayoría de los partícipes necesarios con sus aciertos y errores, sin los cuáles no podría comprar un tonner para la impresora, hayan considerado que debían comenzar a apartarse de él, por lo menos en algunos temas, al menos en las formas.

¿Será que los Gobernadores de las Provincias Unidas comenzaron a verla? ¿Será el principio del fin? El Cucos no tiene de qué preocuparse; no al menos por ahora: ver a estos mismos moderados, y a sus actuales legisladores condenar cómo el presidente usa las herramientas que le dieron ayer nomás, sería motivo de risa, si no fuera tan triste.