Para la dirigencia del Frente de Todos, la “batalla de Recoleta” marcó el sinceramiento respecto a algo que estaba claro para su base electoral: la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner dentro del espacio. Al mismo tiempo, también aclaró que vamos hacia un escenario electoral de polarización política donde las posiciones moderadas tienen dificultades para dialogar con los votantes. Por otro lado, esa centralidad política de la Vicepresidenta pone de relieve el interrogante por las posibles tensiones al interior de un gobierno que en el marco del actual contexto externo necesita estabilizar la economía y piensa hacerlo mediante un ajuste.

Detengámonos en este último punto, porque tampoco está claro que el ajuste de gastos alcance para estabilizar la economía. Y es que a pesar de que el acuerdo con el FMI no lo dice explícitamente, las metas acordadas empujan a reformas estructurales (jubilatoria, laboral, impositiva), y estas reformas están atadas a su aprobación por parte de los sectores afectados. Diciembre de 2017 mostró que Juntos por el Cambio no pudo lograr esa aprobación al reformismo permanente. En el actual gobierno, de otro signo político, si bien hay sectores que puedan ver las reformas con mayor simpatía el sector que responde a la Vicepresidenta, y por lo tanto que representa a la mayor parte de su base electoral, se muestra reacio. ¿Pero se puede aguantar la opción por un ajuste sin reformas hasta que el contexto cambie? ¿Es el ajuste el único camino para la estabilización de la economía? Frente a la presión cotidiana de la inflación, las demandas de los sectores medios y los sectores vulnerables entran en tensión con las medidas económicas que está llevando a cabo Sergio Massa (que, por ahora, mucho no se distinguen de las de Guzmán). Mientras la economía crece y baja el desempleo, los ingresos se contraen y la desigualdad creciente condiciona las salidas políticas.

Hoy, socialmente, puede constatarse mayormente un sentimiento de pesimismo e incertidumbre. En nuestro último sondeo en la provincia de Buenos Aires encontramos que crece el espectro de encuestados que no se identifican con ningún liderazgo o espacio político, siendo entre un 20 y un 25% respectivamente. Que este sentimiento no se transforme en bronca de los sectores populares y medios depende en parte de que los sindicatos, las organizaciones sociales y la perspectiva electoral sigan canalizando el malestar social, en tanto que el poder económico no se muestra dispuesto a conceder parte de sus márgenes de ganancias para ayudar en la faena.

Mientras tanto, la oposición mayoritaria de Juntos por el Cambio está inmersa en una disputa por el liderazgo de un espacio que, si bien tiene buenas perspectivas electorales, en el actual escenario mantener esas expectativas deja poco margen a las posiciones moderadas. Ello se expresó en el operativo policial organizado por el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta y las críticas que le hizo Patricia Bullrich, mostrándolos en una competencia por quien se acerca más al polo opuesto de la Vicepresidenta. En el plano económico, sin embargo, la alianza opositora no pareciera mostrar fisuras optando por un programa de ajuste mediante shock, que en primer término se diferencia del actual por la rapidez y profundidad con que prometen sería ejecutado. 

Cuando se miran en relación estos dos aspectos surgen dos preguntas relevantes. En primer lugar, sobre si es posible avanzar en un ajuste que puede requerir medidas represivas cuando las fuerzas de seguridad parecieran tener un perfil político. En segundo lugar, y si bien pueden identificarse diferencias entre los programas económicos propuestos, en este punto los polos parecieran acercarse al centro. Este es un gran desafío tanto para los analistas como para la dirigencia política: ¿por qué se produce una polarización política entre fuerzas mayoritarias que optan por distintas versiones del ajuste económico? 

Quizá pueda empezar a contestarse esta última pregunta atendiendo a las expectativas del electorado. La crisis de representación que hoy presenta la política muestra que, lejos de orientarse hacia las demandas populares, el principal interlocutor de gobierno y oposición para definir las políticas económicas a implementar, tanto del presente como del futuro, son los distintos sectores del poder económico. Síntoma de esta crisis es que luego de alcanzar una aprobación del 60% durante la primera parte de la crisis sanitaria de 2020, hoy el Presidente de la Nación muestra niveles mucho más bajos. Por fuera de la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner, en el peronismo apenas saca una leve ventaja Massa mientras que asoman con similares perspectivas el presidente y Guillermo Moreno. Si bien Javier Milei sigue manteniendo la representación mayoritaria del espacio que se identifica con la “antipolítica”, parece haber encontrado rápidamente sus límites frenando su crecimiento y hasta disminuyendo en su aceptación. Y es que esa posición compite con el “antipopulismo” de Juntos por el Cambio y en un escenario polarizado las preferencias se vuelcan por las opciones mayoritarias. Por otro lado, la izquierda aparece tratando de organizar el descontento popular de los sectores más golpeados por la crisis, y manteniendo los niveles de representación alcanzados en los últimos años.

En fin, en el actual escenario las presiones económicas, sociales y políticas son cruzadas, no apuntan hacia la misma dirección. La relación de fuerzas se forja en esas presiones, y las decisiones que toma cada actor modifican en algún punto esas relaciones. En ese sentido, el actual contexto judicial y la crisis económica puede dar lugar a acontecimientos, es decir a rupturas de la “normalidad”, al cambio de tendencias, a una apertura a lo imprevisible.