En enero de cada año, el Foro Económico Mundial publica su Informe de Riesgos Globales. Éste es el resultado de una encuesta respondida por alrededor de mil expertos, así como por líderes de diferentes países que, en esta oportunidad, identificaron riesgos críticos a corto plazo para sus Estados. De acuerdo a la última publicación, los riesgos globales más severos para los próximos diez años son (en orden jerárquico): fracaso de la acción climática, clima extremo, pérdida de biodiversidad, erosión de la cohesión social, crisis de subsistencia, enfermedades infecciosas, daño ambiental humano, crisis de recursos naturales, crisis de deuda y confrontación geoeconómica. Entre los escenarios planteados para los próximos tres años, más del 40% de los consultados optó por aquel denominado “consistentemente volátil con múltiples sorpresas”. Tal escenario negativo se sustenta, además, en un alto porcentaje de preocupación por el panorama mundial. 

¿Qué nos sugiere esta información? Es claro que, tanto al momento de realizar la encuesta como de elaborar el informe, el mundo estaba sufriendo aún los coletazos de la pandemia del covid-19. Las consecuencias sociales y económicas continuaban (y continúan) representando una amenaza crítica: profundización de la desigualdad, aumento de la pobreza, diferencias inter e intraestatales en términos de resiliencia; todo lo cual desemboca en una preocupante alza de tensiones dentro de los Estados y entre ellos. Esto nos ayuda a entender, en parte, el por qué de la gran preocupación por el devenir del mundo. Ahora bien, algo que se desprende del informe es que los conflictos interestatales, léase, guerras entre Estados, no aparecen entre los primeros puestos del ranking, sino todo lo contrario. No obstante, al observar el detalle de respuestas por Estados, sí ha figurado entre los primeros lugares de algunos países. ¿De cuáles? Rusia y Ucrania, por ejemplo. 

Esto nos lleva a la consideración de otro punto: la actual guerra en Europa. Si bien el teatro de operaciones puede ser identificado y ubicado localmente, las consecuencias de la invasión rusa al territorio ucraniano han tenido (y continúan teniendo) consecuencias de gran envergadura, no sólo a nivel regional, sino también, internacional. El desarrollo de este conflicto bélico no hizo más que sacudir la ligera recuperación económica que, en términos generales, se estaba observando a nivel internacional luego del catastrófico año 2020, haciendo mella, una vez más, en la desigualdad preexistente. Asimismo, tal como ocurriera con la pandemia, se evidencia la preponderancia de los Estados en el sistema internacional. El auge y desarrollo de la globalización parecía haber corrido de escena a los Estados, dando lugar al protagonismo de otros actores de distinta naturaleza. 

¿Y cómo podríamos describir al orden internacional vigente? Sin lugar a dudas, a uno que evidencia una crisis de liderazgo absoluta. De forma progresiva se ha visto el ocaso del liderazgo estadounidense, especialmente bajo la administración de Donald Trump. Esteban Actis y Nicolás Creus señalan en su libro La disputa por el poder global (2020) que el orden internacional se caracteriza por un bipolarismo entrópico. ¿De qué se trata? De dos polos bien definidos, Estados Unidos y China, pero en el marco de un sistema desordenado. Bipolarismo alejado de aquel reinante durante la Guerra Fría y enmarcado por una innumerable cantidad de riesgos y fuentes de desorden; en fin, de incertidumbre. Interrogantes acerca de una eventual desglobalización (atada a su dimensión económica) sobran. En este sentido, tanto la pandemia como la guerra en Ucrania han impulsado medidas proteccionistas de parte de los Estados. El problema es que estos sucesos no tomaron a todos los países en la misma situación socioeconómica y ese tipo de medidas repercuten más allá de las fronteras nacionales (incremento en los precios de los alimentos, por ejemplo).

¿Qué hay de la Argentina en este contexto? Previo a la pandemia, el país ya presentaba una caída de su crecimiento económico. Las medidas tomadas por la emergencia sanitaria no hicieron más que profundizar esta situación, casi “frenando” la mayor parte de los sectores económicos. Ligera recuperación económica mediante, la guerra en Ucrania, la coyuntura interna, la falta de implementación de un sólido plan económico, las medidas cortoplacistas, la falta de diálogo político, la pérdida de cohesión social, no han hecho más que socavar las situaciones problemáticas preexistentes. En ocasiones, la desgracia de unos puede ser la oportunidad de otros. Sin dudas, la Argentina podría beneficiarse del contexto internacional actual, impulsando y desarrollando el sector energético, el minero y el agropecuario, por ejemplo. Pero para eso hay que planificar a largo plazo y consolidar el frente interno. La complejidad de los riesgos globales y la incertidumbre vigente lo demandan.