EL MAL DIAGNÓSTICO DE LA ECONOMÍA

Una de las diferencias centrales entre la teoría ortodoxa neoliberal (y aún su cepa libertaria) y los enfoques heterodoxos —los cuales utilizan marcos conceptuales surgidos de la región para estudiar la región— es la noción de restricción externa. Para la ortodoxia, este fenómeno se explica por una economía mal gestionada por un Estado ineficiente; es decir, es una consecuencia; para la heterodoxia, en cambio, constituye una condición estructural entre el sector externo y el entramado productivo local. En este sentido, el paquete teórico del gobierno nacional refleja el pensar y sentir de una fracción del capital: el financiero.

El equipo económico de Milei parte de un diagnóstico erróneo: atribuye todos los problemas de la economía al déficit fiscal, sin considerar la restricción externa, la concentración productiva ni el impacto de la apertura indiscriminada sobre una economía industrial periférica. Bajo esa mirada simplista, bastaría con recortar al Estado para que el capital privado —de manera exclusiva— genere crecimiento, algo que nunca ocurrió en la historia económica reciente del país. Esta visión reduccionista alimenta políticas que profundizan la recesión, debilitan el mercado interno y terminan justificando la necesidad de más endeudamiento para “ganar tiempo”.

INCONSISTENCIAS DE LA POLÍTICA ORTODOXA

Resulta llamativo que el gobierno, aun reivindicando la ortodoxia, adopte medidas que la contradicen. Por un lado, promete mejorar el resultado fiscal, pero al mismo tiempo elimina fuentes clave de recaudación, como las retenciones a las exportaciones (que debió restablecer apenas días después). Lo mismo ocurre con otros tributos, lo que reduce la recaudación y genera tensiones con provincias y municipios. Así, la política económica oscila entre la ortodoxia declamada y el pragmatismo improvisado, revelando una falta de coherencia que desalienta la inversión productiva y refuerza la fuga hacia la especulación.

En materia de intervención estatal, el caso argentino resulta paradójico: los autodenominados libertarios son, en los hechos, los más estatistas del mundo. No hay nada más estatista que la toma de deuda pública para fomentar mecanismos de valorización financiera (carry trade, entre otros). A ello se suma la injerencia directa en precios y valores de cambio: la imposición de techos a las paritarias salariales (aun con acuerdo entre partes por encima del tope), la determinación de la tasa de interés y del tipo de cambio, y la distribución discrecional de recursos entre provincias.

INDICADORES DE UNA REALIDAD DETERIORADA: ¿INOPERANCIA, MALA PRAXIS O AMBAS?

En septiembre de 2025, la economía argentina vuelve a mostrar sus fragilidades estructurales bajo el experimento libertario. El programa de Milei, basado en un rigor fiscal extremo y en la desregulación acelerada de precios y normas, no construye estabilidad: la reemplaza con rescates financieros trimestrales. Cada tres meses, el país ingresa en un ciclo de tensiones cambiarias y retrocesos sociales que solo se atenúan con inyecciones externas, comprometiendo la producción y la disponibilidad futura de divisas.

Las inconsistencias también se evidencian en los diagnósticos oficiales. En abril de 2025, el Ministerio de Economía anunció el reemplazo del crawling peg por un régimen de flotación entre bandas. A partir de allí, intentó instalar la retórica de que no es el gobierno quien incrementa el tipo de cambio. Pero si eso fuera cierto, no sería necesaria la intervención del BCRA ni del Ministerio en el MULC o en las cotizaciones financieras, ni se verían afectadas las reservas internacionales. La realidad es la opuesta: el gobierno ejecuta una política deliberada de dilapidación de reservas.

LA DEUDA COMO MOTOR DE LA VALORIZACIÓN FINANCIERA

En este esquema de endeudamiento acelerado, uno de los episodios más significativos fue la toma de préstamos directos del Tesoro estadounidense. El gobierno presentó el acuerdo como un gesto de respaldo político y de confianza externa; en los hechos, se trata de un endeudamiento condicionado que profundiza la dependencia de Argentina respecto de Washington. Estos fondos no se destinan a proyectos productivos ni a infraestructura, sino a engrosar las reservas del Banco Central y sostener la estrategia de carry trade. En otras palabras, son dólares prestados para alimentar la bicicleta financiera y garantizar la salida de capitales especulativos, no para impulsar el desarrollo. La paradoja es evidente: un gobierno que se proclama “liberal” y “soberanista” termina subordinando su política económica a las condiciones de la principal potencia financiera global.

LA ESTRATEGIA DEL CARRY TRADE

En paralelo, la apuesta central del gobierno es sostener un esquema de tasas de interés elevadas para atraer capitales financieros de corto plazo. Este modelo, conocido como carry trade, requiere de reservas internacionales que el país no posee, por lo que el endeudamiento externo —incluido el proveniente del Tesoro de EE. UU.— se vuelve la pieza clave para sostener la bicicleta financiera. En vez de fortalecer la producción y el empleo, los préstamos actúan como combustible de un ciclo especulativo insostenible.

EL COSTO DE LA DEPENDENCIA

La consecuencia es clara: cada nuevo préstamo incrementa la dependencia respecto de capitales foráneos —ya provengan de Washington, del FMI o de los mercados financieros— y trae consigo exigencias de ajuste y apertura que reducen aún más el margen de maniobra de la política económica. En lugar de funcionar como puente hacia el crecimiento, la deuda refuerza el círculo vicioso de recesión de la economía, fuga de capitales y subordinación financiera.