El hombre que sería rockstar
El paso del panelista televisivo a presidente de la nación en seis años será posiblemente un fenómeno que seguirá llamando la atención
No seré famoso como economista, pero sí como rockstar
Javier Milei, 28 de abril de 2015
Siguiendo las leyes de la física, podemos decir sin temor a equivocarnos que todo lo que sube tiene que bajar, ya que existen fuerzas en la Tierra que impiden que todo lo que sube se mantenga indefinidamente en el aire.
Algo similar ocurre en política: sólo en un vacío absoluto puede un cuerpo elevarse sin fricción, sin contradicciones, sin obstáculos. ¿Estamos a punto de experimentar los límites del experimento libertario y la irrupción de una figura como la de Javier Milei? ¿Será por injerencia externa, por el hartazgo de la sociedad con más de lo mismo, o por las propias contradicciones del modelo económico que marcarán su pico y comenzarán la caída? ¿O todavía queda margen para seguir subiendo, acompañado por la ciudadanía mayoritariamente al Gobierno en las próximas elecciones, mientras el relato oficial intenta instalar que el esfuerzo hecho en dos años de gestión servirá para un mejor porvenir?
La idea del outsider ha sido ampliamente estudiada por la ciencia política, sobre todo a partir de la mediatización de la política y la crisis de los partidos tradicionales desde los años noventa. Si bien ya lo hemos mencionado anteriormente, la idea de que ante los avatares del destino una persona (junto a un séquito de fieles) llegue a conseguir fama, fortuna y poder tiene antecedentes a lo largo de la historia. Existen historias de príncipes y monarcas que ocuparon sus tronos producto de interpretaciones (muchas veces forzadas) de lazos sanguíneos y de la costumbre. Sin embargo, en aquellos casos en que el poder les era "prestado" y no supieron consolidarlo o no complacieron a sus benefactores, más temprano que tarde, encontraron su fin.
En 1888 Rudyard Kipling (el autor de El libro de la selva) publicó El hombre que pudo reinar. El relato llevado al cine en 1975 (bajo el título El hombre que sería rey y protagonizada por Sean Connery y Michael Caine), narra la historia de dos trotamundos y mercenarios en plena expansión británica desde el Raj a través de lo que hoy es Afganistán y Pakistán. Aquella región salvaje por la que se dice pasaron las tropas de Alejandro Magno, permaneció aislada y ajena a la expansión del Islam conservando ritos tribales y animalistas. Sirviéndose de sus conocimientos tecnológicos y militares, los viajeros británicos se hacen pasar por dioses, uniendo a las distintas tribus de la zona y se erigen como reyes. Embriagados de poder despótico, los nativos descubren que sus gobernantes no son dioses, sino humanos como ellos y los deponen de la peor manera.
La historia de los mercenarios refleja no sólo la ambición imperialista y colonialista de los británicos, sino también cómo los delirios de grandeza, mezclados con dosis de optimismo y audacia, pueden convencer al resto de un relato que, en la medida que no encuentra sustento, se derrumba con la misma rapidez con que se erigió
DEL “ESTADO TE CUIDA” AL “ESTADO ES EL PROBLEMA”
Resulta difícil no ver en la historia de Kipling un eco del carácter mesiánico y refundacional que rodea a la figura de Milei. El paso del panelista televisivo a presidente de la nación en seis años será posiblemente un fenómeno que seguirá llamando la atención, tanto por su ascenso maratónico a lo más alto y su forma de construir poder.
Antecedido por dos proyectos que generaron entusiasmo inicial en la población, las presidencias de Mauricio Macri (2015-2019) y de Alberto Fernández (2019-2023) no supieron ni pudieron llenar las expectativas del electorado. Las elecciones de 2023 dejaron como resultado la victoria de una opción distinta a las fuerzas que monopolizaron la escena política post-crisis del 2001. Para afirmar lo anterior, podríamos observar el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) que elabora la Universidad Torcuato di Tella (UTDT) desde 2002. Considerándose una escala que va del 0 al 5 respecto a cinco dimensiones esenciales para la ciudadanía, en el caso de Macri puede observarse que en el inicio de su gestión pasó de 3,14 puntos a 1,97 al final (con un piso de 1,53 puntos en abril de 2019). Mientras que en el caso de Alberto Fernández, comenzó con 2,32 puntos y rápidamente pasó a un pico de 3,29 (uno de los más altos de toda la serie) en el inicio de la cuarentena en abril de 2020; pero la confianza en el Gobierno cayó a 1,03 puntos. En el caso de Milei, el ICG arrojó 2,86 puntos al inicio de su gestión, pero más allá de algunos repuntes se observa una caída pronunciada desde julio de 2025 cuando comenzaron a salir al aire escándalos de corrupción en el entorno presidencial (para septiembre de 2025, el índice se ubica en torno a 1,94, una caída del 8,2% respecto al mes anterior).
En otras palabras, el vaciamiento del discurso de autoridad y representación del malestar social por parte de los partidos tradicionales terminó por erosionar también el contenido de la política, arrastrando consigo al resto de las instituciones. El vacío no es sólo político, sino también cultural: una pérdida de sentido y de sensación de progreso colectivo que supo encontrar eco en el discurso meritocrático y de ruptura con lo anterior.
Algo de lo mencionado en el último párrafo comenzó a gestarse durante el gobierno de Cambiemos, aunque discursivamente Mauricio Macri se esforzara en campaña por sostener aquella idea de no vas a perder lo que tenés. La promesa de Alberto Fernández de volvimos mejores tampoco se cumplió ni recuperó aquello que quizás sedujo a los votantes.
La idea de construcción de poder de La Libertad Avanza estuvo desde la campaña 2023 basada en receptar el enojo del electorado con discursos dirigidos contra los políticos tradicionales, el Estado como el origen de todos los males y las condiciones que lograron imponer aquellos que se oponen a “los argentinos de bien”. Palabras que supieron recoger el descrédito hacia la política como instrumento de mejora de una comunidad y demandas insatisfechas de la población. A esto se podría agregar un contexto internacional: la pandemia y las cuarentenas de 2020-2021 tuvieron efectos políticos contradictorios —un apoyo inicial en algunos casos, pero un desgaste del capital político cuando las medidas o la gestión generaron costos y frustración— y, sobre todo, abrieron oportunidades discursivas que actores de la derecha populista supieron explotar (negacionismo, conspiraciones, crítica al ‘establishment’). Investigaciones entre distintos países y artículos que analizan la respuesta al Covid documentan tanto el castigo a gobiernos mal gestionadores como la adaptación de la derecha radical a las narrativas antivacunas y anti-restricciones; además, reportes y encuestas recientes muestran que este discurso encontró especial arraigo entre jóvenes varones en varios países, lo que ayudó a consolidar un patrón reactivo y “rebelde” en el espectro derechista.
Este patrón de apoyo juvenil no se limita a una cuestión electoral: refleja también la consolidación de un ecosistema cultural y mediático (canales de streaming como Carajo o perfiles del ecosistema libertario en X, más o menos oficiales) donde la derecha populista busca consolidar valores, símbolos y narrativas que refuercen su influencia social. En este contexto, el propio Agustín Laje, referente intelectual libertario, identifica este esfuerzo como una “batalla cultural”: “¿Por qué la derecha tiene que dar una batalla cultural? Porque la cultura se ha vuelto muy aburrida y está totalmente dominada por la izquierda. (...) Además, la derecha debería dar una batalla cultural porque la cultura es estructurante de la vida social y política. La cultura hoy está politizada porque se ha entendido que la cultura es un factor de poder. Nunca hemos vivido en un mundo tan abarrotado de cultura como hoy, ¡nunca!”
Hoy, con una economía que no termina de despegar y las limitaciones fácticas que exponen las flaquezas de un modelo productivo basado en la renta primaria y la inserción global a través de materias primas, el panorama se vuelve incierto. A esto se suma el desempleo creciente y la pérdida de poder adquisitivo. En ese contexto, cabe preguntarse si alcanza con sostener el poder a fuerza de relato y recitales en el Movistar Arena, como parte de la batalla cultural encarada por el Gobierno.
Volviendo a nuestra metáfora inicial, podríamos plantear que el experimento libertario pudo elevarse porque no había aire: sin instituciones fuertes, sin cuerpos intermedios, sin fricción. Pero el poder mismo genera su atmósfera. Y cuando eso ocurre, la gravedad vuelve a actuar, recordándonos que todo lo que sube tiene que bajar.