Hay un meme que julio nos legó, pero que todavía no se viralizó; y entonces, quizás nunca lo haga. Es un julio con camiseta de la selección argentina, que se asoma al abismo en el primer cuadro, amaga tirarse de palomita en el segundo, pero retrocede a toda carrera en el remate. 

En clases de un Seminario de contrabando sobre Teoría de la Decisión, transmito que, así como el endurecimiento de las penas por manejar alcoholizadas/os funciona, el aumento de las penas frente a delitos contra la vida y la propiedad no tiene el mismo efecto. Lecciones. A veces se aprenden, y hacen una diferencia. A veces no, y nos lleva puestos el tren de la necedad. 

Algo semejante parece haber ocurrido en estos días. En julio renuncia Guzmán, y leíamos que el único acuerdo entre los Fernández era que “Massa no”. El Plan B se puso en marcha de inmediato. Guzmanismo sin Guzmán, leíamos también. Y entonces, cuando parecía que a la carrera nos tirábamos de palomita al abismo, retrocedimos también a la carrera. 

“Massa sí” ¿He allí una lección que aprender? ¿Para quiénes? “Massa sí” significaba, en mi parecer, una sola cosa: si antes era “Massa no”, importaba menos que los abismos infinitos nos aleccionaran que “Massa sí”, como que el FdT había galvanizado su unidad. Y si esto era efectivamente así, el juego de espejos que es la política (argentina), galvanizaba al tiempo la unidad de JxC. Ergo, en 2023 habría partido. Que sería, más o menos competitivo, dependiendo de cómo el Gobierno de los Fernández llegue a Massa… Digo, a marzo. 

Pero hubo, días atrás, otro abismo al que nos asomamos. Un abismo que mezclaba consternación, la sensación de una extrema precariedad, y cierto olor a naftalina. Hace décadas que no resolvemos nuestras diferencias políticas de manera explícitamente violenta. Fuimos, en el continente, un país muy violento. Hoy no estamos en ese podio, siquiera. La extrema precariedad puede inferirse de la facilidad con que un marginal con iniciativa puede acercarse y gatillarle en la cara a una figura política del nivel de Cristina Fernández. La consternación es, quizás, la suma de todos esos miedos. 

Razones no nos faltan. Foto: Pedro Jofré, sindicalista y trabajador del Ministerio de Desarrollo Social de Neuquén, le dispara al periodista Federico Soto en San Martín de los Andes, en el marco de una movilización de ATE, que reclamaba al Gobierno Provincial. Foto: el diputado del Frente de Todos por Corrientes, Miguel Arias, es baleado en el cierre de campaña en Tapebicuá, Corrientes. 

Los discursos de odio no son causa, sino efecto de la erosión del “arco de solidaridades que une al nosotros por la común pertenencia al territorio acotado por un Estado”, para utilizar la feliz expresión de Guillermo O’Donnell. Esta erosión no es patrimonio exclusivo de estas pampas. Ese arco que une al nosotros, está siendo contestado por arcos más pequeños. 

El psicólogo social Jonathan Haidt se refiere a la inclinación natural de recostarse sobre quienes piensan como uno, como la causa profunda que obstaculiza el intercambio con el otro, la apertura a lo diverso, y exalta el comportamiento tribal. Si las tribus no existieran, sostiene, las inventaríamos. Porque son reconfortantes. La otra mitad es estúpida o ciega. Nosotros somos superiores; los otros son nefastos (sea la puta oligarquía, sean los planeros). 

Aquella inclinación, ciertamente, escala de manera exponencial en tiempos de a) crecimiento de emisoras/es discursivos con potencial para trascender la mediación de las empresas que poseen diarios, canales de tv, radios o portales de noticias; y b) creciente dificultad para establecer los hechos en cualquier cadena de acontecimientos sujetos al debate público (ahora reconocemos que no es sólo una deficiencia profesional de los economistas).

Para cerrar, aquella consternación, también, podría tener otra causa. La de la certeza de que faltó grandeza y sobró cortoplacismo del peor, en una dirigencia que dejó pasar una oportunidad única. El pueblo argentino merecía más. Mucho más.