La política argentina está viviendo sus momentos más traumáticos desde la crisis del 2001. Sin dudas que se encuentra ante una de esas situaciones críticas que ponen a la supervivencia del régimen democrático contra las cuerdas. El intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner se trata de un hecho que merece un repudio sin ambages. Es una situación crítica e inadmisible en cualquier democracia que pretenda sostener todas las letras de su denominación. Pese a ello, la política sigue y siguió después de esos instantes de estupor que tuvimos los argentinos el jueves 1 de septiembre.
La política argentina se convirtió en el péndulo de Newton. En ese objeto (que típicamente decora oficinas) formado por cinco bolas exactamente iguales que cuelgan de hilos sujetados en un bastidor. Ante la generación de un movimiento externo que impulse a una de las bolas, el objeto demuestra la conservación de la energía y la dinámica del movimiento. La energía, en él, se pasa de una bola a la otra, generando movimientos en los extremos. El fallido atentado contra la figura más prominente del peronismo abrió un nuevo escenario de incertidumbre sobre el cual la dirigencia política tuvo posicionamientos muy diversos. Sin embargo, fueron las posiciones más extremas las que fueron inclinando el movimiento del péndulo.
Ante el atentado, al interior del Peronismo, se han tranquilizado algunos conflictos internos que minaban la supervivencia del Frente de Todos tal como lo conocíamos. Los sectores más a la izquierda del Frente, dentro de los cuales se encuentra el Frente Patria Grande -cuyo principal referente es Juan Grabois-  decidió suspender su salida de los bloques legislativos del oficialismo. El kirchnerismo, asimismo, logró imponer agenda dentro de los distintos grupos y facciones del oficialismo. Los mensajes y los contenidos de las declaraciones realizadas por el bloque peronista han sido claramente delineados por el sector más cercano a la vicepresidenta. Adicionalmente, en línea con estos movimientos, el massismo logró articular en el medio del caos las medidas económicas que estaba buscando (particularmente el “dólar soja”).
La oposición, por su parte, no logró acuerdos respecto a cómo reaccionar al atentado. Mientras que en el radicalismo y en la Coalición Cívica primó la intención de buscar un acuerdo y mostrar unidad frente a una amenaza a la democracia, en el PRO emergieron diferencias más profundas. Desde los sectores más cercanos a Larreta se mostraron expectantes ante la evolución de los hechos, pero la sesión del pasado fin de semana en la Cámara de Diputados, marcó un punto de inflexión, ya que el bloque PRO se levantó de sus bancas, en una posición más alejada del carácter negociador exhibido por sus socios en Juntos por el Cambio. La posición más extrema la mostró Patricia Bullrich, criticando fuertemente la reacción presidencial ante el atentado. En el extremo, Javier Milei cortó con su silencio en la misma sesión, criticando a todos sus pares por las posiciones tomadas.
Los extremos han ido marcando la agenda política de los últimos días, otorgándole una lógica similar a la de un péndulo de Newton. Por izquierda como reacción ante los hechos trágicos y luego por derecha como crítica masiva al resto del ecosistema político, la vida partidaria y legislativa argentina discurre ante un nuevo escenario. En este nuevo escenario, la amenaza de la violencia política está latente, y con ella, la supervivencia de la democracia tal como la conocemos. Será cuestión de tiempo y del obrar de la dirigencia política, ver si efectivamente vamos hacia una mayor moderación que calme las aguas (al igual que cuando un péndulo de Newton se deja de mover) o si los extremos ganan más fuerza de forma tal de condicionar al resto de la dinámica política.