“No es difícil dominar el arte de perder:
hay tantas cosas empeñadas en perderse,
que su pérdida no es ningún desastre”
Bishop, E. (1976)

No soy de perder cosas, objetos materiales, no se me da fácilmente, como sostiene Bishop. Muy rara vez, que lo recuerde. Sólo podría mencionar tres o cuatro y no muchas veces más. En una ocasión camino al aeropuerto de Asunción (Paraguay) “perdí” mi billetera en el taxi que me llevaba, al momento me percaté de ello y llamé a la base, al poco tiempo el taxista me la acercó. En otra oportunidad, “extravié” mi tarjetero en un cajero automático por la mañana y a la tarde le avisaron a mi hermano que lo habían encontrado. Por último, la semana pasada dejé caer mi tarjetero (el mismo que años atrás había olvidado en el cajero) en un parque. Al otro día se lo acercaron a mi mamá. 

Una carta no siempre llega a destino, sostiene Derrida en la La tarjeta postal (2001: 359-360), y que al ser eso su estructura “puede decirse que no llega nunca verdaderamente”, y ello podría estar cercano a lo que me pasó y nos pasa. Tal vez esa “pérdida” que no se concreta, y se repite una y otra vez sin poder culminar, sea un destino -de perderse- que no llega. Una pérdida puede no llegar a su destino y jamás perderse. Una imposibilidad que posee la pérdida de perderse verdaderamente.

En ese sentido, si una pérdida es un dejar atrás, volver a empezar, cambiar, un cambio que se impone por el extravió de lo que se poseía. A partir de ahí, barajar de nuevo, recomponer, reemplazar y cambiar. El cambio de perderse se produciría donde la pérdida se concreta y la carta (o mi tarjetero) aun perdiéndose llega a destino. Pero eso no siempre ocurre, por un giro del destino -podrán decir algunos-, no podría llegar a su destino, porque el destino no se puede identificar o diferenciar sin dificultades.

Si lo planteamos en el ámbito de la política, el cambio suele venir con la pérdida, o posterior a ésta, pero ese cambio que se produce con una pérdida, similar a lo que planteaba con el caso que tomé como ejemplo, es dada por un extravió no concluido, por lo que el cambio no se produce realmente, es decir, el cambio es un cambio que no cambia nada a partir de algo perdido que no se pierde. No es que el cambio sólo se pueda dar a partir extraviarlo todo, pero algo se debe perder para que esa pérdida llegue a su destino de perdición, sólo allí podrá ser el lugar para empezar a pensar en otra política o mejor aún, en una política-otra. Esa política que hoy en día por estas latitudes se viene poniendo en boca de todos por la proximidad de las elecciones presidenciales en octubre -posterior a las PASO de agosto-, pero también en 21 provincias que elegirán gobernadores. 

Quizá, la política debiera ser el lugar para extraviar-nos -aunque nunca nos extraviemos verdaderamente- y poder cambiar algo. De otra manera, esos movimientos que producen que nada se pierda, que no todo arribe a destino, que conllevan una repetición de lo que siempre se da y evitan el cambio -aunque se sustenten en buenas intenciones- producirían mal mayor. Una conservación de lo que no se sabe bien qué se conserva, ya que se defiende durante tanto tiempo algo que se olvida la razón, a todo costo, que había llevado a mantenerlo.  

 Este pequeño texto torpe sea, quizá, un justificativo para la enorme torpeza de no poder perder las cosas, perdiéndolas. Y que, por lo tanto, nada cambie.