Más acá de cualquier cálculo electoralista o de importancias personales, egos o súper egos, Cristina muestra con su regreso a las listas electorales -en este caso, como candidata a diputada provincial por la tercera sección del Conurbano bonaerense- un gesto político de primer orden: precipita las decisiones del poder real para proscribirla, como también las de los militantes y ciudadanos para defender la democracia.

Decir las cosas como son, arriesgar el pellejo, interpelar a los otros a tomar posición son rasgos fundamentales de la parresía, el coraje de la verdad, como le llamaba Foucault. El gobierno de sí y de los otros no se reduce jamás a una ciencia exacta, ni responde tampoco a verdades reveladas desde el más allá; conducir es un arte crítico que asume el riesgo de una enunciación singular y el deseo de transformación del conjunto en función de los saberes, poderes y modos de subjetivación realmente existentes.

Una dirigente como Cristina no necesita haber estudiado filosofía o entender a Foucault para leer la coyuntura y ejercer de un modo práctico el gobierno por la verdad. No obstante, sí conviene que quienes puedan leer la situación en su conjunto lo hagan con las mejores referencias posibles, diciendo lo que hay que decir, porque no se trata en esta situación de peligro de meros cálculos electoralistas o juegos imaginarios de saber-poder. Es mucho más lo que está en juego: nuestra propia constitución como pueblo.

Estamos en uno de esos momentos refundacionales donde todos los legados del pasado, las proyecciones futuras y la mismísima sustentabilidad del presente se arremolinan bajo nuestros pies temblorosos; momentos en que ni siquiera los muertos están a salvo, como diría Benjamin, pues la memoria de las generaciones pasadas nos empuja a tomar decisiones ineludibles y cada lugar del entramado social es importante, porque es puesto a prueba para responder ahí, justamente.

El regreso de Cristina y la lucidez de su posición ante el poder real, que la quiere “muerta o presa”, como ha dicho, configura un momento de decisión inexorable e indelegable, donde cada quien tiene que asumir el coraje de la verdad que le toca en el anudamiento del conjunto. Como siempre, no se trata de un liderazgo que dice todo lo que hay que hacer, con rumbo fijo o definido, punto por punto, sino que hay que jugarse para que sea lo que sea, nos encontremos allí implicados, siendo protagonistas de nuestra propia historia.