Los cacerolazos más impactantes de fines de 2001, incluso algunos que se reiteraban en aquel tórrido verano 2002 de patacones y lecops, culminaban sobre Plaza de Mayo, y a modo de cierre se cantaba el Himno Nacional Argentino, no la Marcha Peronista. Un grito agónico de corazón apelaba a la canción argenta al palo como el mantra de una tribu perdida, al borde de la inexistencia, o de un paciente terminal cuando el encefalograma pierde las oscilaciones y confluye a la línea inerte. Sin moneda, sin Estado, sin autoridad, moqueando la ñata contra el vidrio de una globalización inexorable, no quedaba más remedio que acudir a reclamar al lugar de siempre: Plaza de Mayo. La que había sido de manera explícita la plaza de Juan Domingo Perón entre 1945 y 1973, había mutado desde la dictadura en adelante en un mosaico roto y ecléctico: festejos mundialistas, Madres y Abuelas y todo el arco del movimiento de derechos humanos, las plazas de Alfonsín y la primavera democrática, la CGT de Saúl Ubaldini y luego la CTA. Ahora llegaban hasta allí vecinos indignados, asambleas barriales, piqueteros y movimientos sociales de diverso calibre y pelaje. El Himno Nacional en Plaza de Mayo era un llamado exhausto a la propia nacionalidad, en un contexto en que el peronismo sobrellevaba una larga crisis de identidad y destino, perpetuada desde la muerte de Perón y todos los efectos políticos inmediatos que ese hecho tuvo al interior del movimiento y en el conjunto social. Pero, además, el PJ como partido alterno de la recuperada institucionalidad democrática, era ahora, con Menem, la expresión política local de las reformas neoliberales, en espejo con el PRI mexicano, el MNR boliviano, el APRA peruano. Del peronismo podía surgir entonces tres tipos de noticias relativamente culturales y marginales: Madonna filmaba Evita en Buenos Aires, Leonardo Favio proponía su titánico y magnífico documental Sinfonía del sentimiento, y se inauguraba el hermoso Museo Evita en la calle Lafinur. 

Aun así, el debate político de las disidencias al modelo neoliberal provenía de fracciones del propio peronismo: Duhalde y el Grupo Calafate abrían tímidamente esa puerta, el FREPASO ofrecía sus contradicciones. A las cuales se sumaban cierta tradición estatal pública de la UCR y el PS, la fuerza de los sindicatos, las izquierdas.Seguramente no estaba en los planes de nadie que Kirchner, como candidato de última instancia del aparato duhaldista, llegara a presidente de la Nación. Y tampoco que de esta amalgama transversal surgiera el kirchnerismo como movimiento. Es probable que la contraseña de la época estuviera en las entrelíneas del discurso inaugural del 25 de mayo de 2003, pero está claro que la puesta en acto fue el 24 de marzo de 2004, cuando produce la bajada del cuadro de Videla en el Colegio Militar por la mañana, y luego la entrega a los movimientos de DDHH de las instalaciones de la ex ESMA, y el pedido de perdón a las víctimas de la dictadura en nombre del Estado, por la tarde. Ese día, Kirchner termina de dar vuelta la historia argentina contemporánea. Ese Kirchner transversal rompió moldes, reacomodó instituciones, partidos, biografías políticas, alteró las funciones del Estado, reformó la Justicia, canceló en su totalidad la deuda externa, priorizó a América Latina como socia principal y recuperó la impronta de la política como arena y teatro de la representación de los intereses populares. Las elecciones de 2005 y 2007, en las que derrota tanto a Duhalde como a las fracciones más conservadoras de la UCR, a la derecha liberal y a las variantes progresistas residuales de la crisis política de los noventa, muestran un Kirchner apelando a una suerte de transversalidad nacional, popular y progresista. Cuando termina su mandato,nada era igual. 

¿Y el peronismo? ¿Y el PJ, la CGT, los gobernadores popular conservadores, los intendentes más enquistados del Conurbano? Mientras la política nacional empieza a reformular sus preguntas sobre el peronismo, en tanto se encuentra frente a un peronismo diferente al de Menem y los noventa, la región sur ingresa en un momento intenso de gobiernos populares y progresistas, que también reproducen a escala sudamericana variantes de esas mismas preguntas: desde el nacionalismo popular de Chávez hasta el obrerismo progresista de Lula, desde el socialismo chileno y uruguayo y el reformismo activo de Correa hasta, como perla de época, el indigenismo popular y cocalero de Evo Morales. La región empieza a autopercibirse Patria Grande: nacen la UNSAR y la CELAC, se amplía el Mercosur.

¿Cuáles son, entonces, las preguntas que el kirchnerismo le formula al peronismo? ¿Dónde lo actualiza, dónde lo renueva, dónde lo recupera? Por razones prácticas, existe un antes y un después, una bisagra, para responder a estas preguntas: el conflicto con las patronales del Agro y la Resolución 125, entre marzo y julio de 2008. Hasta ese momento Kirchner actúa en la política como jefe reconstructor, como reparador específico de sueños, como alquimista transversal, como líder de bastón y atril presidencial, sin olvidar nunca la cintura pragmática y el cuaderno de almacén con la data al día de los superávits gemelos. De pronto el crujir interno de la trama política y cultural, el asedio a la figura de Cristina ya presidenta de la Nación, el arrebato del poder concentrado y el corrimiento del vicepresidente radical, todo el conflicto descarnado, en suma, lo lleva a absorber el poder político e institucional del peronismo realmente existente y dar la batalla desde ahí y hacia delante. ¿Se produce un abandono de la transversalidad, una vuelta al PJ? Ni una cosa ni la otra. Lo que ocurre es demasiado complejo para responder en una frase, pero es posible pensar que, nos aproximemos, a un renacimiento peronista. Estatización de los fondos jubilatorios, YPF y Aerolíneas Argentinas. TV Pública, Ley de Medios, Matrimonio Igualitario y festejos (y políticas culturales) del Bicentenario. Un peronismo que se reencuentra con la tradición plebeya y redistributiva económica de los años cuarenta; un peronismo que se reencuentra con la tradición juvenil y rebelde de los setenta; y un peronismo que rescata la tradición democrática inaugurada en los ochenta por los juicios contra los genocidas y por su perspectiva de derechos de tercera generación.Y un peronismo que le incorpora a ese conjunto, a mandíbula batiente (cual grito de Munch en tapa de La garganta poderosa) una pista sonora latinoamericana, ya esbozada en su época por el propio Perón. Algo de ese renacimiento peronista, ricotero y masivo, expresado por La Cámpora (la principal agrupación “fuerza propia” que nace y se expande en aquella bisagra), pudo verse más recientemente, el 17 de noviembre de 2022, cuando la líder indiscutida del movimiento peronista del siglo XXI, Cristina Fernández de Kirchner, respondió a la multitud cuando le preguntaba por su candidatura próxima a la Presidencia de la Nación: “Como dijo el General, todo a su medida y armoniosamente”.