El viejo mundo se muere.

El nuevo tarda en aparecer.

Y en ese claroscuro surgen los monstruos.

Antonio Gramsci (1831-1937)

La literatura politológica tradicional sostenía que los sistemas de partidos cambiaban al ritmo de las transformaciones producidas por los sistemas electorales, sin embargo, en la Argentina del siglo XXI, el sistema de partidos a nivel nacional está cambiando por la presión de otros factores. De los partidos de masa del siglo pasado nos queda la historia, las enseñanzas, algunos vicios de prácticas cotidianas y aquella idea de lo que pudo haber sido y no fue.

En la década de los ´90  del siglo pasado, con el pacto de Olivos, los dos principales líderes partidarios de Argentina acordaron que en la nueva Constitución Nacional, a los partidos políticos (en su formato tradicional) les correspondía competir para postular candidatos a cargos públicos electivos; pero esa función y la estructura pensada a partir de 1994 iba a cambiar debido a las mutaciones de la sociedad, de las instituciones y de los desafíos que en Latinoamérica y especialmente en Argentina la democracia puso sobre los hombros de los partidos y de los dirigentes del momento.    

Con la profunda crisis de representación, con la crisis política, económica y social en la Argentina en los primeros años del Siglo XXI, los partidos políticos tradicionales comenzaron un proceso de fragmentación que terminó en el surgimiento de nuevas fuerzas políticas que quizás tenían una matriz histórica en común, pero que en los papeles y en la realidad se separaron para conformar nuevas fuerzas y alternativas políticas. Las elecciones presidenciales del año 2003 fueron una muestra de ésta diáspora partidaria como así también las elecciones de medio término en 2005.

A partir de entonces, el proceso coalicional comenzó a tomar fuerza y convertirse en la realidad de aquellos que buscaban ganar elecciones generales o intermedias para ocupar cargos públicos electivos. En 2015, la coalición Cambiemos ganó las elecciones presidenciales con el apoyo de diversas fuerzas partidarias tradicionales y también emergentes, poniendo como eje central del gobierno al PRO y a la UCR. En 2019, el triunfo del Frente de Todos ratificó la mutación de un sistema de partidos a un sistema de coaliciones, donde las mismas ya no sólo eran electorales o parlamentarias sino también de gobierno.

En los sistemas presidencialistas, hablar de coaliciones implica un reacomodamiento de las tradiciones y costumbres institucionales y de gestión, saber que la pelea por la centralidad partidaria en las coaliciones de gobierno o de oposición suponen conflictos internos.

En el oficialismo las críticas van desde lo discursivo hasta las prácticas políticas, por lo cual los acuerdos institucionales y también los conflictos permanentes son parte de la gestión.  En las coaliciones de oposición, la convivencia generalmente es estable en el ámbito parlamentario, pero cada vez que se acercan momentos de definir candidatos para elecciones generales o intermedias las tensiones por ocupar la centralidad e imponer nombres van en escalada.

A nivel federal, las coaliciones nacionales intentan construir alternativas multinivel y en muchos casos se chocan con las resistencias locales impulsadas por los sistemas electorales locales, por la historia partidaria, por la fuerza territorial de los partidos tradicionales e incluso por el rechazo a la lógica centralista.

Los desafíos entonces son múltiples, por un lado crear una cultura coalicional y superar la de partidos de masa en una sociedad con una lógica de funcionamiento totalmente distinta a la del siglo pasado, por otro lado, respetar los tiempos de construcción de coaliciones en las provincias para poder combinar y constituirlas en formato multinivel.

A estos desafíos hay que sumarle la necesidad de pensarlos en un contexto de presidencialismos fuertes con una democracia que cada vez pone más desafíos y que no puede resolver algunas de las promesas realizadas a partir de la tercera ola democratizadora. Una sociedad civil que está transitando un período de apatía participativa y que demanda una agenda de mayor inclusión, menor desigualdad y ampliación de derechos pero dentro de un marco de crecimiento económico con mayor producción y crecimiento del consumo y del bienestar capitalista.