"Massismo es más de lo mismo, massismo es más kirchnerismo, massismo es más de lo mismo y nadie lo puede negar", aseguraba el spot electoral de Francisco de Narváez en la campaña para las elecciones legislativas del 2013. En esa contienda, el por entonces intendente de Tigre derrotaba al candidato oficialista Martín Insaurralde y se convertía en el gran ganador de unos comicios en los que su agenda propositiva giraba en torno a la seguridad y a la derogación del Impuesto a las Ganancias. A diferencia de los De Narváez del sistema político argentino, súbitamente célebres pero que sucumben a la significación del largo plazo, Massa organizó un partido político, logró representación legislativa y volvió a ser competitivo electoralmente en el 2015, apadrinado por José Manuel De la Sota y Roberto Lavagna. Aunque quedó tercero en esa elección, el dato más relevante fue el apoyo que el tigrense le dio a Mauricio Macri en aquel ballotage donde el ex presidente derrotó a Daniel Scioli por menos de tres puntos.

Si bien el Pro contó con otros socios en la coalición electoral con la que accedió al poder, tuvo en el Frente Renovador uno de los más importantes soportes de gobernabilidad en su primer año de gobierno. Macri llevó a Massa a Davos y lo presentó como “uno de los líderes más importantes de la oposición argentina”. El ex Jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner militó en esos primeros meses la “necesidad de construir una oposición responsable”. Efectivizó ese objetivo apoyando con su fuerza política en el Congreso leyes claves para el gobierno de Macri durante buena parte del 2016. Asimismo, dirigentes del Frente Renovador se sumaron como funcionarios a la gestión de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires. El pacto de gobernabilidad con la ex gobernadora duró más que con el primer mandatario, de quien Massa se fue distanciando paulatinamente. “Ventajita” fue el etiquetado frontal que el presidente le estampó al tigrense para caracterizar su comportamiento político.

MENOS POR MÁS

Sergio Massa se sumó al Frente de Todos cuando terminó de convencerse que la ancha avenida del medio como construcción política no lograba ir más allá del café y las bochas con Lavagna, Schiaretti y Pichetto. Por entonces, su potencia electoral menguaba hacia un dígito y se aceitaban los entendimientos con figuras relevantes del kirchnerismo. El líder del Frente Renovador ingresó como socio minoritario a un gabinete cuyos ministerios más relevantes eran ocupados por funcionarios cercanos al presidente Alberto Fernández, mientras que quedaba en un segundo plano el kirchnerismo. Hasta entonces, Massa controlaba solo el Ministerio de Transporte y ejercía la presidencia de la Cámara de Diputados. El punto de inflexión de esta composición ministerial se produjo con la renuncia de Martín Guzmán, en un contexto de agravamiento de la economía y de la gobernabilidad, metaforizada por Jorge Ferraresi con la imagen del indeleble helicóptero. Toda crisis es una oportunidad para Massa. En aquel entonces tomó el control del Ministerio de Economía, unificándolo con los Ministerios de Desarrollo Productivo y Agricultura, Ganadería y Pesca. También la Aduana y la Secretaría de Energía pasaron a estar bajo su conducción. Su empoderada gestión no logró revertir el flagelo de la inflación ni mejorar el poder de los salarios, pero le permitió exhibir nutridas agendas de contactos, interlocuciones amables con el establishment nacional y renovar las negociaciones financieras internacionales, desde el FMI hasta Shanghái. Con el vértigo y la vocación de poder del Cavallo de los noventa, agitó su imprescindibilidad en el rumbo económico en momentos donde debía definirse la principal candidatura del oficialismo.

 “SIN SERGIO NO SE PUEDE” ¿CON SERGIO ALCANZA?

Los tiempos orientales del fallido operativo clamor por la candidatura de la actual vicepresidenta demoraron la instalación de un candidato kirchnerista que pudiera ser competitivo a nivel nacional. Frente a una oposición política con sus candidatos plenamente instalados en el espectro de la derecha y la extrema derecha, el oficialismo se encaminó hacia una interna con incertidumbre y fuertes tensiones políticas. La hipótesis de la musculatura política de Sergio Massa como candidato motorizada por los gobernadores contribuyó finalmente a encumbrar al ministro de Economía en la fórmula presidencial. Él y Axel Kicillof son los dos ganadores del intrigante cierre de listas en el peronismo.

Del Massa de Davos al Massa nacional y popular, se actualizó la unidad hasta que duela. Como en las cañerías de Girondo, el kirchnerismo de a pie tiene gritos estrangulados. ¿Cómo militar a Massa en las barriadas”? se escucha. ¿Se puede volver a enamorar con el “alivio fiscal”? La memoria social y política dista del todo pasa con el que los dirigentes más encumbrados pragmatizan la opción electoral. Si llegara a ser presidente, ¿será el Massa que prometía “barrer con los ñoquis de La Cámpora” o el de “Maxi compañero y amigo”? ¿El que aseguró en la ex Esma que “vamos a poder consolidar un camino de Justicia” o el silente frente a la represión de Gerardo Morales en Jujuy? ¿El Massa pronorteamericano o el de pagarle al FMI y no volver nunca más al organismo”? ¿Será el massismo más kircherismo como sonaba en el jingle?

En cambio, no parece haber dudas en que a los dirigentes del oficialismo los une el espanto frente a la agenda de campaña de Juntos por el Cambio.  A cuarenta años de la recuperación de la democracia en nuestro país, una de las promesas más significativas tanto de Larreta como de Bullrich es eliminar a una fuerza política: el kirchnerismo. En el marco de ese lenguaje tan bélicamente connotado, se presenta al contendiente como un enemigo, una amenaza que hay que erradicar para siempre. Se pone en riesgo así la tolerancia, la disputa pacífica por un proyecto de país y la legitimidad reconocida al adversario, componentes indispensables y dirimentes de la convivencia democrática.