Cuando estamos cumpliendo cuarenta años de democracia -política- ininterrumpida por primera vez en la historia argentina ¿podemos decir que estamos en presencia de una elección distinta a modo de “homenaje”?

Vaya pregunta y manera de empezar estas líneas, pero considero que, efectivamente, lo que vamos a vivir el próximo domingo resulta algo inédito en la política contemporánea de nuestro país. Y esta novedad puede apreciarse desde una doble perspectiva o lógica.

La primera perspectiva, obviamente, gira en torno a la estabilidad político-institucional que arrancó allá por diciembre de 1983, pero que tiene su gestación y nacimiento luego de la guerra de Malvinas culminando con las elecciones del 30 de octubre. Y este 22 de octubre rendimos homenaje a estos “primeros 40 años de democracia”, pensando en los “100 años” proclamados por el alfonsinismo de aquellos tiempos o en “la democracia para siempre” pregonada por el kirchnerismo y la mayoría de las fuerzas políticas, promediando la primera década del corriente siglo y como fundamento de la consolidación del sistema democrático luego de la crisis de 2001/2002. Cuarenta años ininterrumpidos de democracia con estabilidad político-institucional, algo inédito en nuestra historia, por cierto.

La segunda perspectiva o mirada es la que, precisamente, centra la atención de este artículo. Y está relacionada, no solo con la continuidad de la democracia política y de la estabilidad institucional, sino también con las características del “juego político” o, mejor dicho, de la lucha política, de la lucha por el poder en la historia de nuestro país.

¿Por qué sostengo esto? La historia política argentina siempre estuvo enmarcada en una lucha entre dos facciones bien diferenciadas, más allá de si sus proyectos de país o político-económicos fueran muy diferentes o no. Desde el enfrentamiento entre unitarios y federales pasando por el de liberales y conservadores, característico del proceso de formación y constitución del Estado argentino, y a partir de 1880 hasta las PASO de 2023 (sí, las elecciones del pasado mes de agosto), siempre la disputa central por el control del poder político estuvo signada por la polarización entre dos sectores. Élite incluida (oligarquía) versus élite excluida, transformada luego en disputa entre conservadores y radicales;  y más tarde entre radicales y peronistas, y en el medio de las mismas, entre civiles y militares, para volver a la puja entre radicales y peronistas y luego entre neoliberales y socialdemócratas/populistas, hasta llegar a las coaliciones preponderantes en la última década: Cambiemos o Juntos por el Cambio y Frente para la Victoria o Frente de Todos. Si bien ya mencioné en notas pasadas (septiembre 2021, noviembre 2022 y mayo del corriente año) a un nuevo actor a tener en cuenta, o no descartar pensando en futuro, lo hice a los efectos de señalar esas terceras o cuartas fuerzas que siempre aparecen con algo de presencia en las elecciones intermedias pero que en las presidenciales pierden fortaleza ante la polarización electoral, a pesar de la imposición de la segunda vuelta electoral o ballotage que se estableció en la reforma constitucional de 1994. Las PASO de agosto pasado me mostraron, como a la gran mayoría de los analistas y especialistas en cuestiones políticas y electoralistas, lo errado de mi apreciación o, dicho en mejores términos, la no apreciación del verdadero fenómeno “Milei” y de cómo las redes, los medios y los llamados “influencers” han logrado la enorme capacidad de imponer candidatos “out siders” con chances más que ciertas de romper con la histórica polarización argentina.

Algún desprevenido o desprevenida podrá decirme que la dicotomía o polarización sigue, ya que la verdadera contienda pasa por “kirchnerismo-antikirchnerismo” y esto puede ser asociado con la famosa y triste antinomia “peronismo-antiperonismo”. O quizás no sean tan “desprevenidos” y en la “atmósfera” política y en el humor social sea eso lo que verdaderamente pase o se “sienta”, o, incluso, sea una nueva versión de la anterior antinomia reflejada en la frase comúnmente utilizada de “setenta años de peronismo” (en realidad, si tomamos la revolución/golpe de 1943 estaríamos hablando ya de “80 años de peronismo”). Con lo cual, esa polarización política seguiría existiendo, centrándose más en “lo opuesto a” que “a favor de”, algo muy recurrente en nuestra historia, lamentablemente. Pero la peculiaridad de estas elecciones es que no hay una polarización electoral, sino que hay tres fuerzas con ciertas chances de alcanzar la primera magistratura y que, el escenario aun más singular, puede darse si las dos fuerzas que se proclaman “antikirchneristas” compitan en un eventual ballotage. Y esto sí que sería toda una novedad.

Por consiguiente, y para refutarme lo de la particularidad de las elecciones del domingo en relación con la historia argentina, reciente y pasada, pueden sostener esta polarización “kirchnerismo-antikirchnerismo”, como también, comparar estas elecciones con las de abril de 2003 (el ballotage de mayo no se realizó por la no presentación del candidato más votado en primera vuelta con apenas un poco más del 24 % de los votos, Menem) en la cual hubo una volatilidad de los votos.

Lo de la polarización ya algo sostuve, pero voy a remarcarlo con más argumentos. En primer lugar, la antinomia “kirchnerismo-antikirchnerismo” no puede ser considerada como una nueva versión o continuidad del “peronismo-antiperonismo”, ya que en las tres principales fuerzas políticas hay fuerte presencia peronista y cuatro de las cinco listas que se presentan tienen candidatos peronistas o vinculados al peronismo (Schiaretti y Randazzo son peronistas y el último proviene del kirchnerismo; Bullrich fue montonera, perteneció a la tendencia peronista de los años 70 y estuvo en las filas peronistas hasta finales de los años 90; Massa en sus años mozos fue de la UCeDé y luego militó en el peronismo, pasando por el kirchnerismo y luego armando el Frente Renovador de tendencia “peronista federal” y Rossi es un peronista-kirchnerista; Milei y la mayoría de sus acólitos reivindican al peronismo menemista y hasta cantaron la marcha peronista en un acto organizado por el burócrata sindical peronista Luis Barrionuevo -esposo de Graciela Camaño que ha sabido jugar con Cambiemos; y así puedo seguir nombrando “apoyos” y “simpatías”). En segundo lugar, salvo el caso de Axel Kicillof en provincia de Buenos Aires (proveniente del comunismo) y de Leandro Santoro en CABA (proveniente de la UCR alfonsinista), no hay figuras relevantes del Kirchnerismo o cristinismo en la contienda nacional, no estando las propuestas del massismo muy vinculadas a lo que pregona el kirchnerismo “duro”. Sí es cierto que lo que queda del kirchnerismo “duro” o “cristinismo” se refugia en lo que pueda pasar con Massa e, incluso, en lo que pueda pasar en un hipotético gobierno de Milei, estando al acecho como pasara con el gobierno de Macri; pero los candidatos, las coaliciones y las propuestas (a excepción de la izquierda, obvio) no reflejan, salvo en sus discursos panfletarios (¿son necesarios estos debates televisados, de la manera en que son desarrollados?), la antinomia “kirchnerismo-antikirchnerismo” ni mucho menos la antinomia clásica “peronismo-antiperonismo”.

Respecto a comparar estas elecciones con las del 2003, el “afuera la casta” de Milei puede asociarse con el “que se vayan todos” del 2001/2002 pero, la gran diferencia, es que por aquellos años hubo una crisis tal de representación política y partidaria que ninguna fuerza ni político pudo canalizar la “bronca” popular, tal es así que uno de cuatro electores terminó votando al que llevó al país a esa situación crítica de fines del siglo pasado y comienzos del presente. En cambio, en la actualidad hay líderes y fuerzas que aglutinan a sectores importantes de la sociedad, ya sea por bronca, por convicción o por miedo y, a diferencia de la dispersión del voto en 2003, hoy hay una clara concentración del voto en tres grandes fuerzas como nunca lo hubo en la historia argentina (las elecciones de 1963 no cuentan, ya que la proscripción del peronismo llevó a que el voto en blanco saliera en segundo lugar por menos de un punto que el primero, Illia con la UCRP, el cual apenas rondó el 27% de los sufragios emitidos y las elecciones llevaron a un enfrentamiento entre radicales dentro de esa “tónica” peronismo-antiperonismo).

Por consiguiente, y para concluir esta suerte de “razonamiento” o “visión” sobre el escenario electoral del domingo próximo, considero que, por primera vez, no solo en estos 40 años de democracia sino en la historia de nuestro país, tres fuerzas políticas con características disímiles, aunque todas dentro de un arco político-ideológico de centro derecha a derecha, tienen reales expectativas de alcanzar el poder. Eso sí, y espero no volver a equivocarme, el resultado final se conocerá recién en noviembre y hasta podemos encontrarnos con un ballotage entre las dos fuerzas que se pregonan “antikirchneristas” y que provienen de la oposición a este gobierno. Y esto provocaría otra situación inédita: por primera vez el oficialismo no participaría de un ballotage, lo que significaría la peor derrota electoral de quien detenta el poder desde 1983 a esta parte, ya que podría no alcanzar ni siquiera el tercio de los sufragios emitidos…