Quizás no fue la ironía lo que en pandemia nos hacía habitar el tiempo mientras escuchábamos como un mantra Yendo de la cama al living de Charly, sino acaso la percepción de que estaba terminando un ciclo histórico generacional y tecnológico. En ese ejercicio de rememoración donde volvíamos a repensar la experiencia de vivir (y salir) de la dictadura entre la infancia y la adolescencia, creíamos ver la manera de entender la relación que nuestros hijos e hijas (del rock and roll y de la ya adulta democracia) tenían con la música y con la calle.

Pero no hay nada peor que perder el hilo de la conversación y la lucidez, cuando el tiempo de la vejez golpea nuestra puerta. O no hay nada peor que advertir que detrás del NO de los jóvenes y las nuevas infancias late un cambio mucho mayor al advertido.

Me gusta cuando mi hija y mi madre hablan de Rosalía, porque el punto de encuentro es el flamenco. Una, porque apenas lo descubre sampleado e interrumpido entre las bambalinas de la joven maja. Y la otra, porque se emociona al ver allí algo de una antigua Andalucía y de los versos de Federico García Lorca. Así son los hermosos malentendidos de la cultura, como cuando Almodóvar hace emocionar a todas las Españas, narrando en su Dolor y gloria una adolescencia de becario pobre en colegio católico.

Me gusta también cuando mi sobrina dice que su tema favorito es Arrancármelo (también fue uno de los hits del Mundial) de Wos, porque me pasa lo mismo y porque admiro mucho al Wosito. La Joaqui me parece muy simpática y atrevida. En cambio, descreo que el RKT sobreviva más que en algún karaoke trasnochado, dentro de algunos años, y nos recuerde estos años de despegues y abismos tecnológicos. Acercarnos al trap, al freestyle, al flow andino implica asomarse de algún modo a las transfiguraciones culturales que están latiendo ahora. Para eso están los símbolos, y porque quizás sean la única forma de un diálogo imposible pero deseable entre generaciones.

¿Qué está pasando ahora? ¿Las juventudes, sus ídolos, sus temas, sus referentes, van a tener algún espacio en las campañas electorales que empiezan a desplegarse desde ahora en todo el país, provincia por provincia, municipio por municipio, en legislaturas y en la próxima Casa Rosada? Nada de todo esto alcanza a ser pensado de manera fragmentada, sino encontramos una fuerza que aglutine y sostenga el derecho a la propia existencia de la juventud. ¿Será posible ser joven en el futuro próximo? Hay un sector de la política que está apostando nuevamente al individualismo extremo, al egoísmo y al desprecio (racismo, xenofobia, exclusión social, descarte), como perspectiva y forma de construcción. Están allí, los vemos, apoyados en raros (des)peinados (re)nuevos que mezclan (y confunden): subjetividad de redes con finanzas personales, negacionismo histórico con demagogia punitiva, antipolítica con antiorganización colectiva, antiburocracia con antiderechos. En fin, peces gordos con peces chicos.

¿Dónde está la política hoy? La pregunta es qué está pasando con las nuevas generaciones. El encuentro de los jóvenes y la política es algo tan apasionante como experiencia y, acaso también, como objeto de reflexión. La irrupción de la nueva generación, en cada época, rompe bien arriba de la ola y ofrece el semblante de la belleza y el deseo ardiente. Es quizás de lo mejor que uno puede encontrar en esta vida. Podríamos pensar, acaso, en las dos últimas olas de aglutinamiento joven, popular y rebelde, que vivimos en la última década.

Entre el conflicto del Estado con las patronales del campo de 2008 (por la resolución 125 y la renta agraria), las Fiestas Mayas del Bicentenario y la muerte de Néstor Kirchner en el mismo 2010, se abrió una “primera ola” de participación política juvenil fortísima. Podrían rastrearse antecedentes en la primavera democrática de 1982-1987, y con antiguas rebeldías históricas, pero también con las jornadas de luchas sociales y suburbanas de 1996-2002, hermanadas por el hilo conductor del movimiento por los derechos humanos (Madres, Abuelas, Hijxs). Soberanía económica y mercado interno, AUH y Jubilaciones, Educación + Ciencia y Tecnología + Cultura y Medios, todo en la argamasa del proyecto popular, nacional y masivo, fueron sus ejes. A ese nuevo sujeto, que pobló el surgimiento organizacional del kirchnerismo, podríamos pensarlo como la generación del Bicentenario. Y también alimentó a otras tendencias del espectro político.

La “segunda ola” de participación juvenil de este tiempo fue la marea verde y tuvo a las hijas como protagonistas, pero sobre todo el firme y rotundo NO de las mujeres de este país frente a la violencia de género, los femicidios, las desigualdades, el exhorbitante dominio patriarcal de las relaciones y las escenas sociales, desde la intimidad hasta las cimas del poder. Entre el Ni una menos del 2015 y las primeras vigilias a favor de la IVE (interrupción voluntaria del embarazo) en 2018-2021, una oleada transversal recorrió la sociedad, con glitter y canciones, con parada de carro y límites claros al #yotelaexplico y el poder imperecedero de los varones. Pero sobre todo con políticas estatales de prevención, sanción, reparación y cuidado en favor de las mujeres y las disidencias.

En el breve tiempo que, rasante, nos envuelve, podemos hallar el vertiginoso y alentador crecimiento del fútbol femenino, y también podemos ver, en ciertas escenas del festejo emocionado de la tercera copa mundial en Qatar, una masculinidad explícita como no se veía de un tiempo a esta parte. El trap, el ferné, los cuerpos entreverados en calles, noches y esquinas, fueron una manera del deseo colectivo. Si bien los muchachos de la selección no mostraron la copa en el balcón de la Rosada (como sí supo hacer el Diego, sin pedirle permiso a Alfonsín), una primera conclusión podría tomar ese dato como un síntoma de la declinación en sí misma del Estado y las organizaciones para esa generación futbolística. Aún poniendo un manto de silencio sobre la propia institución AFA como sostén y eje del fútbol argentino, también fue un indicio de elemento nuevo que aún se nos escapa.

A cuarenta años del regreso de la democracia, el mejor balance que podemos hacer hoy no pasa tanto por alimentar el clima de frustración e insuficiencia, sino por ver qué episodios y nudos del despliegue democrático valen la pena celebrar y recuperar. Es decir, qué cosas nos salieron bien y, sobre todo, de cuáles encrucijadas podemos inspirarnos y reconstruir, como diría Castoriadis, una paideia (conjunto de valores) con eje en la participación, la felicidad colectiva y la ampliación de derechos. Uno de los mejores encuentros sociales de los últimos años han sido las universidades del Conurbano. Las multitudes abriendo las puertas del presente y del futuro en espacios públicos sostenidos por el Estado y la(s) comunida(des). Algo de todo eso, sin embargo, languideció. Tal vez el peor legado de la pandemia haya sido el aislamiento, la retirada de los cuerpos del espacio público. Algo similar pasa con la desarticulación entre sí de las decenas de convocatorias públicas en políticas de comunicación, cultura, ciencia, mujeres, turismo, deportes. Los jóvenes hoy son objeto permanente del debate, pero esa acción no alcanzar para movilizar amplios colectivos, ante el asedio de la antipolítica y los propios límites de una intervención estatal que propone e interviene, pero acaso necesite leer mejor el/los reclamos.

Alimentación, vivienda joven, agricultura, carestía, trabajo, tecnologías, medio ambiente, nuevas identidades, ¿cuáles serán los temas y los protagonistas de la “tercera ola”? Identidad marrón, feminismos y disidencias, clubes de fútbol como espacios de socialización y disfrute, medio ambiente y extractivismo, parques nacionales y patrimonio(s) cultural(es). Cooperativismo, economía social de plataformas y Ong’s. Medios, redes, libertad de expresión y ocio, en las formas más diversas. ¿Tendrán espacio los jóvenes en el futuro cercano para juntarse entre amigos y amigas a charlar, tocar una guitarra, bailar y pintar(se) y sonreír? Cuando Castoriadis advierte que el cambio social no se da en el vacío ni los engranajes de la estructura se retuercen exentos de una paideia, un conjunto de valores que anima estos desplazamientos, nos dice que es finalmente la cultura y la sociedad las que elaboran y preparan esas mutaciones. En el fondo, tal vez necesitemos volver a dar un franco debate que oponga, en la base, Solidaridad contra Egoísmo. Y, como en etapas históricas no tan lejanas (la primavera democrática de 1983-1987 o las luchas sociales de 1996-2002), encontrar la llave que resuelva la actual encrucijada, y que la opción vuelva a ser entre Amistad e Individualismo.