De las últimas once elecciones presidenciales en Latinoamérica, en ninguna hubo continuidad del mismo signo político. En muchos de esos casos, quienes ganaron, al poco tiempo de convertirse en oficialismo, vieron caer de manera acelerada sus niveles de aprobación, en algunos de ellos con conflictos sociales en la calle.

Es evidente, que la gente no está encontrando respuestas en la política y Argentina no es la excepción. La política, al menos la política tradicional, y la ciudadanía están hablando distintos idiomas y así es imposible que se entiendan. Estamos jodidos.

La buena noticia es que la gente está esperando a la política, cansada y en casos hasta enojada, pero todavía la está esperando. Espera sin respuesta y entonces se frustra cada vez más.

El nivel de desconexión es tal, que ya no se trata ni siquiera de representatividad, espera alguna señal de empatía, espera ser escuchada y entendida.

Con excepción de núcleos duros, en general hay un alto nivel de resistencia a los mensajes que vengan de la política porque creen que vamos a seguir diciéndoles lo mismo y lamentablemente es lo que está sucediendo. Con cada mensaje, en vez de acortarse, la distancia se agranda.

Desde la comunicación política, el ámbito del que participo, esto impone un cambio profundo. La gente debe ser el centro de los mensajes, un espejo en el que se puedan ver reflejados. El idioma en el que debemos hablarles es el de las emociones, pero no se trata de crear comunicación que emocione si no de hacer comunicación que pueda conectar con las emociones que ya están en ellos, esas emociones que hoy los atraviesan.

Para esto, hay que hacer un ejercicio profundo de escucha para poder identificar esas emociones y no quedarse en lo superficial. La desconexión se da en casi todos los países de la región, pero la frustración no es la misma en Ecuador, en Chile, en Panamá o en Argentina.

La política de la pose murió, hoy ya todos conocemos todos los trucos. Sacarse la corbata no acerca, la imagen con el perro no humaniza y armar una foto en la que se está trabajando no comunica gestión. Es más, estas cosas ya irritan. La frivolidad no tiene ningún espacio en este contexto.

Se impone la sinceridad, lo real y lo empático. Una comunicación sin maquillaje, cercana pero no desde la foto, desde el entender lo que siente al que le hablamos.

Si la agenda de la política y la de la sociedad no se tocan es imposible que se reconcilien. La comunicación es el hilo que conecta a la política con la gente pero no es la política, y es ésta la que debe dar respuestas y soluciones.

La distancia es grande y enorme el desafío para revertirlo, pero si podemos ponernos en el lugar del otro y que el otro perciba que podemos hacerlo, habremos dado un gran paso para que la política y los ciudadanos puedan volver a entenderse.

Intentémoslo, todavía nos esperan.