Dos días después de los resultados electorales de las PASO me topé, por casualidad, con el documental de Michael Moore, Fahrenheit 11/9 (que retoma el título de su homónimo 9/11 -donde el slogan rezaba: “la temperatura a la que arde la libertad”, esperemos no sea nuestro caso-; dicho sea de paso, sacado del libro de Ray Bradbury Fahrenheit 451) que muestra el recorrido sorprendente que tuvo la ascensión de Trump al poder. Lo que parecía algo completamente descabellado termina sucediendo, ante la mirada atónita de los simpatizantes de Trump y mucho más de los detractores. Algo ocurrió allí que no supieron ver, anticipar ni -mucho tiempo después- calcular, pero Trump fue presidente, hasta con una despedida con asalto al Capitolio, fiel a su estilo.

Pero Trump es sólo Trump y, si se sostiene un hilo comparativo, Milei es sólo Milei. Milei con su verborragia, su look particular y sus ideas extrañas, es alguien sincero que llega a una cantidad exorbitante de votos (un poco más de siete millones (7.116.352) el 30,2 % del total de los votos emitidos) y que empezó su recorrido mediático hace no más de 8 atrás, pero de una escasa o nula experiencia política. Milei consigue esos votos, aunque sostenga propuestas preocupantes sobre la economía, la educación, la salud, la seguridad y un muy largo etcétera, porque -a mi entender- las expresa en contraposición a la “casta política”, ese posicionamiento antagónico contra todo aquel que se considere político es lo que parece atraer de Milei. Tal vez sea el hartazgo que mencionaron algunos, puede ser la desazón, podría ser la falta de un lugar para ser escuchados. Los motivos son muchos para argumentar un voto en favor de Milei, aunque sus ideas sean impracticables, como implosionar el Banco Central, la dolarización de la economía y otras propuestas que por más que sea electo presidente no las podrá realizar, eso espero.

Pero Milei, aunque sea presidente o no, continuará siendo lo que es, pero el problema no es él, el problema son los millones que lo votaron (bah, no todos) sino aquellos que escucharon o leyeron los puntos que proponía para su presidencia y aun así dijeron que sí. Lo preocupante no es Milei o Trump, que es mucho decir, sino los que piensan que ellos serían la solución. La estructura que sostiene a esos personajes es lo que me interpela y me sobrecoge.

Los que optaron por Milei podrían argumentar que, en estos 40 años de democracia ya sea por incapacidad, mala fe o desinterés los que estuvieron en los gobiernos no les pudieron otorgar una estabilidad, seguridad y una posibilidad de construcción hacia el futuro. Por lo que el frenesí enajenado de los discursos delirantes de Milei provee un aire renovador, una esperanza que no supieron conquistar los otros candidatos. Ese posicionamiento y esa sinceridad (porque si algo parece poseer el máximo exponente de La Libertad Avanza, es una abierta y obscena sinceridad al proponer sus ideas) produjo sus frutos en las urnas.     

Derrida sostiene que una democracia debería permitir el cuestionamiento de todo, incluso del concepto y el sistema democrático, de otra forma no sería democrática. Es por eso, o a pesar de eso, que Milei podría ser el presidente, pero es por eso que, aunque lo sea, no debemos dejar de plantear el respeto de los derechos, la puesta en guardia y la resistencia de ciertas acciones que podrían atropellar a la democracia. Un movimiento autoinmunitario de la democracia, una protección acérrima de ella para que continúe siendo democrática.

La resistencia y sostenimiento de un posicionamiento que reclame por los derechos, es algo que debe ir más allá de quién sea el próximo presidente, pero también más allá de los que quieren imponer un visión unilateral y sesgada de la realidad. Tal vez, no lo podamos evitar y tengamos nuestro Fahrenheit 22/10 pero esa sólo será una fecha para la plasmación del pensamiento de una gran parte que estructura y sostiene la sociedad con la que no estoy, y no deberíamos estar, de acuerdo.