Frenar es para cagones
La estrategia libertaria de choque y pulseo
Dentro de las corrientes más racionalistas de la Ciencia Política se encuentra la teoría de juegos, desarrollada por autores como Thomas Schelling y William Riker. Esta perspectiva concibe la política como un escenario en el que distintos actores interactúan estratégicamente, negociando y compitiendo entre sí en función de intereses que guían su comportamiento.
Entre los modelos teóricos más conocidos se encuentra el denominado “juego del gallina”. La metáfora es sencilla pero potente: dos adolescentes conducen a toda velocidad sus autos en dirección contraria, por un camino estrecho sin espacio para maniobras. Se plantean tres posibles desenlaces: (1) el conductor A sigue adelante y el B se desvía, quedando A como valiente y B como cobarde ("gallina"); (2) lo mismo, pero al revés; (3) ambos persisten en su decisión y chocan de frente, provocando una catástrofe: una pérdida para ambos, un “juego de suma negativa”.
Este dilema ha sido retratado en escenas icónicas del cine. En “Rebelde sin causa” (1955), los personajes compiten en una carrera hacia un precipicio: el primero en saltar del auto pierde. El antagonista muere cuando se le engancha su campera al intentar saltar de su auto. Por su parte en “Footloose” (1984), el enfrentamiento sí es frente a frente. Dos adolescentes arriba de unos tractores aceleran y uno de ellos se desvía en el último momento, mientras el otro permanece al volante —no por valentía, sino porque su cordón queda atrapado en el pedal. En ambos casos, los personajes simulan una postura irracional para intimidar al otro, aun a riesgo de sus propias vidas.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando las asimetrías de poder impiden un desenlace equilibrado? ¿Y si uno de los actores decide, deliberadamente, mostrarse irracional con tal de forzar al otro a ceder? O, dicho de otro modo: ¿la manipulación de la imagen propia o ajena puede precipitar un conflicto abierto con un adversario más poderoso?
Steven Brams propuso que la crisis de los misiles cubanos (1962) puede analizarse como un juego del gallina. Durante trece días, el mundo pendió de un hilo: si Estados Unidos o la URSS cometían un error de cálculo, el desenlace podía ser la guerra nuclear. Finalmente, primó la cordura y se optó por la negociación. Pero cabe preguntarse: ¿qué hubiera pasado si uno de los jugadores daba un paso en falso? Este mismo episodio fue abordado desde un planteo hipotético en Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (1964) -conocida en Argentina como “¿Teléfono rojo? Volamos a Moscú”-. Stanley Kubrick recreó la amenaza de una guerra nuclear a partir de decisiones absurdas e irreversibles. En clave de comedia negra, sugiere que cuando las estructuras de poder son demasiado frágiles, las pulsiones irracionales —y los personajes impredecibles— pueden imponerse sobre cualquier lógica racional.
Ahora bien, no es necesario mirar a las superpotencias ni imaginar un apocalipsis nuclear para ver cómo estas lógicas de confrontación irracional se manifiestan en la política real. La política argentina también ofrece episodios en los que uno o más actores adoptan posturas extremas —incluso autodestructivas— para forzar al otro a ceder. Un ejemplo paradigmático de este tipo de pulseo se dio durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015), cuando el entonces líder de la CGT, Hugo Moyano, decidió tensar la cuerda con la presidenta hasta casi romperla, apostando todo a su propio peso sindical y simbólico. Veamos cómo se jugó ese duelo.
EL 148 CONTRA EL 1114: EL ENFRENTAMIENTO ENTRE MOYANO Y CFK
Año 2011. Faltaban pocos meses para el inicio del tercer gobierno kirchnerista el cual contaría con un amplio apoyo en las urnas por parte de CFK. Sin embargo, para ese entonces, el kirchnerismo empezaba a mostrar signos de agotamiento propios de un proyecto político ya maduro. La falta de una estrategia clara de sucesión —evidenciada con el tiempo tras la muerte de Néstor Kirchner en 2010— comenzaba a hacerse sentir. A esto se sumaba el creciente descontento de sectores de clase media, especialmente urbana y ligados al agro, que rechazaban medidas como el inicio del cepo cambiario en octubre de 2011, el aumento de trabajadores alcanzados por el impuesto a las ganancias y una inflación que superaba ampliamente los números difundidos por un INDEC cada vez menos creíble.
En línea con los puntos mencionados anteriormente, comenzaron a producirse las primeras fisuras internas dentro del kirchnerismo. Uno de los primeros expulsados fue el líder de los camioneros y líder de la CGT, Hugo Moyano, que pasó a un enfrentamiento directo con Cristina por el tema de ganancias y el reclamo de espacios para gremialistas cada vez mayores en las listas legislativas. La pelea llegó a un punto de no retorno con el planteo en público del camionero por un presidente de origen trabajador. Cristina le respondió en la misma tónica y el conflicto fue escalando cada vez más. Moyano renunció a la conducción del PJ bonaerense diciendo que se había vuelto "una cáscara vacía" y Cristina respondió boicoteando cualquier intento del camionero por continuar al frente de la CGT. Acto seguido Moyano le retrucó con un paro general y la presidenta, dejando en claro que no era Néstor, cantó valecuatro desarticulando el paro pactando con otros sectores clave que son los que suelen dar mayor visibilidad, como transporte.
Si bien Moyano continuó al frente de la CGT hasta 2016, no apoyó la candidatura de Scioli (hoy devenido actualmente a funcionario libertario), permaneciendo en una posición crítica y reteniendo una representación fragmentada respecto al resto de las conducciones gremiales.
Quizás envalentonado por el surgimiento y consolidación de un presidente de raíz obrera en Brasil como Lula da Silva, Moyano creyó que había llegado su momento y quiso dar la pelea por la sucesión del poder, aun llevando al extremo de un enfrentamiento directo contra el Gobierno de CFK. Sin embargo, al momento de jugar al juego del gallina, Moyano no estaba subido a un camión, sino a un Fiat 148 y frente a él estaba un Mercedes 1114 que, aunque ya estaba viejo, todavía andaba.
NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA O HAY QUE VER SI LO VIEJO (TODAVÍA) FUNCIONA
17 de mayo de 2025. Noche de sábado, previa a las elecciones locales de la Ciudad de Buenos Aires. Veda electoral. En la tuitósfera comenzó a circular un video entre cuentas vinculadas al entramado libertario manejado por Santiago Caputo. En el video hecho con IA, un fake Mauricio Macri con una cortina musical cargada de épica, dice que decidió bajar la candidatura de Silvia Lospennato e invita a votar al candidato oficial del Gobierno Nacional, Manuel Adorni y así “frenar el avance del kirchnerismo en la Ciudad”. Aunque nadie se atribuyó la autoría del video, Mauricio Macri convocó a la prensa el domingo a primera hora y responsabilizó a Santiago Caputo y su tropa de “loquitos” por haber roto la veda y embarrado la cancha. Horas más tarde, Javier Milei fue a votar y, al salir del establecimiento, rodeado por un pelotón de periodistas ansiosos por una declaración, no se guardó nada y dijo sin vueltas “Macri está hecho un llorón, está muy de cristal. Puro cristal”.
Cerrados los comicios y con los primeros resultados que ubicaron al candidato de La Libertad Avanza (LLA) a la cabeza de los resultados, va quedando en claro que Milei puso enfrente a Macri y lo hizo jugar a la gallina. La debacle del PRO en la Ciudad pone en jaque 18 años de hegemonía y todo lo demás pasa a ser anecdótico: la baja participación electoral (53% del padrón) que pareciera ser el patrón que se instaló desde el inicio del calendario electoral de este año; la virtual desaparición del radicalismo (que ni siquiera entró al reparto de bancas); y hasta la tibia performance del kirchnerismo desazonado de Leandro Santoro (superó por 2 puntos -unos 50 mil votos-, en comparación con las legislativas locales de 2021 y pone en cuestión su proyecto de cara a 2027 como Jefe de Gobierno, que aunque no es directamente comparable contó con un menor acompañamiento que en 2023 en una elección hiperpersonalizada como la del último domingo y que la fragmentación entre las fuerzas de centroderecha podían ubicarlo como vencedor). En este sentido, pareciera que Milei conduce una ambulancia que recorre la vieja grieta kirchnerismo-antikirchnerismo que marcó el pulso de la política argentina durante los últimos 20 años. En su camino va recogiendo heridos —le guste o no a Macri— para sumarlos a su sello oficialista.
Habrá que ver cómo sigue el calendario electoral y cómo votan los argentinos. Lo que sigue son una serie de votaciones clave en Misiones el 8 de junio, Santa Fe y Formosa el 29 de junio y Buenos Aires el 7 de septiembre, antes de las generales de octubre. Sin embargo, es justamente en la Provincia de Buenos Aires donde la interna entre el Gobernador Kicillof y CFK aún no está resuelta (ni a nivel provincial ni nacional) y el Gobierno espera para definir su estrategia en un territorio mucho más extenso y hostil que la tradicionalmente antiperonista Ciudad de Buenos Aires.
Por ahora, el tablero político argentino conserva su forma más arraigada: un campo de batalla donde la confrontación permanente sustituye al consenso, y donde la racionalidad no siempre resulta ser una ventaja. Aunque este año electoral se define en el plano legislativo, lo que realmente está en juego es la disputa por el poder real: centralizado, personalizado y verticalista, contra una posible reconfiguración territorial y plural de las fuerzas políticas.
La provincia de Buenos Aires, con casi el 40% del padrón, volverá a ser el escenario decisivo. Ahí se librará una contienda abierta entre el gobierno nacional, decidido a consolidar su hegemonía, y lo que quede del entramado peronista, atravesado por internas, fatiga estructural y una identidad que aún sobrevive, pero ya no convoca como antes.
En ese tablero, Milei juega como outsider desde el poder: un lugar que le permite transgredir las reglas sin asumir costos. Del otro lado, el peronismo resiste con lo que tiene —territorio, aparato, lealtades— pero sin un liderazgo claro ni una narrativa cohesionada. Retomando la metáfora del juego del gallina, la escena es clara aunque desequilibrada: Milei conduce un Scania flamante, con el motor que se alimenta de los recursos materiales y simbólicos que ofrece el entramado estatal (el cual, paradójicamente dice detestar); enfrente, apenas una chata desvencijada, sin conductor definido, que apenas se sostiene en pie.
Está claro que la estrategia del gobierno es acelerar y agarrarse del discurso de un disciplinamiento de la inflación y el dólar, que por ahora pareciera darle réditos electorales. Entonces la pregunta es si existe hoy alguna fuerza capaz de disputar en serio el rumbo que Milei pretende imponer.