El resultado de las elecciones primarias de agosto demostró lo fortuito que a veces pueden ser los pronósticos electorales. Casi ninguno de los analistas ni encuestadoras fue capaz de predecir el éxito de Javier Milei. Hoy, casi dos meses después de las PASO las cosas no parecen ser muy distintas para los intentos de futurología política. No obstante, creo que existen dos hechos objetivos. En primer lugar, Myriam Bregman y Juan Schiaretti no serán presidentes ni estarán presentes en un eventual ballotage.

En segundo lugar, Sergio Massa parecería haber crecido respecto de los resultados de las PASO. Quizás este hecho sea el más controvertido y paradójico. El tigrense es al mismo tiempo parte del oficialismo y un candidato distinto al oficialismo. Por un lado, es parte esencial del gobierno desde hace más de un año cuando asumió como ministro. Al mismo tiempo, forma parte de la coalición gobernante desde el inicio del mandato de Alberto Fernández como presidente de la Cámara de Diputados. Por otro lado, tiene la capacidad de despegarse de las distintas facciones que conforman el oficialismo y presentarse como una alternativa distinta al peronismo que ha gobernado durante los últimos años. Bajo esta perspectiva, el Frente Renovador se presenta como literalmente como un frente renovador.

A casi una semana de la elección presidencial, dos frentes de tormenta amenazan las chances del candidato ministro de ingresar a la segunda vuelta: los efectos de los escándalos políticos que involucran a Martín Insaurralde y a “Chocolate” Rigau, por otro lado, la escalada del dólar y su correlato en la economía inmediata.

El primero de estos frentes puede tener un efecto moderado sobre las pretensiones presidenciales. Sorpresivamente el candidato cuyo objetivo predilecto es la “casta” política casi no ha explotado estos hechos en su discurso. Por el contrario, fue Patricia Bullrich quien más intento capitalizar estos hechos durante los debates y otras declaraciones públicas. Frente a estos episodios, Massa puede jugar la carta del desconocimiento y despegarse tangencialmente. Esta alternativa es viable siempre y cuando no exista un efecto arrastre negativo que disminuya su caudal de votos o bien, que no aparezcan conexiones entre el dinero asociado a estos sucesos y la campaña electoral en curso.

El segundo frente de tormenta es el más delicado. El candidato a presidente de Unión por la Patria no puede fingir demencia respecto de la economía y sus vaivenes. La suba del dólar libre está intrínsecamente ligada a la confianza en el gobierno y las perspectivas a futuro. Las cifras oficiales sobre la inflación de septiembre tampoco contribuyen a calmar las expectativas. La combinación de ambas variables parecería comprometer el futuro electoral de Massa y, sin embargo, varias encuestas lo ubican con chances de llegar a un mano a mano con Javier Milei. Un verdadero milagro peronista dadas las condiciones actuales.

Aquí es donde Patricia Bullrich entra en escena. La candidata de Juntos por el Cambio pasó de ilusión de ser presidente a la posibilidad de quedar en un cómodo tercer lugar. Antes de las PASO se pensaba que quien ganase la interna al interior de Juntos por el Cambio, se convertiría en presidente. El triunfo de Javier Milei y el reducido margen de votos frente al oficialismo cambiaron el panorama. Su caballito de batalla electoral parece no ser tan efectivo en este contexto electoral. Bajo un clima en el cual la economía es la determinante, el discurso basado en la seguridad parece tan alejado de la realidad como algunas propuestas económicas de Myriam Bregman. Adicionalmente debe considerarse el escaso apoyo partidario y la conducta ecléctica de Mauricio Macri.

Una contienda electoral es un juego de suma cero. Cada jugador gana lo que otro pierde. Para aumentar el caudal electoral, Bullrich necesita sumar votos de la Libertad Avanza o del votante centrista. La actuación en los debates presidenciales no le permitieron cumplir satisfactoriamente ninguno de los dos objetivos. Si bien tuvo una mejora respecto de la primera actuación, su desenvolvimiento parecería no ser suficiente como para acortar distancias con sus competidores. No es fácil plantear una estrategia electoral que permita captar votos de centro y de la derecha al mismo tiempo, pero sus esfuerzos, por el momento, no le están sumando votos de ninguno de los dos lados.

Javier Milei parece haber consolidado su posición como candidato más votado. La duda radica en saber si esta ventaja le alcanza para convertirse en presidente el 22 de octubre o deberá esperar los resultados de una segunda vuelta. Su perfil público ha perdido algo de histrionismo respecto de las PASO. A pesar de las motosierras, ya no habla directamente de eliminar los planes sociales ni de dinamitar el Banco Central en 10 de Diciembre. Para elevar su techo electoral el candidato de la Libertad Avanza tuvo que moderar su discurso. He aquí el problema, el techo electoral.

La empiria política de las elecciones con posibilidad de ballotage señala que cuando existe una distancia reducida entre candidatos, la segunda vuelta tiende a consagrar al que salió segundo en la elección general como presidente. Es acá donde los votantes de Juntos por el Cambio tienen un papel decisivo. ¿Con quién se quedarán? ¿Milei o Massa? Si pensamos en la dimensión espacial, el votante de Bullrich se ubica en el segmento de la centro derecha. Lo cual divide aguas entre ambos candidatos. Empero, existen dos factores que operan en contra del candidato oficialista. El primer lugar, una parte considerable del votante duro de Juntos por el Cambio es antiperonista. En segundo lugar, es posible que varios de esos votantes hayan apoyado en el pasado a Massa cuando se mostraba como una alternativa de centro que prometía terminar con el kirchnerismo. Varios años después, Sergio Tomás Massa ha perdido bastante credibilidad en ciertos segmentos del electorado y cualquiera que se quemó con leche tiende a huir de las vacas.

La democracia, principalmente en los tiempos de elecciones, posee una alta dosis de incertidumbre. De allí que posiblemente que los pronósticos electorales no sean más que intuiciones, visiones borrosas de un futuro que tal vez no se plasme. En unos días, veremos que tan cerca estoy de ser futurólogo.