Si uno mira la foto, podemos hablar de un resultado sorpresivo; por la diferencia, por la expectativa de una competitividad que no fue. Si uno mira la película, el resultado es menos sorpresivo. Hace 18 meses, esta elección estaba decidida, y Horacio Rodríguez Larreta iba a ser el próximo presidente de la Argentina. Seguramente, el principal obstáculo que enfrentó el economista iniciado en el peronismo antes del inicio del ciclo electoral , haya sido el propio Macri. 

Rodríguez Larreta tenía un sueño, y había hecho todo bien para concretarlo. Si la capacidad de daño del calabrés era significativa, eso estaba por verse. Parte de ese cursus honorum del Pelado, suponía honrar el mandato de matar al padre. Y cuando le tiró un par de estocadas, con el ciclo electoral a punto de comenzar, su progenitor político lo ensartó. En los mentideros de JXC hablaban de tiro en el pie. Sin embargo, bastó que la ganadora de la interna reconociera, como en el tango, que los favores recibidos estaban todos pagos, para que el sueño húmedo de Macri comenzara a tomar forma. 

Hace 18 meses, circulaba en los campamentos de las dos coaliciones mayoritarias hasta el 22O, un dilema que era, en buena medida, compartido. El kirchnerismo estaba muy incómodo en el FdT luego de la firma del acuerdo con el FMI. Y Macri había publicado el libro de Iglesias Illia, Primer Tiempo, reconociendo que, en las discusiones de fondo, los radicales, Frigerio y Peña lo habían convencido de hacer algo distinto de lo que su razón le indicaba. En uno y otro campamento, entonces, el dilema era romper o quedarse. No fueron pocos los que entendieron que, cada quien, enfrentaba un tipo específico de interacción estratégica: aquella situación en que el resultado de nuestras decisiones depende del modo en que estas se conjugan con las decisiones de otros. En este tipo específico, las decisiones son cooperar (quedarse en la coalición) o defectar (romper la coalición). 

Por aquel entonces, yo defendía la idea de que romper sólo era una opción factible si la otra coalición se rompía primero. Pero nadie rompería primero porque si el adversario se mantenía unido, romper era un suicidio. Ergo, como nadie rompería primero, la candidata a ambos lados de la grieta sería la unidad. Y ello fue lo que ocurrió. Pero el timming lo es todo en política. Romper JXC podía ser una alternativa factible si era para armar otra cosa, cuando hacer lo propio ya no fuera una opción para el panperonismo.

Si Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich lo querían jubilar, Javier Milei lo necesitaría como la tierra al sol. No sólo necesita un escudo legislativo para defenderse del Juicio Político a la primera de cambio. Necesita también cuadros formados, que conozcan el Estado del que Milei habla, pero sabe poco y nada. Necesita cuadros formados, que conozca la tarea, y que no se hablen encima.

Macri lo rompió, y Macri lo arregló; pero el juguete gubernamental del antiperonismo está roto. No lo lamentarán las bases radicales, que tenían la chance de jubilar a Macri, y de mandar a Milei a la casilla 1, como en el juego de la Oca, y decidieron calzarse los remos y remar más fuerte que en 2015. No lo lamentará el cordobesismo, cuyo enojo traducido en votos, no garpa como debiera. No lo lamentará el FIT, que quedó a la derecha de la Sociedad Rural de Córdoba. 

¿Quiénes lo lamentarán? Los de siempre; los que padecen los programas de shock y estabilización; los que se atienden y educan en instituciones públicas; los que laburan 10 o 12 horas, y no avanzan. Nada de lo que tenemos por delante, que iba a ser difícil ganara quien ganara, afectará en lo más mínimo a los que les prometieron anchoas en el medio del desierto. El oasis parece un oasis a la distancia. Pero es sólo un espejismo. Sólo quedarán para beber las propias lágrimas. Y esas también son saladas.