“Aquel que tiene (muchos) amigos, no tiene ningún amigo”

Aristóteles

Me he dado cuenta que los amigos de mis amigos no son mis amigos, la amistad para mí no es transitiva ni generalizable, sino siempre una relación única con una singularidad absoluta que se teje de a poco. Nunca fui muy afecto a la lógica de grupos y las identificaciones miméticas, a decir verdad, tampoco a las subordinaciones e idealizaciones respectivas. Quizá eso defina el ethos filosófico. Claro que, además de la amistad, existe la arena política donde tenemos que aprender a convivir y aliarnos con aquellos que, si bien pueden no simpatizarnos, necesitamos para hacer frente a un enemigo que nos quiere destruir. Mientras que la ética es cuidarnos a nosotros mismos, tanto de falsas amistades como del peor enemigo: los mandatos crueles del superyó. Todo esto implica practicar el sutil arte de las distinciones, porque no todo es lo mismo.

La libertad, agitada como bandera publicitaria por un sector político que ejerce la crueldad, debe ser cuestionada. La libertad no es una meta ideal ni un axioma de partida. La libertad es una práctica que necesita ejercitarse en distintos niveles, velocidades y alturas. Como quien aprende a volar, conviene practicar el despegue y aterrizaje antes de largarse por cielos abiertos. Hay momentos de aceleración, suspensión y freno; hay vuelos rasantes, intermedios y de grandes alturas, allí donde se puede contemplar el conjunto; pero si no supiéramos cada tanto situarnos en una línea o punto del espacio, jamás podríamos volver a tierra o dirigirnos hacia ningún lado. El pensamiento libre no es una conquista asegurada del espacio o un saber absoluto, sino ese mismo ejercicio que sabe manejarse en el conjunto de determinaciones y cuándo conviene cada cosa. El sentido de oportunidad responde al deseo, y asimismo, el captar qué nos permite aumentar o disminuir nuestra potencia de obrar. Hay una inteligencia material que puede ser ejercida por cualquiera que así lo entienda.

El Papa ha propuesto una reunión de veinte premios nobeles para pensar los problemas de la humanidad. Puede sonar demasiado espectacular y rimbombante el llamado, pero me parece acertado, creo que por instinto de supervivencia un poco todos nos estamos juntando a pensar la cosa, desde distintos lados, convocados por diversos sectores, gremios, disciplinas, etc. He tratado de responder afirmativamente a las invitaciones que me han hecho porque es también mi inquietud: cómo salir de este embrollo, cómo no rendirnos ante la destrucción que avanza. El problema mayor es poder reconocer y apreciar lo que hace el otro, aunque no coincidamos en todo, aunque tengamos fuertes diferencias. Que nos una el amor y no el espanto. El uso de la inteligencia en toda su potencia, que es siempre colectiva, resulta entonces crucial. Pero también el asumir el riesgo de hablar en nombre propio, porque uno siempre lo hace a través de sus marcas. Estamos haciendo cosas, nos estamos juntando, no estamos entregados, solo hay que encontrar el modo de componerse virtuosamente con otros y dejar las pequeñas vanidades de lado.

Por supuesto, no todos somos amigos ni pensamos igual, pero no por eso somos enemigos ni debemos odiarnos. Un asunto de disputa irrisorio es la ubicación en el espectrograma ideológico: quién está a la derecha o izquierda de quién. Planteo que tenemos que dejar de lado la grilla clasificatoria “derecha/izquierda” porque no sirve a la disputa política real; se encuentra demasiado mancillada y desdibujada. Por el lado de las posiciones ultraderechistas gobernantes es calificado de izquierda todo lo que no se ajusta a su visión mesiánica y autodestructiva; por el lado de las posiciones críticas todos son sospechados de no ser suficientemente de izquierdas, entonces resulta de allí el purismo y la división intestina. Tenemos que orientarnos por los afectos y las dinámicas pulsionales, antes que por consignas ideológicas, porque la tarea de composición es urgente y no hay tiempo para precisiones epistemológicas sobre categorizaciones históricas desancladas de lo que acontece realmente. Urge tomar posición y guiarse por lo que aumenta la potencia de obrar.

Ante todo, tenemos que caracterizar de manera efectiva a nuestro adversario político: el fascista.[1]El fascismo neoliberal odia, por eso descuida y hace daño. La definición del fascista en términos afectivos es simple: aquel que odia a los vulnerables y ama a los poderosos. La fórmula de esta racionalidad política en la actualidad ya la sintetizó brillantemente Foucault: “Hacer vivir, dejar morir”. Los efectos desastrosos están a la vista, y van a empeorar. Hoy no son necesarias grandes promesas o elocuentes discursos para responder a la destrucción desatada, apenas una propuesta política que apunte al cuidado en todos los frentes y modos posibles: un “populismo de los cuidados”. No hablemos más de derecha o izquierda, hablemos de qué gobierno es capaz de cuidar a su pueblo. Algo tan simple como eso.

Los legados históricos se heredan en gestos efectivos, prácticos e inteligentes, no responden a meras declamaciones doctrinarias. Reafirmo entonces la frase de Evita: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”. Todavía no escuché a nadie refutar el sofisma libertario que tanto repite el Presidente: que la justicia social es una aberración porque los recursos son finitos y las necesidades infinitas. La conexión entre lo finito y lo infinito forma parte nodal de nuestro legado filosófico: que los humanos seamos finitos no impide que podamos conectar con el infinito actual a partir de nuestras creaciones artísticas, científicas, políticas y amorosas; que los recursos sean finitos no impide que incesantemente busquemos fórmulas de uso y recombinaciones distributivas para dar el salto a lo infinito que implica la generosidad y la justicia social; que el Estado haya ampliado esas posibilidades, a partir de la creación de nuevos derechos, cifra la singularidad histórica del peronismo. Al contrario, negar la finitud nos condena a la estupidez del círculo ilimitado de lo mismo: la teología económico-política del neoliberalismo como dogma de la ganancia que nos empobrece por todas partes.

Si no movilizamos desde el deseo, si no nos reunimos para hacer frente a lo peor, si no reinventamos nuestros legados con honestidad intelectual y coraje, tenemos el fin garantizado. Eso nunca estuvo en duda, por supuesto.

[1]Roque Farrán (2024). “El fascista como personaje conceptual”, En el margen. Revista de psicoanálisis. https://enelmargen.com/2024/05/10/el-fascista-como-personaje-conceptual-por-roque-farran/