La democracia como forma de gobierno y de vida demanda de una continua reflexión sobre sus nociones de Libertad y Justicia y, frecuentemente esta última es asociada a sistemas, códigos, leyes, normativas, penas y castigos que originan acciones para realizar un ideal de sociedad ordenada o normal. Pero también, muy frecuentemente, este aparato legal se nos aparece en su incapacidad para llevar adelante el ideal que lo inspira y  proyecta consecuencias muy diferente en la cotidianidad de los ciudadanos y ciudadanas, llevando muchas veces al desaliento y a la sensación de crisis e incapacidad del sistema de vida democrático para satisfacer las demandas de la sociedad. Ahora bien, hablar de Justicia nos habilita a pensar en la existencia de la  injusticia y preguntarnos qué rol cumple la misma en la sociedad democrática. A menudo, ciertas nociones y experiencias acerca de lo que es injusto se manifiestan en nuestra existencia de forma más potente que el ideal de Justicia que sostiene la estructura legal de la sociedad, convivimos con ella y nos la apropiamos en nuestra historia personal. 

Parecería ser que la injusticia se nos presenta como un factor indeseable, como un error que debe ser eliminado de la matriz legal perfecta que ha sido diseñada para hacernos ciudadanos felices. Pero la persistencia y cotidianeidad de la injusticia está representada en las cercanas víctimas de los actos injustos y allí surge una nueva dimensión para pensar la política. Como argumenta Judith Shklar: “la diferencia entre desgracia e injusticia a menudo implica nuestra disposición y nuestra capacidad para actuar o no actuar en nombre de las víctimas, para culpar o absolver, para ayudar, mitigar o compensar, e incluso para mirar hacia otro lado”. (Shklar, 2013: 28). La disposición a la injusticia puede expresarse desde el diseño de políticas públicas que generan víctimas y la omisión de actos que eviten y mitiguen las situaciones injustas o, directamente, a partir de la negación de las victimas que estos diseños y nociones ideales generan. Del mismo modo, la prédica irreflexiva del mito del “mal presente para el futuro floreciente” y la construcción de apropiaciones acríticas del pasado, supuestamente grandioso y al que irremediablemente  debe volverse, aumenta la disposición a la injusticia, ya que ambas expresiones míticas opacan el análisis y simplifican diagnósticos, argumentos y soluciones, sesgando o negando los resultados injustos que se sucedieron en amplios sectores de la sociedad.

Así también, el proceso de deshumanización de la política mediante la utilización de herramientas tecnocráticas supuestamente infalibles y una tecnofilia que impone datos “puros” y algoritmos como evidencia de realidad absoluta, expanden y potencian las percepciones e interpretaciones sociales injustas, despreciando y no reconociendo la existencia y el sufrimiento de las víctimas y la naturaleza experiencial y cualitativa de su situación. No es cuestión de “verla o no verla”, para tomar una expresión actual,  ya que no es la imagen idealizada de un futuro brillante asegurado la que puede dinamizar la construcción de una sociedad sino la escucha de sus voces y, en particular, de las voces de sus víctimas, que nos permiten una reflexión política más encarnada y humana, cercana a las necesidades, deseos y problemáticas de los ciudadanos concretos y evita que la dinámica del sistema democrático pierda densidad conceptual y encarnadura moral.

De este modo, se insiste en el reconocimiento de una perspectiva de análisis y gestión que tenga en cuenta la manifestación de la injusticia y el reconocimiento de sus víctimas dentro de  la dinámica de social, ya que del mismo se despliega una mayor conciencia de la responsabilidad que los diferentes actores sociales y políticos poseen. Pensar la democracia como espacio y dinámica de la responsabilidad para la defensa y cumplimiento de los derechos, obligaciones y garantías afirma la capacidad ciudadana y de los funcionarios públicos para la realización de acciones y el diseño de políticas que si bien no lleguen a satisfacer un ideal de una hipotética sociedad justa, si evite la multiplicación y consolidación de situaciones injustas. Ahora bien, frente a la falta de responsabilidad surge la indignación de las victimas como un factor importante en el juego democrático, ya que la misma es una herramienta de acción política frente a la soberbia, la arrogancia y la irresponsabilidad en el manejo de la cosa pública. Esta reflexión de las consecuencias de la injusticia y del rol de sus víctimas aplica tensión en el análisis político y en la acción y gestión de la cosa pública, aportando una perspectiva más para la toma de decisiones y una herramienta en manos de los ciudadanos para no hacer caso omiso a las injusticias que se desarrollan a su alrededor y a las víctimas de las mismas.