Lo “social”, esa incógnita entre lo individual y colectivo, no sólo supone que en cierta forma lo colectivo permite lo individual, sino que también lo excede. Entre esos excesos se encuentra el tiempo. Cómo percibimos que transcurre el tiempo, no cabe duda de que sea algo individual y que está atravesado por lo que cada uno siente y piensa en sus circunstancias y en determinado espacio. Aunque justamente por lo anterior tampoco puede dudarse de que, cómo percibimos el tiempo, tiene un condimento colectivo. Pasado, presente y futuro individuales se montan sobre un marco social y político; así, cada persona puede sentir, quizá, que la marcha de las cosas transcurre efímera o duraderamente —incluso, ambas cosas a la vez— según la época y el lugar que le tocó en suerte. Desde este punto de vista, el tiempo es una vivencia individual, aunque también colectiva, por lo que también lo son lo cierto y lo incierto.

Toda la parafernalia anterior viene a cuento de que cabe hipotetizar que, en la Argentina actual, estamos vivenciando una aceleración del tiempo y, en consecuencia, de la incertidumbre. Más allá de que ello no puede desconectarse de lo que acontece en la geopolítica actual, ello no será motivo de esta reflexión. También viene a cuento de que recuerdo que, entre el 19 de noviembre de 2023 —día en que el presidente Javier Milei ganó el balotaje— y el 10 de diciembre —día en que asumió su gobierno—, tuve una conversación con mi gran amigo Dante, quien me dijo que aquel gobierno, que todavía no había asumido, se estaba consumiendo su tiempo. Tal vez no hayan sido textuales las palabras de mi amigo, pero creo recordar que esa es la idea que me quiso transmitir. Al poco tiempo, diversidad de analistas comenzaron a decir más o menos lo mismo, aunque no con las mismas palabras. Esto se reflejó en que Milei no tendría aquellos 90 o 100 días de gracia que se le concede a cualquier gobierno. Todo parecería indicar que ello, efectivamente, estaría siendo así.

Entonces, si el tiempo es una vivencia individual y colectiva vinculada a lo cierto y a lo incierto, lo que se infiere del párrafo anterior es que estamos atravesando no solo una aceleración del tiempo, sino también una aceleración de la incertidumbre, algo que es mucho decir —o poco, según cómo se lo quiera analizar— para un país como Argentina. Por estos días de vacaciones veraniegas, a mediados de enero, tengo la personal sensación de que estaríamos en otro momento del año. Uno de los indicadores de los que me valgo para proponer esa hipótesis —que puede estar distorsionada por el carácter subjetivo que me hace plantearla—es que percibo por estos días el típico ajetreo que da inicio al año: como si fueran los últimos días de febrero o los  primeros días de marzo, jornadas en que los porteños —solo puedo hablar de ellos—están como descansados pero no al mismo tiempo. Esos días en que, por un lado, se siente cierto alivio (y agobio) por haber vacacionado aunque, por el otro, también cierto cansancio (y expectativa) previo a los largos meses agitados que vendrán en esa batalla y furia constante que siempre presenta Argentina.

En suma, si el gobierno de Javier Milei ya se hubiese consumido el tiempo de gracia, incluso antes de haber asumido el 10 de diciembre, tendríamos que reflexionar sobre cómo medir los que serán los cuatro años del mandato presidencial. En tanto y en cuanto el tiempo se aceleró y mi hipótesis supone que estamos en un sobresalto del tiempo y que ello podría precipitarse todavía más, habría que preguntarse—dada la aceleración— en qué otro mes estaríamos cuando estemos, ciertamente, en marzo. Sólo el tiempo dirá lo que se viene; sin embargo, algunas veces los simples mortales necesitamos alguna certeza, aunque más no sea mínima. En este contexto, los argentinos dudan entre la economía o la política como factores de esa aceleración temporal. Saberlo, sin duda, apaciguaría la incertidumbre, más no por ello la zozobra. Estamos, para concluir, frente a los propios designios del tiempo: algo que tenemos, pero no al mismo tiempo, tanto a nivel individual como colectivo. Y esta podría a llegar a ser una de las pocas, aunque dolorosa, certeza con la que contamos.