La condena de CFK: postales en conflicto
Hay múltiples lecturas posibles del fallo que hace unos días inhabilitó a la expresidenta. Encerrarse en el relato de la “proscripción” no parece la manera más adecuada para enfrentar los desafíos políticos del presente.
La señora de campera roja se cubre la cabeza con la capucha para guarecerse de la llovizna y se da unos minutos para hablar con un movilero de C5N. Está parada en la esquina de San José y Humberto 1º, en el barrio de Constitución, a unos pocos metros del coqueto departamento donde vive Cristina Fernández de Kirchner. Dice que fue a hacer el aguante por la condena de la Corte Suprema de Justicia, que si puede dejar su trabajo la va a acompañar en la marcha del miércoles a Comodoro Py, que la banca por muchas cosas, pero especialmente porque Cristina multiplicó las ayudas a personas con discapacidad. No lo aclara pero tampoco hace falta: se emociona y se percibe a la legua que el problema la toca de cerca. Ofrece algunos números en versión desmemoriada, aunque reconoce que le puede errar con las cifras, pero no se equivoca con el sentido de sus palabras ni con el compromiso de su presencia. Ha ido hasta allí –como tantos otros- a ponerle el cuerpo a ese agradecimiento.
Podríamos demorarnos mucho tiempo en la segunda imagen, pero vamos a hacerla corta. El lunes 2 de diciembre de 2019 Cristina declaró ante el Tribunal Oral Federal Nro. 2, que la juzgaba en la causa Vialidad. Pesaban sobre ella dos acusaciones graves: estaba procesada por “asociación ilícita” (delito del que fue absuelta) y por “administración fraudulenta” (delito por el que –en última instancia- fue condenada). Dejo a los y las especialistas en asuntos jurídicos el análisis detallado del proceso, tanto en su forma como en su fondo. Consigno nada más un detalle revelador.
Había pasado poco más de un mes de la contundente victoria del Frente de Todos con el 48% de los votos, y faltaba apenas una semana para que la entonces vice-presidenta electa asuma su nuevo cargo. En ese contexto, Cristina esgrimió un extenso alegato político de tres horas en el que habló -entre otros tópicos-del Fondo Monetario Internacional, de Mauricio Macri y de los medios hegemónicos; señaló que era víctima de “un tribunal de lawfare" y concluyó con una remanida frase auto-celebratoria: "A mí me absolvió la historia. Y a ustedes, seguramente los va a condenar…". Acto seguido, los jueces indagaron si iba a contestar preguntas de las partes. Hubo un momento de duda porque la acusada pareció no escuchar y comenzó a juntar sus papeles para retirarse. Los jueces insistieron con el reclamo y ella volvió hasta el micrófono y les dijo: "¿Preguntas? Preguntas tendrían que contestar ustedes, no yo. Gracias". Y se fue sin contestar una sola pregunta concreta sobre el caso. No hay que graduarse en derecho en la Universidad de Yale para hacerse esta composición de lugar: si Ud. es inocente y se lo acusa falsamente de un delito, ¿no le va a dedicar un tiempo a refutar todas y cada una de las acusaciones puntuales que le atribuyen?
Para encontrar una postal diferente del mismo drama nacional hay que hurgar en otras fuentes. Repaso unas pocas líneas del pronunciamiento realizado por los familiares de las víctimas de la Tragedia de Once tras la sentencia. La ex presidenta estaba en el poder cuando ocurrió el accidente ferroviario que costó la vida de 51 laburantes, el 22 de febrero de 2012. “¿Qué une esta condena a CFK con la de la tragedia de Once?”, se preguntan los deudos, y contestan sin vacilar: “El kirchnerismo tuvo una matriz corrupta que se caracterizó por un objetivo central: el enriquecimiento propio a costa del Estado, es decir, de todos y todas sin importar las consecuencias”. Aunque diferentes por su naturaleza, ambas causas responderían a “un plan organizado desde el poder político, en unión con funcionarios y empresarios corruptos para el beneficio propio. El gran desfalco de la obra pública generó decenas de miles de millones para la ex presidenta, funcionarios y empresarios. Ellos estaban atrás de este gran asalto. Los trenes eran un pequeño kiosco para darle a los ladrones de baja monta: Jaime, De Vido, los Cirigliano, Schiavi”. En conclusión, señalan los familiares, “se dio un gran paso", pero aún "queda mucho por hacer".
Todas estas postales –y muchas otras que podríamos colectar- son auténticas, son graves, son tristes imágenes de la Argentina reciente. Cada quien puede componerlas en cuadros interpretativos muy diferentes, aun mirando las mismas fotos.
De todas ellas quiero rescatar un punto clave de la declaración de los familiares de las víctimas de Once: "queda mucho por hacer". Efectivamente, creo que queda mucho por hacer en el sentido de avanzar en una profunda revisión de los vínculos espurios que subordinan la justicia a fracciones partidarias o a grupos económicos concentrados, pero también en el paulatino desmonte de un sistema de protección mafiosa al interior de la llamada “familia judicial”.
En tal sentido, no será un desafío menor que la misma justicia que condenó a la ex presidenta agilice –por ejemplo- las estancadas causas contra Mauricio Macri (espionaje ilegal, deuda del Correo Argentino con el Estado, concesión de peajes o licitaciones de parques eólicos), pero también active las congeladas investigaciones sobre la estafa del Criptogate.
Frente a este panorama, si el campo progresista en general -y el peronismo en particular-queda anclado en el debate por la “proscripción”, corre el riesgo de cantar un tango pasado de moda, desconectado de las preocupaciones actuales de amplias franjas de la sociedad. Cuanto antes se asuma que CFK –para bien y para mal- es una parte fundamental del pasado político de nuestro país, pero ya no de su futuro, mejor se podrá enfrentar el vendaval libertario.
De lo contrario, Milei le seguirá hablando a nuevas audiencias, y seguirá avanzando.