Desde hace algunos meses Argentina ingresó en un régimen de alta inflación luego de casi dos décadas de inflación moderada. El horizonte temporal de los contratos (alquileres, salarios) dejó de ser anual. Para este año se prevé que la inflación cierre cómoda por encima del 100% anual cuando el año pasado alcanzó el 50,9%. El problema del resurgimiento de la inflación que se dio a partir del 2007 fue producto de errores de política económica basadas en un diagnóstico aun más equivocado que sostenía que la inflación dentro de ciertos niveles no era un problema macroeconómico y existían varios casos exitosos de crecimiento con inflación.

Sin embargo, esa mirada no solo no es del todo cierta, sino que no logra contextualizar correctamente este periodo histórico. Si en el siglo XX tenemos algunos casos exitosos de crecimiento con inflación moderada (no del 100% como la actual) como el caso del milagro brasilero, en el siglo XXI esa relación se vuelve imposible. El crecimiento exponencial de los mercados financieros globales en el siglo XXI y la creciente interdependencia financiera entre países, implica que la inflación repercute fuertemente en la cuenta capital y financiera de las economías nacionales. Una inflación de dos o tres dígitos significa una desvalorización continua de los activos denominados en moneda nacional y por lo tanto atenta fuertemente contra la moneda como reserva de valor. 

Los niveles de inflación en Argentina, muy por encima de la internacional, es por lo tanto uno de los principales factores detrás de la dolarización de los activos de los agentes de la economía. No hay incentivos a resguardarse en un activo que pierde constantemente valor. Por otro lado, la tasa de interés debería ser lo suficientemente alta para que ahorrar en activos locales sea atractivo. Pero no alcanza solo con eso.Los incentivos para ello dependen también negativamente de la volatilidad de dicha rentabilidad. Por lo que entramos en un círculo vicioso de una economía con inflación alta, tasas de interés que no alcanzan y mayor volatilidad macroeconómica. 

Un círculo que pronto hay que intentar romper para terminar con la singular volatilidad macroeconómica argentina de los 2000s que ha tenido un alto costo en términos de crecimiento. Si observamos la tasa de crecimiento acumulada de la última década. Argentina tuvo un crecimiento nulo mientras países como Chile, Perú y Colombia crecieron por encima de un 30%. El desacople es producto de nuestra inestabilidad macroeconómica. La imposibilidad de financiar déficits de cuenta corriente como otros países de la región nos ha dejado más expuesto a ciclos típicos de stop and go por el lado comercial propios del siglo XX. Argentina se convirtió un país que depende exclusivamente del superávit comercial y de cuenta corriente para crecer. Un rara avis en este siglo.

Para salir de esta encrucijada, es importante, más temprano que tarde, lanzar un plan de estabilización. El éxito de este requiere del cumplimiento de algunas de las siguientes precondiciones: 1) precios relativos alineados, especialmente un tipo de cambio real alto inicial; 2) nivel mínimo de reservas; 3) capacidad de financiamiento externo; 4) fortaleza política; 5) unificación cambiaria. A la vez es importante avanzar en un proceso de desdolarización de la economía que se retroalimenta con el proceso de desinflación. Argentina en este momento como sabemos no cuenta con ninguna de las precondiciones necesarias mencionadas ni está avanzando en un proceso de desdolarización.

Los precios relativos (tarifas y tipo de cambio real) no están alineados. La necesidad de una devaluación para partir de un tipo de cambio real más alto y el logro de la unificación cambiaria plantea un potencial problema: nada asegura que no implique transitar a un nuevo régimen inflacionario más alto que traería una fuerte inestabilidad política o un escenario, más improbable pero no imposible, de hiperinflación.

El país tampoco cuenta como en la década del noventa con un contexto favorable en términos de ingreso de capitales a la región. Hay que recordar que por ejemplo el caso de desinflación exitosa de Chile y Colombia se vieron beneficiados con grandes ingresos de capitales que por ejemplo en el caso de Chile le permitió financiar un déficit de cuenta corriente que alcanzó el 5% del PIB en 1993.

Dado este complejo panorama y la debilidad política de un gobierno con bajo apoyo social, inmerso en disputas internas y a un año de las elecciones, todo indica que el objetivo del gobierno va a ser aguantar hasta las elecciones sin que le estalle la crisis económica en las manos y haga añicos su capital político.

El próximo gobierno debería apuntar a llevar adelante las políticas tendientes a encarar las precondiciones necesarias en las cuales tiene capacidad de incidir para lograr un plan de estabilización exitoso.Construir un sendero de sostenibilidad fiscal y externa, tasas de interés atractivas y encontrar la forma de unificar el tipo de cambio evitando una disparada inflacionaria son los principales desafíos que le esperan. Posiblemente un componente de política de ingresos podría ayudar también para morigerar la inercia inflacionaria. Nadie asegura el éxito. Pero los planes exitosos fueron antecedidos en algunos casos por otros que fracasaron como señaló Martín Rapetti en el Congreso ECON 2022. Y no queda otra que intentarlo, aunque sea para preparar las condiciones para un siguiente plan que pueda ser finalmente exitoso.