Nunca conté esto. Vi personalmente a Hebe de Bonafini, por primera vez, el 10 de diciembre de 1993, en Plaza de Mayo. Tenía diecinueve años recién cumplidos cuando resolví terminar con una carta pública una adhesión adolescente con Raúl Alfonsín, a cuya juventud me acerqué en el secundario por su impronta reformista y antidictadura, cuando decir republicano todavía evocaba la España de 1936 y no al trumpismo de 2018.

Ese diciembre de 1993 eran los días del Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín, y por mi parte recién empezaba el taller literario de José Pablo Feinmann, quien me daría vuelta la cabeza para siempre. Lo cierto es que quise hacer explícito mi alejamiento de Alfonsín y escribí un texto que le llevé a la radio a Jorge Lanata, cuando hacia la Hora 25 en la trasnoche de la Rock&Pop. Algo tocaba la carta, porque me sorprendió verla publicada en la contratapa de Página/12 un par de días después. Le hablaba a Alfonsín de Semana Santa y Algo Rico, de las leyes de impunidad, del progresismo y hasta me permití nombrar a Leandro Alem contra Bartolomé Mitre, cuando esboza aquello de que se rompa y no se doble.

No sé si don Raúl habrá llegado a leer el texto, ahora pienso que al lado de De la Rúa y Macri todavía sigue siendo un líder rescatable de nuestra historia contemporánea. Lo cierto es que la carta tuvo cierta repercusión e incluso José Pablo me comentó que Carlos Gorostiza, gran dramaturgo y primer secretario de Cultura de Alfonsín, se la había mencionado.

Una vez que el texto ya estuvo publicado, sentí un vértigo conmovedor que me hizo temblar hasta los pies. Como dice Silvio en Canción del Elegido, sentí en mi cabeza "cristales molidos".Ese año estaba trabajando medio tiempo en el Nacional de Buenos Aires, de manera que ya frecuentaba Plaza de Mayo, como hasta ahora, que sigo rondando por allí. Resulta que al mediodía camino por Bolívar hasta la plaza, el Cabildo siempre espectral y fundante, y veo alrededor de la Pirámide cómo están montados los gacebos, los pasacalles y las pancartas de Madres, en una nueva edición de su ya tradicional Marcha de la Resistencia de fin de año.

Me acerco, recorro el lugar. Miro las fotos en blanco y negro de los desaparecidos, la verdad es que todavía no entiendo mucho qué era lo que había pasado y cuál era la relación intrínseca y estructural entre los reclamos de verdad y justicia de los organismos de derechos humanos, la política de la dictadura y el presente de la Argentina. Quedo muy cerca de una de las carpas de los organizadores cuando de pronto la identifico a Hebe de Bonafini. No lo pienso demasiado, casi a pasos nomás estoy cuando me arrimo y le hablo. Le cuento que había escrito una carta dirigida a Alfonsín que me gustaría dársela para que la lea. Ella me dice algo así como vení, pasá y me toma de la mano. Me lleva adentro de la carpa, me dice sentate acá conmigo. Y nos ubicamos en dos sillas de plástico. El sol está fuerte, ya está abierto el verano porteño. No sé si alcanza a leer el recorte del diario que acabo de mostrarle con la carta, o directamente confía en lo que pude decirle. Todavía no me suelta la mano cuando, de pronto, me pregunta si estoy de acuerdo en que la carta se lea por altoparlantes.

Estamos en el centro de la Plaza de Mayo, junto a la Pirámide. Claro que sí, le digo, y siento algo así como una escena bautismal, una revelación. Ella no me suelta la mano. Y escucho. Escucho algo que empiezan a leer afuera, una suerte de parlante o bocina o propaladora. Y alcanzo a identificar algunas frases textuales. No lo puedo creer. Un rato después le agradezco y me voy, trasvasado, alucinado. Cuando llego a casa y cuento la anécdota ya soy otro. A papá, alfonsinista incurable, no le gusta nada, pero en parte noto cierto orgullo. A madre, preocupada entonces por el período especial en Cuba y por combatir el bloqueo con Toto e Irene, la situación la llena de alegría. El descreimiento en la política, pero más que nada la época del cinismo y el ultraindividuo había comenzado en el mundo, y había pocos referentes a quienes creerles y hacerles llegar esa noticia.

Ahora entiendo porqué llevarle la carta a Hebe era el cierre perfecto del acto en el que me había metido. Porque hablar y tocar a ella, y sentir su respuesta inmediata fue mi primer acto de rebeldía. Y eso, me di cuenta, era lo que le faltaba a aquella democracia. Y también me faltaba a mí. Esa rebeldía era la reacción y el gesto de una ética política profunda, espartana y dolorosa, justa e implacable. Y ella siempre fue esa voz alzada en la noche, a la intemperie, contra la pared. La ética dónde ardía. Gracias, Hebe, porque entre la Revolución y la Democracia, siempre serás la Madre del Pueblo. Y ahora tendremos la mejor excusa para ir a Plaza de Mayo a celebrarte, cada vez.