Aunque pasen los días, el Obelisco explotado de celeste y blanco, las caritas de felicidad de los pibes y las pibas, el pueblo colgado en los puentes de alegría, nos sigue abriendo un estado de felicidad colectiva. Es esa idea de felicidad plena de todos y entre todos lo que nos une, que no es el ejemplo de ninguna superioridad moral ni excepcionalidad técnica.

Tan de pueblo fue nuestro triunfo que así lo percibe el mundo. El Obelisco se multiplicó en Puerta de Sol, en Plaza San Pedro y en Roma, en el barrio español del Diego en Nápoles, en las estaciones de metro de Berlín.Miles de argentinos emigrados volvieron a pronunciar el himno de la infancia, nuestra Patria y nuestros colores, y como dice Hernán Casciari, comerse las eses en Europa pudo ser un acto de resistencia. También decir Don Diego y la Tota es dignidad de pueblo en tiempo presente. Y también decir tal vez jugando pudiera, a su familia ayudar.

Para los más grandes, por generación y por principios, Dieguito va a seguir siendo nuestro Santo, nuestra estampita.Porque no era mejor que nadie, era el que nos tocó por edad y por espacio, por tiempo real. Crecimos con sus iluminaciones y sus caídas. Y quizás la vara estaba tan alta que Lio Messi debió recorrer el camino del héroe, sobre todo el último tramo, tras el subcampeonato en Brasil 2014, como una figura que se la estaba jugando el todo por el todo para entrar al Cielo. Fuimos duros, hasta desagradecidos, ese modo argentino de devorarse a sus hijos. Pero Messi supo en algún momento que el último peldaño hacia el Olimpo dependía de él y su grupo de jóvenes audaces y corajudos.

El profe que escribió Muchachos… tuvo la sabiduría de resolver el intríngulis, la sombra de Diego que pesaba sobre Lionel. Ahora la tierra en la que todos nacimos era de los dos, ahora era Diego el que desde el Cielo iba alentar a Lionel y recibirlo con los brazos abiertos, en el lugar reservado para los campeones.

La muerte de Diego en 2020 había allanado el camino, y él mismo se había encomendado poco antes allá arriba en Rusia, en 2018, cuando una luz fulgurante lo iluminó en la tribuna.Para nosotros, los ya veteranos de los Mundiales, el fútbol es el Dieguito que se hizo de abajo y llegó hasta arriba, hasta lo más alto, y les gritó a la FIFA que ellos son el gran ladrón. Para nosotros, el fútbol es pueblo de fin de semana, son los clubes de barrio, es el tatuaje del Ché en el brazo de Diego. Siempre serán las corridas contra Alemania de Burruchaga y de Valdano en 1986, y el hijo del viento Caniggia contra Brasil e Italia en 1990. Ahora, sabemos, también serán las prepoteadas de Julián Álvarez, de Fideo Di María y el Dibu Martinez, entre tantos regalos indelebles que nos hicieron estos nuevos muchachos.

Una nueva era comienza en nuestra cultura popular, y es el pueblo campeón mundial, con nuevos ídolos, con el fernet en la botella de plástico cortada, la cumbia y el trap. Habrá nuevos quisiera que esto dure para siempre, y dale alegría a mi corazón, Maradona no es una persona cualquiera, o simplemente Maradó, Maradó. Ya es Wos el nuevo verbo, cuando dice no me pidas que no vuelva a intentarlo. Lo más tierno y significativo que escuché estos días fue a dos (no solo uno) jóvenes, compañeros de trabajo, cercanos a los treinta años, que esta semana me dijeron: “Ahora sí quiero ser padre, porque esto se lo voy a tener que contar a alguien dentro de mucho tiempo. Mi viejo me tuvo más de treinta años rompiendo los huevos con el Diego y México 86”.

Tal vez la vida funcione así, tal vez nuestro pueblo tenga estas claves de bóveda. Lo único que sabemos es que el mejor ejemplo de estos Campeones 2022 no es la corrección normativa ni la disciplina deportiva, ni el apego tierno a los afectos familiares; quizás sí el juego en equipo, aunque tienen todo eso y más que nada son unos cracks. Las nuevas masculinidades también se vieron con los cuerpos sudorosos, las bebidas improvisadas sobre la marcha y la comunión del pueblo encendido en la calle. El mejor signo que nos dejan y podemos replicar ya mismo, cotidianamente, entre todos, es que persiguieron un sueño colectivo entre todos y para todos, y que ese sueño era salir campeones, como el Diego aquella vez, para el goce y la alegría de todo el pueblo argentino. Y lo lograron.

No hubo foto en la Rosada, que es del pueblo y no del gobierno (así lo entendió siempre el Diego cuando no pedía permiso para ofrendar la Copa en el balcón). Quizás la nueva generación piensa, siente y vea a las instituciones y al Estado de otra manera. Es un signo de pregunta que queda flotando cuando nos acercamos a las cuatro décadas de la democracia recuperada. 
Ahora solo nos queda hacer que ese sueño colectivo se amplíe, día a día, en la unidad y la construcción de un proyecto nacional para que reine en el pueblo el Amor y la Igualdad. Y que nadie se quede sin festejos ni alegrías.