Hace unos días se conocieron los resultados de la “Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública” (ESPOP), realizada por un equipo de reconocidos especialistas de la Universidad de San Andrés. Se trata de un sondeo de alcance nacional que se realiza cada dos meses; en este caso, se recolectaron 1012 encuestas entre el 11 y el 21 de Julio del corriente año. La encuesta mide la satisfacción ciudadana respecto de un amplio espectro de cuestiones sociales, evalúa el desempeño de los poderes del Estado, recoge la opinión sobre las principales políticas públicas, examina la marcha del gobierno y registra la valoración de los electores hacia los principales líderes políticos nacionales.

La ESPOP presenta en cada informe una interesante, amplia y compleja fuente de datos que es imposible resumir en pocas líneas. De todos modos, me animo a simplificar una rápida conclusión para el debate: la encuesta no trae buenas noticias para el gobierno pero de rebote efectúa un oportuno llamado de atención para la principal fuerza opositora. En esta nota me limitaré a comentar un par de cuestiones que van un poco más allá de esta coyuntura electoral.

El primer punto enciende una luz amarilla en las huestes del oficialismo. Con marcada claridad comienza a recortarse sobre el horizonte político una creciente insatisfacción ciudadana con la marcha del país bajo el gobierno de La Libertad Avanza: la satisfacción cae en todos los segmentos de la población. Así, el 41% de los encuestados se declara “muy insatisfecho”, el 20% “algo insatisfecho”, mientras que en el otro extremo del espectro solamente el 9% se reconoce como “muy satisfecho”, acompañados por un 28% que se declara “algo satisfecho” (un 2% no sabe o no contesta).

La insoportable pesadez de la insatisfacción

Cuando desagregamos estos datos generales es sugestivo observar que se declaran “muy insatisfechos” el 39% de los varones pero el 42% de las mujeres; en la clase baja esa insatisfacción trepa al 49% pero en la clase alta (segmento ABC1) no baja del 33%; entre los jóvenes menores de 27 años se declaran “muy insatisfechos” el 32% mientras en el resto de los grupos de edad el rechazo es mayor: 46% (entre los que tienen 28 a 43), 39% (los de 44 a 59) y 41% (los mayores de 60).    

También es significativo observar este creciente rechazo desde el ángulo político-ideológico. Como es obvio, entre quienes transitan por las veredas políticas más alejadas del gobierno el nivel de insatisfacción es mucho más alto (83% en la izquierda y 77% en la centro-izquierda), pero lo interesante es que el 49% de los encuestados que se consideran de centro se ubican como “muy insatisfechos”; por su parte, entre quienes están más cercanos a las ideas libertarias, el 11% de centro-derecha dice estar “muy insatisfecho” y el 14% de los votantes de derecha tiene idéntica opinión. En términos político-partidarios se declaran “muy insatisfechos” el 81% de quienes votaron a Massa, el 47% de los que votaron a Schiaretti, el 13% de los que votaron a Bullrich y el 14% de los sufragaron por Milei.

Para ofrecer una comparación ilustrativa baste recordar que la satisfacción de la ciudadanía en la actualidad está claramente por arriba de la que tenía Alberto Fernández a mediados del segundo año de su gobierno (pandemia y cuarentena mediante…); pero está por debajo de la que tenía Mauricio Macri en el mismo período, antes de que ganara la elecciones de medio término y, por supuesto, antes de que se desatara la crisis cambiaria que selló la segunda parte de su mandato.

La segunda dimensión para discutir es que este alto nivel de insatisfacción se conecta con un paulatino desplazamiento de los asuntos que más preocupan a la sociedad. Un breve cotejo con lo que medía la ESPOP en la misma fecha del año anterior nos ofrece una pista esclarecedora. En julio de 2024 los encuestados consideraban que el principal problema que afectaba al país era la pobreza (37%), seguido por la inflación (32%), los bajos salarios (32%) y la delincuencia, robos e inseguridad (32%). El recuerdo de esa medición es importante porque la preocupación en torno a la pobreza apareció ya a mediados del año pasado como el asunto más relevante para los encuestados, luego de dos años consecutivos en que la inflación fuera el problema más acuciante.

En la actualidad, en cambio, el perfil de la inquietud ciudadana nos ofrece rasgos sensiblemente diferentes: encabeza la medición el tema de los bajos salarios (36%), se mantiene arriba la inseguridad (32%), pero irrumpe en tercer lugar la falta de trabajo (32%), y un poco más atrás, la pobreza (29%); hay que descender al décimo puesto –aunque por estos días sea el caballito predilecto de campaña esgrimido por Milei- para encontrarse con la inflación (14%), que corre atrás de la corrupción (27%), la clase política (27%), la educación (17%), la salud (17%) y el endeudamiento externo (16%).

La insoportable pesadez de la insatisfacción

Dejando de lado eventuales vaivenes de coyuntura, tal parece que la tendencia de las inquietudes ciudadanas que llevaron al poder a La Libertad Avanza ha empezado –sin prisa pero tal vez sin pausa- a cambiar de signo. El dato relevante no es sólo que en el radar de la opinión pública ingresa “falta de trabajo” y sale “inflación”; más bien, el punto estratégico es que “bajos salarios”, “falta de trabajo” y “pobreza” constituyen un trípode de preocupaciones sociales difícilmente resolubles en el marco del modelo económico ultra-ortodoxo de Javier Milei. Con un dólar artificialmente contenido mediante endeudamiento, tasas astronómicas que desalientan cualquier tipo actividad productiva lícita, obra pública paralizada e ingresos (salariales y jubilatorios) que se arrastran por el subsuelo, el futuro no se está pintando de violeta sino de castaño oscuro.

Anoto un par de advertencias antes de arriesgar una conclusión muy provisoria. Por un lado, todos estos datos fueron recogidos antes de la disparada del dólar; también mucho antes de que estallara el escándalo de corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), que involucra directamente a los hermanos Milei. Por otra parte, no deberíamos hacer una traducción mecánica entre in/satisfacción ciudadana e intención de voto (cosa que no mide la ESPOP). Estos fenómenos están relacionados de una manera compleja que no se deja atrapar por una lectura lineal. Por ejemplo, los votantes de Milei o Bullrich que a mediados del mes pasado ya se mostraban “muy insatisfechos” con el oficialismo (el 12% y el 13% respectivamente) no necesariamente van a ir a votar en las próximas elecciones por alguna alternativa opositora: puede ser que –aún con gran insatisfacción- vuelvan a apostar por La Libertad Avanza (porque otras opciones les parecen horrendas), o estén tan enojados con el gobierno libertario que terminen anulando su voto, sufraguen en blanco o se queden en su casa, masticando bronca frente a una nueva desilusión política.

Ahora bien, la mala praxis económica del gobierno sumada a la sucesión de escándalos que vienen explotando a lo largo de este año (del Criptogate a las coimas en la ANDIS) pueden llevar a que la oposición se deslice hacia un espejismo tranquilizador: el gobierno se está cayendo solo. Más allá de que no creo que eso esté sucediendo, la idea de que “el modelo se (les) cae a pedazos” –al decir de CFK- posterga para un siempre incierto futuro la ingrata pero necesaria tarea de autocrítica y renovación de quienes dejaron el país con un 300% de inflación y un 40% de pobreza.

Sin revisar narrativas y orientaciones de políticas públicas estratégicas, sin incorporar figuras que le disputen a Milei el territorio político de lo nuevo, parece difícil construir un proyecto de poder superador de cara al 2027. Hay que recorrer todavía un largo trecho para que la insoportable insatisfacción de hoy se traduzca en nuevas adhesiones mañana.