Para comprender el momento histórico, es necesario cerrar los ojos y reflexionar en base a ciertos conceptos que, por haber sido fructíferos en el pasado, seguimos llamando al auxilio en determinadas ocasiones. Eso implica salirse un poco de los nombres propios del momento con el afán de observar el terreno y, asimismo, sumergirse en las profundidades subterráneas o, al menos, imaginarlas. Seguramente sean muy fructíferas las búsquedas que se hacen respecto al pasado, sobre quién o quiénes o en qué momento o momentos la Argentina comenzó la decadencia que, tantas veces, ocupa nuestras discusiones públicas. Largos debates argentinos sobre si esta agobiante situación comenzó hace 150, 80, 50 o 20 años. Sin embargo, irse todo el tiempo al pasado implica exculparse por el pasado reciente. En efecto, indagar sobre el pasado reciente y, por tanto, sobre el presente, quizá sea difícil porque no media el tiempo que nos permite ver de forma más amplia sobre lo que está aconteciendo. Recién en el futuro podremos poner más focos para explicar distintas aristas de la actualidad. Lo cual no quita que, cerrando los ojos, hagamos el intento de comprender -con las limitaciones del caso- qué es lo que está sucediendo, sobre todo por estos días en que pareciera ser que en lo más profundo se están moviendo las capas tectónicas produciendo un terremoto social y político del cual no sabemos bien la magnitud. Para tratar de comprender el momento, entonces, propongo recurrir a reflexionar sobre algunas visiones de la política, recordando que ella nos acompaña desde que somos seres humanos y que, probablemente, nos acompañe hasta el fin de nuestros días como especie. 

La política ha recibido distintas definiciones y ha sido abordada desde diversidad de perspectivas a lo largo de la historia. No obstante, algunos aspectos son más o menos recurrentes a la hora de estudiarla, describirla y analizarla, y sirven para pensarla en Argentina. No cabe duda de que una forma de pensar a la política es como lucha por el poder, de modo que ciertas personas de cualquier sociedad poseen determinadas características personales que las predisponen mejor que otras para imponerse y ejercer el mando. A lo largo de la historia fueron distintas las maneras en que se accedió al mando y al ejercicio del poder sobre otras personas. En la actualidad, son las elecciones democráticas las que permiten que algunos manden y otros obedezcan. Y, durante el siglo XX, fueron los partidos de masas los que fueron el primer "filtro" de lucha por el poder; por tanto, quienes más astucia demostraran, más acceso a los cargos tuvieron. 

Otra forma de entender a la política es como gestión y como solución de problemas. Esta idea ha sido enfatizada por distintos gobernantes, candidatos y partidos políticos, sobre todo, en las últimas décadas. Desde esta perspectiva, no se estaría luchando por el poder, sino que quienes se proponen como políticos y llegan a ejercer cargos pareciera que se ven a sí mismos como personas que brindan un servicio público para solucionar problemas sociales y garantizar la convivencia pacífica, es decir, atenuar los conflictos. Así, hacia la segunda mitad del siglo XX y, en particular, en los últimos 25 años de esa centuria, también se declaró el fin de las ideologías y es como si hubiésemos asistido al comienzo de una era en la que política sería una mera técnica de gobernabilidad. 

Más allá de esto, nunca se dejó de lado otra forma de encarnar la política, de comprenderla y analizarla: la política como "transformación". Esta otra forma en que la política se materializa resurgió en los años 2000, en parte, como respuesta a la política como mera técnica. En muchos casos, se usó esta forma de comprender y hacer política para ocultar desmedidas ambiciones de poder. De igual manera que la política como mera técnica oculta que también es lucha por el poder, en muchos casos quienes intentan comprender o hacer política bajo la idea de transformación también esconden que lo que están haciendo es luchando por el poder. 

Armados con estas herramientas, podría hacerse el ejercicio de preguntarse qué es lo que está pasando en las profundidades de la sociedad y de la política argentina para que un candidato como Javier Milei sea el más votado y tenga chances de ser el próximo presidente argentino, generando el terremoto al que estamos asistiendo con todos los heridos que hay sobre el territorio político. Desde esta perspectiva, la política como mera técnica de solución de problemas ha demostrado no solamente ser inútil para solucionar problemas, sino que tampoco garantizó la gobernabilidad. De igual manera, la política como transformación, más allá del entusiasmo que generó en distintas generaciones a principios de los años 2000, ha mostrado ser un proyecto de ambiciones irrefrenables de poder en los últimos cuatro años, generando malestar, bronca y desesperación en distintos sectores de la población, dado que la situación no solo no mejoró, sino que empeoró, sumergiendo a muchas personas en la angustia.

En este contexto, un candidato como Milei, sobre el que parte de la ciudadanía tiene la creencia de que no es responsable de la decadencia en la que estamos inmersos, tal vez represente para sus votantes tanto la transformación como la solución de problemas que las anteriores "gestiones" dijeron encarnar. También juega a su favor que, más allá del tilde que se suele poner sobre su política como antipolítica, Milei no oculta sus ambiciones en la lucha por el poder. Al margen de lo que vaya a hacer en una eventual llegada a la presidencia, Milei estaría siendo, entonces, el emergente político de profundas frustraciones tanto personales como colectivas que tenían los electores de acuerdo a visiones y luchas por el poder del pasado reciente. Habría que preguntarse cuán devastador será el terremoto para vislumbrar sus consecuencias, pero también para asumir responsabilidades en esta tierra arrasada.