Esta columna va a estar en primera persona, casi como si fuera una crónica. En rigor de verdad es una crónica, el relato de los acontecimientos de cómo un analista político durante una jornada electoral tuvo que abandonar sus manuales clásicos, y buscar explicaciones en el nudo de la ciencia política contemporánea para entender el inesperado resultado electoral.

Viernes por la tarde. Lejos de estar en un ambiente laboral pleno, empezó en un café en una de las universidades en las que doy clase. En la mesa estaba con dos queridos ex alumnos, que pese a su juventud, ya tienen las armas y la experiencia suficiente como para inmiscuirse de lleno en el mundo de la rosca. Repito como un mantra que estoy feliz de que se trate de la primera elección en 20 años que “miro desde la televisión”. Acababa de “entregar” los números de un prode electoral que hacemos con unos amigos. ¿Qué decían los números de ese prode? Bullrich 17,5; Larreta 18,6; Massa 22,9; Grabois 6,2; Milei 19,5; Resto de las fuerzas 10,9 (con Schiaretti y el FIT cruzando el umbral del 1,5); Voto en blanco 4,4. Todo contado sobre votos válidos. También se incluyó la participación: puse un 72% (que ya me parecía bajo, en comparación con otras primarias presidenciales).

¿Cuál era el fundamento de ese resultado, que tenía bastante consenso en la mesa de café? Bullrich atraía votantes en grandes ciudades (y canalizaba parte del hartazgo), Larreta y Massa atraían un voto moderado -con un fuerte anclaje en el aparato territorial-, Grabois sorprendía el aglutinando voto progresista y con presencia relevante a lo largo y a lo ancho del país, Schiaretti con Córdoba pasaba y le alcanzaba… y Milei, canalizando voto joven y voto bronca de las grandes ciudades. El interior profundo, en esos papeles, iba a parar a la moderación de Larreta y Massa.

Domingo al mediodía. Voto a media mañana, y posterior almuerzo familiar. Vemos en vivo y en directo la fastidiada experiencia de votación de Patricia Bullrich. Discutimos y hablamos que en nuestros grupos de amigos extra-políticos identificamos un fuerte fastidio con la política. Esto se refleja también con las demoras en el voto. No solo en Capital y Buenos Aires, sino también en lugares distantes como Tierra del Fuego o Jujuy.

Domingo a las 18:30. Empiezo a hablar con amigos en distintas tiendas políticas, o bien en distintas posiciones dentro de la administración electoral a lo largo y a lo ancho del país. Respiro: veo resultados preliminares de mesas testigo de Capital de una de las fuerzas políticas grandes, en consonancia con las expectativas. 19:15: abro los ojos. Desde una importante fuente en una de las tres provincias grandes llega que Milei está haciendo una elección “desbordante”. Amigos en una provincia patagónica y en una provincia del NOA me advierten que en sus distritos está haciendo una elección muy por arriba de la media. 20:30: otro amigo, con acceso a muy buena información en datos me dice que “hay que contemplar seriamente la posibilidad de 30 puntos”. Esa información, en razón de 10 minutos pasa a ser vox populi. Amigo en las entrañas de un sector ampliamente derrotado me dice: “hicimos un monstruo”. ¿Qué es este monstruo?, pienso. Es un resultado electoral que, antes de que lleguen los datos oficiales, ya sabemos que va a romper los manuales de lo que esperábamos. Aunque los analistas políticos no debemos pronosticar, sí podemos trabajar con escenarios. Uno de los escenarios (a los que a veces les ponemos nombre) era “el Frankenstein”: Milei arriba de 20 puntos, Patricia Bullrich ganando la primaria. ¿Por qué “el Frankenstein”? Porque era una creación ad hoc del electorado argentino, que salía de las reglas habituales, e iba a resultar sumamente difícil encontrarle una explicación, y mucho más difícil un camino para una campaña predecible.

Ese “Frankenstein” fue el escenario de las elecciones. Absolutamente nadie vaticinó la posibilidad de que, a la hora de escribir esta columna, La Libertad Avanza sea la primera fuerza política del país. ¿Cómo se explica este fenómeno? Por varias cosas juntas, pero ninguna en particular. No existe el “votante medio de Milei”: confluyeron distintas agendas, que encontraron en Milei un catalizador para sus demandas. La más evidente es la bronca. Esa bronca, curiosamente, no prendió en el AMBA -donde las fuerzas centrales capitalizaron el voto-, sino que hizo mella en el interior del país, justamente donde las encuestas tienen mayor dificultad de acceso.

Juan Carlos Torre, en más de una oportunidad, analizó las transformaciones del sistema partidario argentino a partir del concepto de “huérfanos de la política de partidos”. En el 2001, el bloque no peronista fue el que se rompió, dejando huérfanos a sus votantes, que fueron interpelados por el peronismo en 2003. En 2015 fue el bloque peronista, al que Cambiemos le dio cobijo. En esta elección, pareciera que los “huérfanos” fueron los votantes del interior del país, que le dieron la espalda a las dos fuerzas políticas centrales. Parte de este tembladeral se pudo prever con las elecciones provinciales: baja participación, y algunas inesperadas alternancias en distritos otrora conformes con sus partidos de gobierno. También se rompió el patrón de movilización clásico, explicación que algunos encontraron para las derrotas electorales (la que puede ser parcialmente correcta). ¿Será un voto anti porteño? ¿Acaso la casta es la política de Buenos Aires?

El segundo aspecto del fenómeno tiene que ver con la agenda del candidato. Milei puso en discusión la problemática central de la población: la economía. Ofreció una respuesta específica (dolarización, eliminación del déficit fiscal, etc.), y propuso un camino para su ejecución. Incluso se situó en el espejo de otros líderes que, independientemente de la posición valorativa de cada individuo, buscaron cumplir con sus promesas (más allá de si eran efectivamente realizables o no). Esta respuesta, particularmente, penetró en el voto joven -donde Milei se hizo particularmente fuerte-.

El tercer aspecto tiene que ver con la falta de capacidad de respuestas de las fuerzas tradicionales. El “voto contra” fue encarnado abiertamente por el discurso de La Libertad Avanza: la casta política es la culpable de todos los males. Este tipo de discurso se vio en múltiples candidatos a lo largo de los últimos años, desde Trump y Bolsonaro por derecha, pasando por Vox en España, o bien por respuestas de izquierda como la de Rafael Correa en Ecuador. A diferencia de lo ocurrido en 2001, en esta elección, encontró un catalizador parcial (y digo solo parcial, pues la participación electoral fue la más baja de todas las primarias presidenciales de nuestra historia reciente).

El triunfo de Javier Milei no debería sorprendernos, sino que debería ser parte de las lecciones aprendidas de las PASO: como dijimos anteriormente en este medio[1], la dirigencia debe actuar con responsabilidad para no afrontar derrotas e inestabilidades. La combinación de los factores que hicieron a la demanda genuina de una expresión como Milei y de la crítica a las fuerzas tradicionales hizo a la tormenta perfecta para quienes protagonizaron la grieta estos años. Sin autocrítica y una propuesta concreta de salida a la crisis y a las demandas de los votantes de Milei, su propuesta avanzará aún más. Adam Przeworski, en “¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones?”, señala que lo más relevante de un proceso electoral es la resolución de conflictos de manera pacífica. El tiempo nos dirá si el resultado electoral nos sirvió para entender mejor cuáles fueron las demandas de una ciudadanía en tiempos de crisis.

[1]https://www.diagonales.com/nacion/el-trauma-post-paso--una-nueva-costumbre_a6213b5ca25ae55da01490de1