En cada época, momento histórico o contexto político se renuevan –novedosamente– las contradicciones entre clases, estratos y sectores sociales, así como entre actores socioeconómicos y agentes sociopolíticos. Aun cuando para algunos de nosotros la “realidad social” pueda querer ser asequible e inteligible mediante modelos, esquemas y teorías deterministas, vaya a saber uno por qué (y cómo), en muchas ocasiones, hay fuerzas subterráneas que se transforman y se mueven, y que ningún “ojo que todo lo ve” alcanza a vislumbrar, como tampoco en qué dirección lo hacen. Quizá, solo podamos describirlas una vez que ya se produjeron movimientos tectónicos y, en algunas excepciones, verdaderos terremotos sociales, políticos, económicos y, sobre todo, humanos. No obstante, puede ser frustrante insistir con querer asir los eventos, sucesos y acontecimientos siempre bajo la misma perspectiva; peor aún, es cuando se pretende transformar la realidad bajo la determinación de que todo debe cambiar aunque haciendo lo mismo, es decir, llevando a cabo acciones que se repiten y no innovan, cuando no se alcanza ni siquiera a disipar la entrada al laberinto. Si en los últimos más de 100 años la física ha llegado a determinar el azar por sobre la determinación, es incompresible cómo en las ciencias sociales se sigue insistiendo en que la realidad debe amoldarse a cómo queremos que ella sea.

Sin embargo, los científicos sociales no estamos solos al querer darle marcos de inteligibilidad a aquello que llamamos sociedad, más allá de que nos creamos una de las elites iluminadas con un conocimiento que, desde hace 2400 años, permitiría a los oprimidos de todo tipo dejar atrás sus padecimientos. A veces, solo hace falta aguzar un poco el oído y los otros sentidos para llegar a la conclusión de que nuestros saberes no son los únicos, dejando de lado –algo muy difícil– nuestros esquemas perceptivos y conceptuales que no se adecuan a lo que, en cierta forma, es indeterminable y azaroso. Producir conocimiento –eso que, supuestamente, siempre estamos haciendo– requiere perspicacia y astucia para descubrir cómo surge algo novedoso. No hace falta ser, necesariamente, un consultor de opinión pública para indagar en torno a los sentimientos de quienes componen la población o el público. Con todo, estar predispuestos requiere una “política de la verdad”, que –tal como sostuviera el sociólogo Charles Wright Mills, quien propuso usar la imaginación sociológica– demanda anteponer la búsqueda del conocimiento por sobre nuestros intereses de otro tipo, sean políticos u otros. Así, es difícil no ser un científico social (o economista) al servicio del poder, pero el problema se presenta cuando esa bestia magnífica (Michel Foucault) se encuentra en todos los continentes de la sociedad, y nos compromete con distinguir dónde está el poder, así como quienes lo detentan y hacen uso de él y cómo (es decir, rastrearlo en las diversas capas que se encuentran en movimiento).Podría parecer que una gran parte indeterminada de la población lo tiene más claro en la Argentina actual, al margen del desconcierto. Ahí es donde hace falta duplicar los esfuerzos en las ciencias sociales para intentar desentrañar ante lo que nos enfrentamos, lo que podría resultar novedoso, y que no es factible de realizar si no profundizamos en los intersticios y si nos mantenemos tan sólo en la superficie y en lo que siempre fue, pudo haber sido y que, por tanto, siempre debe ser.

Pero, ¿cómo detectar lo novedoso, aquello que no es inteligible si seguimos usandolos mismos marcos conceptuales y teóricos? ¿Cómo salir del desconcierto que el momento histórico o esta época demanda? Por otra parte, ¿qué podría pensarse que se repite de forma más o menos constante? ¿Hay ciertos sucesos, eventos o acontecimientos que, al margen de las diferencias, tengan características en común en distintos contextos históricos? Quizá en la política y sus transformaciones pueda encontrarse alguna respuesta a estas preguntas, dado que ella pone al descubierto los movimientos de las placas tectónicas y, por qué no, los terremotos.

Lo anterior lleva a distinguir a los políticos de los científicos sociales. No obstante, cuando lo que está en juego en la democracia conlleva un “conflicto intenso” (concepto que propuso el politólogo Adam Przeworski), las ciencias sociales quizá tengan como una de sus principales tareas la de explicitar lo que está en juego, describiendo la situación, las alternativas y los posibles escenarios según las acciones que vayan desplegando distintos actores, tales como los gobiernos y las oposiciones, en el marco del constante y contradictorio movimiento. En efecto, son –principalmente- los líderes políticos quienes llevan (y llevarán) a cabo acciones para poner en evidencia qué puede llegar a ser lo novedoso, aquello que está cambiando profundamente. En democracia, los más perspicaces de ellos suelen tener capacidades y aptitudes para montarse sobre aquellas fuerzas subterráneas. Incluso, muchos de ellos no sólo manipulan esas fuerzas, sino que también pretenden manufacturar esos movimientos. En este marco, tal vez, por estos días estemos en alguno de esos momentos que lo que está en juego conlleva posiciones irreconciliables sobre cómo transformar (o no) lo que está oculto: montarse sobre lo que actúa subterráneamente o tomar la delantera frente a ello, o las dos cosas a la vez.

Para finalizar, cabe recordar que durante muchas décadas, en Occidente, la política democrática transcurrió con cierta tranquilidad y parsimonia. En un contexto como el actual, donde en estas democracias parece que lo que está en juego lleva –en muchas ocasiones– a conflictos intensos, al movimiento de lo que está en el subsuelo, la Argentina por estos días no escaparía –ni mucho menos– a esta descripción hipotética. Y pareciera ser que, en momentos como estos, al igual que en otros momentos de, al menos, los últimos doscientos años, esas posiciones irreconciliables se sustentan en planes de transformación determinista de la sociedad y de las personas. Quizá lo novedoso de la actualidad argentina sea que quienes tiene más calado en la opinión pública sean quienes componen el gobierno,  nuevos geógrafos especialistas de los sismos de la sociedad y del ser humano: ellos serían unos nuevos ingenieros de almas, expresión que se le atribuye a Iósif Stalin, al pedirles esfuerzos a los escritores e intelectuales soviéticos. En cierta forma, se torna comprensible aquello que se ha dicho estos últimos años: la rebeldía se ha vuelto de derecha. Podría preguntarse, teniendo en cuenta que los transformadores de las profundidades sociales de las distintas izquierdas no temblaron a la hora de llevar a cabo sus planes de transformación, qué éxito tendrán estos nuevos especialistas del movimiento constante, estos nuevos ingenieros de almas de las nuevas derechas. En casos así, a quienes nos dedicamos a las ciencias sociales no nos queda más que la gran tarea de estar atentos a los derroteros novedosos y, si la situación lo requiere, actuar en defensa de la democracia, sean quienes sean aquellos que intentan rediseñar las almas sacando provecho de las fuerzas subterráneas.